Donald Trump no tiene límites. Tampoco en el campo del lenguaje. A fin de cuentas, no es un político profesional, esa condición de la que huyen despavoridos todos los candidatos republicanos a la presidencia de EEUU, aunque lleven toda su vida, corta o larga, dedicados a la política. En un mitin en New Hampshire, utilizó uno de esos insultos que no pueden aparecer en las cadenas de televisión si no quieren que les caiga una buena multa. Y tampoco suelen aparecer en los periódicos, donde utilizan los típicos asteriscos para sustituir algunas letras.
Trump estaba contando que en el debate anterior, después de que él apoyara sin dudar el uso de la tortura con los detenidos, en concreto el ‘waterboarding’, Ted Cruz no se atrevió a llegar tan lejos y dudó. Una mujer en el público dijo que el senador de Texas era un «pussy» (un término de ‘slang’ para referirse a la vagina pero que como insulto significa cobarde pero en tono extremadamente vulgar). Trump se rió y en tono teatral dijo que alguien había dicho algo «terrible». El micrófono del escenario obviamente no recogió bien la voz de ella, así que Trump no tuvo inconveniente en pronunciarla en voz alta. Risas. Gran ovación.
Ni los políticos ni los periodistas utilizan en público ese lenguaje en EEUU. Bueno, ni nadie que no sea un macarra o un actor en una película por estricta exigencia del guión. Trump no necesita andarse con convencionalismos. Su papel consiste en decir que todo es una mierda, que los demás no tienen lo que hay que tener para solucionar los problemas del país, y que los periodistas son una banda de mentirosos y vendidos. Alguien dijo en Twitter que Trump era como si la sección de comentarios de una página web pudiera presentarse a las elecciones. Es una descripción bastante correcta. Su labor consiste en decir lo que sus votantes potenciales piensan y sólo dicen en la barra de un bar después de la cuarta copa. O lo que escriben sobrios en los comentarios de una web.
Hace unos meses, el NYT publicó un artículo para contar que en estas primarias los candidatos, no todos, están empleando un lenguaje más vulgar de lo habitual. No al nivel de Trump, claro. A nosotros nos puede parecer que no es para tanto si alguno de ellos dice «bullshit» o «damned», pero los políticos en EEUU no dicen esas cosas en público, a menos que les pille un micro abierto. Trump ha convertido las primarias en un gran espectáculo televisivo y no le ha ido del todo mal en su versión norteamericana de Berlusconi, alguien que quiere ser vulgar y divertido al mismo tiempo. Cuando le preguntan si no está yendo demasiado lejos, suele responder que no se rige por lo «políticamente correcto», la expresión frecuente entre muchos políticos de derechas tras la que ocultan el machismo o la intolerancia.
Todo ese espectáculo vulgar no le ha perjudicado en la primera cita que tenía un carácter decisivo para él, las primarias de New Hampshire. Los resultados, aún no definitivos, le conceden la victoria rotunda que aventuraban los sondeos. A esta hora, con el 89% del escrutinio, Trump cuenta con el 35,1% de los votos. Por detrás, un grupo de candidatos separados por un margen más estrecho: John Kasich, 15,9%; Ted Cruz, 11,6%; Jeb Bush, 11,1%; Marco Rubio, 10,6%.
Kasich es la alternativa más moderada dentro de los republicanos, tanto es así que recibió el apoyo de The New York Times en un editorial reciente. Su buen resultado en New Hampshire puede ser un destello que se apagará pronto o el inicio de una remontada. Es un candidato de derechas al que los medios han prestado poca atención al quedar sepultado por todo el ruido generado por Trump y Cruz. Ted Cruz, vencedor en Iowa, se queda donde se esperaba en un Estado con menor número de votantes ultraconservadores de fe evangélica. Jeb Bush, la gran decepción para el aparato del partido por su mediocre arranque de campaña, hace valer el poder de su nombre y de sus cuantiosos fondos. Tiene dinero para seguir intentándolo y llegar hasta el supermartes del 1 de marzo.
