William McCants encontró una forma perfecta para definir a Arabia Saudí y su papel para fomentar las corrientes más reaccionarias del islam en todo el planeta de cuyas fuentes han bebido muchos autores de atentados terroristas. «Los saudíes son tanto los pirómanos como los bomberos. Promueven una forma muy tóxica del islam y traza una línea estricta entre un pequeño grupo de auténticos creyentes y todos los demás, musulmanes y no musulmanes», dijo el experto en islamismo radical y autor del libro The ISIS Apocalypse.
De entre todas las ideas de los yihadistas, esa es una de las más comunes y de las más dañinas, como pueden corroborar las mayores víctimas de sus atentados, todos ellos en países musulmanes de Oriente Medio. Hay cinco principios que marcan quién es musulmán en el islam, pero para los wahabíes saudíes eso no es suficiente. Los que asesinan a civiles en Bagdad, Raqqa, Kabul, Túnez, Barcelona o Manchester no pueden estar más de acuerdo.
McCants afirma que los saudíes son también «bomberos» en la lucha contra ISIS y Al Qaeda. Lo cierto es que ambas organizaciones declararon la guerra a Riad. El recientemente destituido príncipe heredero saudí, Mohamed bin Nayef, sufrió un atentado dirigido contra él por un terrorista suicida en 2009 cuando era viceministro de Interior.
Los países occidentales creen que necesitan la colaboración de los servicios de inteligencia de Arabia Saudí para derrotar a los yihadistas. Más rentable en términos monetarios es la venta de armamento por valor de centenares de miles de millones de euros a lo largo de décadas. Los gobernantes se afanan en el intento propagandístico de vender la venta de fusiles, lanzagranadas, tanques y aviones como una aportación en favor de la paz. Por eso, la primera ministra británica, Theresa May, ha llegado a decir que la venta de esas armas «ayuda a mantener seguras las calles del Reino Unido».
Lo que ocurre en las calles de las ciudades europeas que cuentan con una importante comunidad musulmana es muy diferente. Los saudíes han utilizado su ingente capacidad económica para financiar mezquitas, pagar sueldos de imanes y enviar material religioso con los que extender en Europa –al igual que en África y Asia– su visión rigorista y extremista del islam. Eso es a lo que se refiere McCants cuando les llama «pirómanos»
Es habitual encontrar en los medios de comunicaciones, en especial después de grandes atentados, preguntas sobre cuándo evolucionará el islam hacia posiciones menos retrógradas, como ocurrió en Europa (y no es que la Iglesia católica haya aceptado desde el siglo XX de buena gana la pérdida de su influencia social).
La respuesta es sencilla: nunca, mientras el dinero saudí sirva para sostener la influencia de los más reaccionarios.
Es un asunto del que los políticos y diplomáticos europeos prefieren no hablar en público. Actúan como si esa conexión no existiera. A veces, se escapan algunos comentarios. «No están financiando el terrorismo. Están financiando otra cosa que puede hacer que los individuos se radicalicen y se conviertan en carne de cañón del terrorismo», dijo William Patey, embajador británico en Riad entre 2006 y 2010. La primera frase se contradice un poco con la segunda frase.
Patey conseguía con estas palabras nadar entre dos aguas, pero venía a confirmar lo que muchos sospechan. Esas ideas llenan un mar de prejuicios y órdenes fundamentales para alimentar el odio al que es diferente y a hacerlo responsable de la política exterior de sus gobiernos.
En primer lugar, eso se nota en su propio país y ha tenido repercusiones en las guerras de Irak y Siria. Se sabe que 2.500 saudíes han acudido a la llamada del ISIS para combatir en sus filas en Siria, el mayor número de reclutamiento extranjero para los yihadistas allí después de Túnez. Había una cobertura política en ese llamamiento a la violencia. Riad, al igual que Qatar, ha financiado a grupos insurgentes de ideas islamistas o salafistas que han intentado derrocar al Gobierno de Asad. Siria no es el único caso. También procedían del Estado saudí el mayor número de terroristas suicidas que murieron en Irak, de acuerdo con las cifras manejadas por dos estudios.
Según un estudio del Brookings Institute, el mayor número de partidarios del ISIS en Twitter en 2015 procedía de Arabia Saudí, cuyos habitantes son muy activos en esa red social. Todos ellos hijos del sistema educativo del país.
Las evidencias se acumulan a lo largo de años hasta el punto de que a veces es necesario hacer algo, sea por convencimiento o por marcarse un gesto de cara a la galería. El Gobierno británico encargó a un think tank un informe sobre la financiación desde el extranjero del extremismo islámico en el Reino Unido. Lo recibió en julio de 2017 y de inmediato decidió no publicarlo, excepto un resumen de 430 palabras que desde luego no mencionaba a ningún país.
La ministra de Interior, Amber Rudd, dijo que permanecería secreto por razones de seguridad nacional y porque contenía material sensible sobre personas y organizaciones. Esa debía de ser la idea cuando se encargó el informe, no recibir un texto académico que se pueda encontrar en cualquier página web. Pero cuanto más se sabe sobre ciertos temas, menos derecho tienen los ciudadanos para enterarse.
Un informe de otro think tank sobre el mismo tema sí fue conocido en julio y era más explícito de lo que el Gobierno de May puede permitirse. La financiación extranjera del extremismo, decía el documento de The Henry Jackson Society, procede de gobiernos y fundaciones relacionadas con los gobiernos del Golfo Pérsico, así como de Irán. «Por encima de todos ellos, se encuentra Arabia Saudí, que desde los años 60 ha llevado a cabo un proyecto multimillonario para exportar el islam wahabí por todo el mundo islámico, incluidas las comunidades musulmanas de Occidente».
