La mejor forma de apreciar el impacto de un nuevo movimiento político es observar la respuesta que provoca en el establishment. A partir de ese baremo, no cabe duda de que el 15M tuvo un éxito inmediato. Antes de que se vaciara Sol, la reacción de los principales partidos y medios de comunicación fue de una completa hostilidad. Ni siquiera hubo espacio para una cierta perplejidad inicial. Fueron directamente a criminalizarlo, en algunos casos utilizando el comodín de costumbre: ETA, el terrorismo, los violentos…
Muy pronto, las encuestas demostraron que, con independencia de quien llevara la iniciativa en la calle, los motivos de la protesta eran, como se dice tanto ahora, transversales. Incluso más que eso. Pocos meses después, un sondeo de Metroscopia reveló que el 73% de la gente estaba a favor de las razones del 15M (incluido el 55% de los votantes del PP). Esa misma encuesta concedía una rotunda victoria a Rajoy poco antes de las elecciones generales, lo que demostraba que el desafío no podía solucionarse sustituyendo a un partido por otro en el Gobierno, la alternancia con la que el sistema intenta resetearse.
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