Quien da un paso atrás es Marco Rubio, que se había convertido en la aparente gran esperanza del establishment para detener al loco Trump después de su buen resultado en los caucus de Iowa. En los últimos días, Rubio había sumado titulares por las razones equivocadas. Fue en el último debate donde quedó patente que quizá no dé la talla para el cargo que ambiciona.
Cuando el moderador le recordó las críticas que recibe por su falta de experiencia (tiene 44 años y está en su primer mandato en el Senado), Rubio en seguida recurrió a una frase que ha utilizado antes, no sobre él, sino sobre el presidente: no es cierto que Obama no sepa lo que hace, como afirman muchos de sus compañeros de partido, sino que lo sabe perfectamente, su intención es «cambiar este país y hacerlo más parecido al resto del mundo». Y él no va a permitirlo porque «América es el mejor país que haya existido nunca en el mundo».
Ahí te estaba esperando, debió de pensar el gobernador de New Jersey, Chris Christie, uno de los candidatos que esperaban estar exactamente donde está ahora Rubio y que está a punto de cerrar la persiana tras los resultados de New Hampshire. Christie martilleó a Rubio con esa misma falta de experiencia en términos más duros que el moderador. ¿La respuesta de Rubio? Volver a repetir la frase sobre Obama. Por segunda vez. Y no fue la última. Lo hizo luego. Por tercera vez (vídeo). ¿Sólo tres? No, hubo una cuarta. Como un robot programado para soltar las mismas frases una y otra vez mientras tenga cargada la batería.
Pocas veces se ve a un político confirmando en prime time la veracidad de los ataques que recibe. Bromas y memes llovieron por todos los sitios. Algunos se referían al tema más en serio en tono ‘no me puedo creer lo que he visto’. Otros recordaban que cualquier programa u ordenador puede tener un ‘bug’ que sólo se soluciona reseteando la máquina.
Robot Rubio repeats same line four times, even after being mocked https://t.co/H5mbgmNj8x pic.twitter.com/cHddOy5Cuu
— Boing Boing (@BoingBoing) febrero 7, 2016
Es muy corriente que los políticos se atengan a los ‘talking points’ preparados con los asesores antes de su debate. No es extraño que se utilicen más de una vez a lo largo del enfrentamiento. A veces, la situación se torna ridícula si esas frases se emplean en el momento equivocado. Creo recordar que algo de eso le pasó a Rajoy en su debate con Rubalcaba en 2011 cuando sacaba el tema de las diputaciones cuando no venía a cuento. Lo que no ocurre mucho es que un político repita la misma frase casi literalmente varias veces en un margen de muy pocos minutos.
Cabe la posibilidad de que tengan que programar otra vez a Rubio. Resulta difícil pensar en la estrategia que se marcó para ese debate cuando tenía que responder a una acusación que tenía que esperar, porque no es la primera vez que la utilizan contra él. La explicación más lógica es que entró en pánico y no supo por dónde salir. Mal asunto si quieres convencer a tus compatriotas de que estás preparado para afrontar las responsabilidades del cargo, también en los momentos más difíciles. Y lo peor es que hace tiempo, en 2011, un periodista ya escribió que Rubio le recordaba a un robot y que confiaba, para asegurarse, en verle pasar por un detector de metales.
Al menos, en esta competición tan trepidante entre adversarios con no demasiadas diferencias ideológicas entre ellos, es posible que salgan nuevas historias ridículas de otros candidatos nerviosos por los malos resultados, y la gente termine olvidando esa mala noche de Rubio. Lo ocurrido en las primarias de New Hampshire indica que el robot Rubio necesita pasar por el taller. Aún no es tarde para que le instalen la última versión del sistema operativo necesario para ganar unas primarias, siempre que no sea de Windows.