Jacques Chirac es quizá el símbolo del gigantesco error que puede suponer convocar elecciones anticipadas confiado en que las encuestas se conviertan en realidad y las urnas te concedan otra mayoría en el legislativo, incluso superior a la anterior. En 1997, el presidente cogió a la oposición por sorpresa y disolvió la Asamblea Nacional un año antes del final de la legislatura. Los franceses dieron la mayoría a los socialistas y sus aliados de izquierda. El partido de Chirac y sus socios de la UDF perdieron entre ambos 198 escaños. Lionel Jospin se convirtió en primer ministro. La cohabitación fue el premio que recibió Chirac por su falta de olfato político, algo llamativo en alguien cuya carrera había comenzado 35 años antes.
Theresa May no puede presumir de una trayectoria tan dilatada. Ya le recuerdan que no ha sido nunca ni líder de la oposición ni ministra de Hacienda, los dos puestos previos con los que se suele llegar a Downing Street.
Todo eso no importaba nada hace unas semanas cuando tomó la decisión que dijo que nunca tomaría: adelantar las elecciones al 8 de junio. Los sondeos ponían a los laboristas 20 puntos por detrás en camino de su peor derrota electoral desde la Primera Guerra Mundial y con un líder hundido en las preferencias de los votantes al enfrentarlo directamente a May. El voto a Ukip casi desaparecía, absorbido por completo por los tories.
Parecía el típico gesto implacable que tanto gusta a los periodistas británicos. De repente, ya no importaban las dudas sobre cómo el Gobierno pretendía afrontar las negociaciones del Brexit ni la complacencia fuera de la realidad de la que presumían sus ministros en ese asunto. Con su decisión, May eliminaba de la ecuación a los laboristas y, sobre todo, a los tories que pudieran apostar por un Brexit distinto al que terminara eligiendo la primera ministra. Todo el poder para ella en unas elecciones en las que aumentaría con claridad la mayoría absoluta de 18 escaños de la que gozaba su partido.
Por todo ello, esta nueva cita electoral pasó a ser considerada la más aburrida desde siempre por previsible.
Cómo han cambiado las cosas en poco más de un mes. Las encuestas marcan ahora la tendencia opuesta. Los laboristas escalan posiciones sin que la muy discreta valoración personal de Jeremy Corbyn les afecte. Los tories empiezan a pensar que el objetivo debe ser simplemente mantener la mayoría absoluta sin grandes alardes, aunque es cierto que en ninguna encuesta bajan del 40%.
No es posible sacar una sola conclusión de los sondeos, que arrojan resultados muy diferentes. Quien más se destaca es YouGov, cuyos trabajos aparecen en The Times y The Sunday Times. En el sondeo de este jueves la diferencia entre los dos principales partidos es ya mínima: 42% para los conservadores y 38% para los laboristas (YouGov daba 25 puntos de ventaja a los tories cuando se anunciaron los nuevos comicios). A partir de sus estimaciones, YouGov ha sacado un modelo que pronostica que en estos momentos May no tendría mayoría absoluta, ni siquiera con el apoyo de los unionistas del Ulster.
Antes de examinar otras empresas, no hay que olvidar que YouGov fracasó en las anteriores elecciones de 2015. Sin paliativos. Anunció que los tories se quedarían lejos de la mayoría absoluta y ocurrió lo contrario. En el referéndum de independencia de Escocia, una de sus encuestas, seis días antes de la cita con las urnas, pronosticaba una victoria del ‘no’ de sólo cuatro puntos, lo que desató el pánico general en Londres. La diferencia final fue de diez puntos.
YouGov no fue la única empresa que se estrelló en 2015. Casi todas lo hicieron. En esta campaña, otras encuestas ofrecen ventajas mayores para los tories. Por ejemplo, ICM, doce puntos. TNS, diez. Survation, seis. La media de todos los sondeos está entre ocho y nueve puntos. Pero en la mayoría de ellas la tendencia es la reseñada. Los laboristas suben y los tories permanecen parados con el 42% o el 43%.
Sometimes life comes at you fast #ge2017 pic.twitter.com/fopNjHdOcp
— Matthew Goodwin (@GoodwinMJ) 1 de junio de 2017
Antes del Brexit, May era considerada por la prensa una de las candidatas favoritas para sustituir a Cameron a lo largo de la legislatura. George Osborne tenía el poder que le daba ser el número dos del primer ministro. Boris Johnson podía presumir de su popularidad entre las bases. May, que repetía como ministra de Interior, solía estar acompañada en las descripciones de sus méritos con las palabras «safe pair of hands». Quizá alguien no muy carismático ni brillante, pero sí sólido y fiable. Alguien que no comete errores.