No es sólo una cuestión de dinero. ¿Quién se beneficia de esa generosidad? ¿Qué mensaje transmiten los guías religiosos en las mezquitas europeas que reciben ayuda saudí?: «En el Reino Unido, esta financiación ha tomado la forma de aportaciones económicas a mezquitas e instituciones educativas, que han correspondido haciendo de anfitriones de predicadores extremistas y distribuyendo textos extremistas. La influencia también se ha ejercido a través de la formación de líderes religiosos musulmanes británicos en Arabia Saudí, así como el uso de libros saudíes en ciertas escuelas islámicas independientes del país».
Según el informe, en 2007 se pensaba que Arabia Saudí gastaba 2.000 millones de dólares anuales en promover el wahabismo en el mundo. Ahora se cree que la cifra es el doble. «En 2007, se calculaba que el número de mezquitas británicas que apoyan el salafismo y el wahabismo era 68. Siete años después, el número de mezquitas identificadas con el wahabismo es de 110».
Un informe de los servicios de inteligencia alemanes filtrado en diciembre de 2016 llegaba a conclusiones similares sobre la financiación del extremismo y situaba su origen en Arabia Saudí, Qatar y Kuwait.
Salafismo no es necesariamente sinónimo de yihadismo o de apoyo a la violencia, pero todos los yihadistas aceptan los principios salafistas. El pluralismo, la tolerancia hacia otros musulmanes de convicciones religiosas más heterodoxas y la aceptación de los progresos de la ciencia son considerados anatema por los yihadistas, y también por los predicadores promovidos por el dinero saudí. Y quienes mejor aprecian la diferencia son los propios musulmanes.
Muchos refugiados sirios se han encontrado en Alemania con mezquitas dirigidas por imanes que ofrecen una interpretación de la religión más conservadora y menos tolerante de la que estaban acostumbrados en su país. Hasta el punto de que algunos han decidido no acudir a ellas.
En 2015, el rey saudí Salmán se ofreció a construir 200 mezquitas en Alemania para acoger las necesidades de los refugiados. No consta que el Gobierno alemán aceptara la oferta, pero tampoco ha prohibido la llegada de dinero saudí al país.
Farah Pandith fue testigo del alcance del adoctrinamiento saudí. Como enviada especial del Departamento de Estado para las comunidades musulmanes –un cargo de nueva creación en el Gobierno de Obama–, viajó a 80 países y su veredicto no puede ser más claro: «En cada lugar que visité, la influencia wahabí era una presencia insidiosa, cambiando la identidad local, desplazando las activas formas de práctica islámica arraigadas histórica y culturalmente, y sacando de allí a personas que eran pagadas para seguir sus reglas o que se convertían en sus propios vigilantes de la visión wahabí».
Pandith reclamaba en 2015 que escuelas y bibliotecas rechazaran la donación gratuita de libros de texto religiosos saudíes «llenos de odio» y que se impidiera que los saudíes continuaran «demoliendo» las costumbres religiosas locales «que prueban la diversidad del islam».
Incluso países muy alejados de Oriente Medio y con una tradición religiosa opuesta a la wahabí o salafista reciben la atención saudí. En Indonesia llevan años extendiendo su influencia en un país de 260 millones de habitantes. En un país tan inmenso, la estrategia consiste más en formar a los líderes religiosos del futuro. «La llegada del salafismo a Indonesia es parte del proyecto global de Arabia Saudí para extender su versión del islam por todo el mundo musulmán», dijo a The Atlantic Din Wahid, experto en salafismo indonesio en la Universidad Islámica de Yakarta.
En los Balcanes, la tradición musulmana local es tan heterodoxa que ha sido siempre compatible con costumbres que en Arabia Saudí te llevarían a prisión. En la segunda ciudad del país, Prizren, conocida por sus muchas y antiguas mezquitas, no era raro hace cuatro años ver a una anciana cubierta con ropas amplias y el pelo tapado como dictan los cánones, acompañada por su nieta ataviada con una minifalda realmente corta.
Ahora Kosovo también se ha convertido en un centro exportador de partidarios del ISIS –314 identificados en 2016, el mayor número per cápita en Europa– sin que se pueda considerar una casualidad el dinero saudí llegado en los últimos años en favor de ideas extremistas.
«Ellos (los saudíes) promueven un islam político», dijo al NYT Fatos Makolli, director de la policía antiterrorista». «Gastan mucho dinero para promoverlo a través de programas dirigidos sobre todo a los jóvenes y gente vulnerable, y traen consigo textos wahabíes y salafistas. Atraen a esta gente a un islam político radical, lo que provoca su radicalización».
Adoctrinamiento. Textos wahabíes traídos desde Arabia Saudí. Imanes y profesores a sueldo de Riad. Abandono de las costumbres locales. Radicalización. Alistamiento en el ISIS o antes Al Qaeda. Es una cadena que se repite en distintos países del mundo. No siempre acaba en terrorismo, pero siempre comienza con la llegada de alguien con una oferta económica que no se puede rechazar y que promete el auténtico islam.
Los saudíes niegan cualquier conexión en esa cadena. Los yihadistas, obsesionados con la ortodoxia de sus ideas en relación a los primeros siglos del islam, saben muy bien cuáles son las fuentes de confianza.
Hasta que en 2015 pudieron publicar sus propios libros de texto para los colegios de las zonas que habían ocupado en Irak y Siria, los yihadistas del ISIS adoptaron los manuales religiosos oficiales que Arabia Saudí reparte en su sistema educativo. De las doce primeras obras publicadas por el Estado Islámico, ocho eran de Muhamad ibn Abd al-Wahhab, el fundador del credo wahabí, la religión de Estado en Arabia Saudí.
Los primeros eslabones de la cadena generan una confianza absoluta en la organización que representa la última amenaza yihadista que persigue a Europa.