En unos pocos días, muchos se han puesto nerviosos en EEUU. ¿Está Donald Trump a punto de acabar con Robert Mueller y su investigación sobre la supuesta interferencia de Rusia en la campaña electoral norteamericana? El presidente lleva mucho tiempo calificando de «caza de brujas» todo este asunto. Está convencido de que fue un error nombrar fiscal general a Jeff Sessions, el único senador que le apoyó desde el principio de la campaña. Y todo por haberse recusado en el tema de Rusia, lo que permitió a su segundo, Rod Rosenstein, nombrar a Mueller consejero especial de la investigación con poderes legales similares a los de un fiscal.
Hace unos días, se supo que Mueller se había hecho con decenas de miles de emails del equipo de transición de Trump que funcionó antes de su toma de posesión. No tuvo que pedirlos a las personas que dirigieron ese equipo ni a los responsables de la Casa Blanca. Le bastó con reclamarlos a la oficina que se ocupa de las comunicaciones electrónicas del Gobierno, que está obligada a conservar todos esos documentos. A partir de ese momento, el nivel de enfado del círculo de Trump comenzó a aumentar por encima del nivel habitual, que ya es habitualmente muy alto.
Un problema más serio es la noticia de que un agente del FBI que forma parte del equipo de Mueller envió mensajes con insultos a Trump a otra persona del FBI el pasado verano. En uno de ellos, le llamó idiota. Además en mensajes anteriores a las elecciones comentó que estaba dispuesto a hacer lo posible para que Trump no fuera elegido. Al conocer esos comentarios, Mueller lo sacó del equipo.
Al conocerse recientemente este cese y sus razones, varios congresistas republicanos lo utilizaron para exigir el relevo de Mueller o el fin de la investigación. En una comparecencia en el Congreso, Rosenstein dijo que mantenía su confianza en su responsable (eso llevó a Trump a comentar entre sus asesores que el número dos del fiscal general adjunto era «un demócrata» y a definirlo como una amenaza para su presidencia, según The Washington Post).
Trump aprovechó la polémica en Twitter el 3 de diciembre para decir que la reputación del FBI está «destrozada». «La peor de la historia».
La idea de que Trump pretende decapitar a Mueller antes de que acabe el año –algunos comentan que el mismo día de Nochebuena– no pasa de ser un rumor, pero ha sido alentado también por congresistas demócratas que han dado la voz de alarma. Se basan en que los republicanos quieren poner fin en diciembre a la toma de declaraciones de testigos en el Comité de la Cámara de Representantes que investiga el tema, lo que es cierto, y pasar ya a la elaboración de las conclusiones.
Mientras Mueller siga con su trabajo, lo que haga esa Cámara es menos importante, y de hecho hay otra investigación similar en el Senado, pero la polémica ayuda a que continúen los comentarios.
La imagen de arriba es de un rótulo de Fox News durante una entrevista con Kellyanne Conway, consejera de la Casa Blanca y antes de la campaña de Trump. Por muchos rumores y exageraciones que haya entre los demócratas, Fox News siempre puede subir la apuesta y en este caso plantear la idea del golpe de Estado, aunque sólo sea con interrogantes.
Trump no puede destituir personalmente a Mueller (el domingo negó tener intención de dar ese paso), porque no fue él quien lo nombró. Pero podría ordenar al fiscal general cesar a Rosenstein o a él si no le obedece para que el sustituto le libere de la funesta carga de soportar a Mueller. Es lo que hizo Nixon en octubre de 1973 en la ‘masacre del sábado noche’ para conseguir la destitución del fiscal especial del caso Watergate. Una semana después, una encuesta de NBC ofreció un empate técnico (44%-43%) a la pregunta sobre la destitución de Nixon. Era la primera vez que los partidarios del cese superaban en un sondeo a los que se oponían.
El cese de Mueller traería con él centenares de artículos en todo el mundo con comparaciones entre Nixon y Trump y provocaría innumerable peticiones demócratas para poner en la marcha el proceso de destitución (impeachment) del presidente. En la web conservadora National Review, Rick Lowry lo plantea de esta manera. Si Trump tiene algo que ocultar (y Lowry no cree que de momento haya pruebas que indiquen eso), quizá deba acabar con Mueller y afrontar la tormenta. De otra manera, sería absurdo. En el caso de que en las elecciones de 2018 los demócratas se hagan con la mayoría en la Cámara de Representantes, el inicio del proceso de impeachment estaría casi garantizado y Mueller sería el primer testigo de cargo contra el presidente.
El cese de Mueller sería la gran pancarta que movilizaría el voto demócrata en las elecciones, que pasarían a ser una especie de referéndum sobre Trump. Todos los votantes demócratas que quisieran deshacerse de él tendrían un motivo extra para ir a las urnas en unos comicios que habitualmente tienen una participación inferior a las presidenciales, lo que suele perjudicar a los demócratas.
Por tanto, la mejor garantía de que Mueller siga en su puesto es que acabar con él pondría en peligro toda la presidencia de Trump. La investigación pasaría de ser una enfermedad crónica a un tumor letal.
Claro que esa deducción parte del supuesto de que Trump no hará ningún movimiento impulsivo ni irracional, ni tomará una decisión que sus asesores y abogados no le recomienden. Eso es una presunción excesiva en relación al presidente de EEUU.