Esta campaña ha ofrecido un error que cuenta con pocos precedentes incluso en partidos poblados de incompetentes: cambiar el programa electoral después de haberlo presentado (cosa que por cierto también ocurrió cuando el ministro de Hacienda presentó en el Parlamento el proyecto de presupuesto). La propuesta inicial consistía en que los ancianos –todos salvo los muy pobres– deberían utilizar la propiedad de su casa para financiar su ingreso en residencias.
Los medios lo llamaron «dementia tax», un concepto un poco salvaje pero con gran capacidad para quedar fijo en la mente de los votantes. Luego los tories empezaron a recular y dijeron que habría algún tope en la aportación económica de esas personas. En teoría, no se trataba de exprimirlos hasta la última libra. Obviamente, los periodistas preguntaron cuál sería esa cantidad máxima. No recibieron ninguna respuesta concreta.
No hay error peor que aquel que confirma los prejuicios que la oposición intenta inculcar en la mente del votante sobre la maldad intrínseca del partido del Gobierno.
Aunque los medios, siempre dispuestos a burlarse de Corbyn, anunciaron entre risas que el programa laborista se parecía mucho al de 1983 y su condición de «la más larga nota de suicidio de la historia», lo cierto es que muchas de sus reclamaciones son bastante populares en la opinión pública. Si bien no está claro de dónde saldrá el dinero para financiar el aumento de gasto público (un pecado tradicional en los programas electorales), algunos análisis indican que lo que sería una fantasía absurda es continuar con la situación actual: caída de ingresos netos en los hogares, más desigualdad, sanidad pública sin fondos suficientes o un crecimiento escaso después de años de constantes estímulos financieros procedentes del Banco de Inglaterra.
Esta semana, ha habido dos citas televisivas relevantes. Un programa en el que Jeremy Paxman entrevistó sucesivamente a Corbyn y May, y un debate en BBC con los líderes de los partidos en el que la primera ministra decidió enviar en su lugar a la ministra de Interior, Amber Rudd. El padre de Rudd había muerto dos días antes, pero aun así participó. May no quiso dignarse a aparecer. Cuando Rudd elogiaba las dotes de liderazgo de su jefa, las risas en el público (elegido por una empresa de encuestas para que fuera representativo) eran claramente audibles.
Y no es que en otros momentos de la campaña May esté teniendo una brillante actuación. Esta entrevista con la prensa local de Plymouth no destaca precisamente por la profundidad de sus argumentos.
Theresa May’s interview with the Plymouth Herald: https://t.co/Q3yk5r4uFB pic.twitter.com/P0ZkQu94Ho
— Fraser Nelson (@FraserNelson) 1 de junio de 2017
Desde que convocó las elecciones, May se comporta como si ya las hubiera ganado y sólo quedara un molesto trámite. Pudo librarse del debate, pero no de la entrevista que hizo Paxman a Corbyn y a ella. El laborista se manejó mejor de lo que esperaban los medios –él tampoco derrocha carisma–, pero ella se vio desarbolada en algunos momentos.
ICYMI: Highlights of Jeremy Paxman’s questions to @theresa_may and @jeremycorbyn #BattleForNumber10 pic.twitter.com/vvmmiaqpg9
— Sky News (@SkyNews) 30 de mayo de 2017
Una frase del periodista resultó especialmente dañina por referirse a todas esas rectificaciones y cambios de opinión. Si estuviera en Bruselas y tuviera que negociar el Brexit con May, dijo, pensaría que usted es «una arrogante que se viene abajo ante los primeros disparos» (a Paxman le gustan las metáforas bélicas). Eso desmiente la imagen que May y sus asesores han labrado de ella, su condición de mujer difícil y dura que conseguirá el mejor acuerdo posible para Gran Bretaña, dispuesta a aguantar impertérrita las presiones y a levantarse de la mesa si no consigue lo que quiere. De ahí que diga que «no tener un acuerdo (con la UE) sería mejor que un mal acuerdo».
La falta de consistencia de May ha hundido una reputación cuidadosamente construida desde que se convirtió en líder tory. Llegó a la cúspide gracias al terremoto interno provocado en los tories por la victoria del Brexit y la capacidad de sus rivales de autodestruirse en un corto espacio de tiempo. Parece que el instinto suicida le ha llegado ahora a ella. El FT ha contado hasta nueve ocasiones en las que May giró el volante político en dirección contraria a la anterior. Es posible que a la décima acierte, como también que los votantes decidan que bajo su aspecto serio no hay nada que les impresione.