Cómo pasa el tiempo. Hace justo dos años, la estrella emergente de la política española se precipitó contra el suelo a la máxima velocidad y originó un cráter que dejó pequeño al de la península de Yucatán. Fue un espectáculo pirotécnico a la altura del que protagonizaron la UCD y Landelino Lavilla en 1982. Albert Rivera estaba convencido de que podía ser el nuevo líder de la derecha española y de repente descubrió que todo había sido un sueño. Aún no había cumplido 40 años –le faltaban unos días– y tenía que reinventarse con un nuevo empleo. Tampoco le iba a resultar difícil. Sólo debía gestionar la frustración.
Para el tema laboral, entró a trabajar en un bufete de abogados. Para el tema del ego, decidió que la sociedad estaba sedienta de sus conocimientos sobre liderazgo. Se supone que de la parte que le llevó a aparecer con 40 escaños en el Congreso en diciembre de 2015 con 3,5 millones de votos o cuando superó los cuatro millones en abril de 2019 amenazando la posición del Partido Popular. Siete meses después, se repitieron las elecciones y perdió 2,5 millones de votos y 47 escaños. El líder con el fracaso más estruendoso de la última década cree estar ahora en condiciones de sentar cátedra. Un buen comienzo sería explicar que nunca debes dejarte deslumbrar por lo mucho que te adoran tus subalternos. Eso incluye a los jefes de opinión de algunos periódicos.
El vehículo es una universidad privada en la que impartirá un posgrado en liderazgo y management (sic) político. Precio: 5.800 euros por un curso de 180 horas. La hora sale a 32 euros, así que será mejor que los alumnos lo aprovechen. Como prólogo, el jueves intervino en un debate sobre liderazgo –entrada gratuita– junto a Juan Manuel Moreno Bonilla y Emiliano García-Page, presidentes de Andalucía y Castilla La Mancha. En su condición de gurú, Rivera utiliza conceptos como «startup política» y «know how» y dice que su aspiración en estos momentos es «innovar».
En su momento, se presentó como paradigma de una nueva forma de hacer política en España alejada de las viejas estructuras de la izquierda y la derecha. Salió mal. No estaba claro que fuera realmente nueva cuando aspiraba a quedarse con los votantes del PP, pero lo que es innegable es que los clientes no quisieron comprar el producto.
La universidad ya ha hecho pública una lista de los invitados de Rivera que le acompañarán en las clases. Son ocho hombres entre los que hay un par de ejemplos de grandes fracasos. Mario Vargas Llosa, incapaz de derrotar en las urnas a Alberto Fujimori, lo que inició un periodo negro en la historia de Perú. Alberto Ruiz Gallardón, toda la vida queriendo entrar en un Gobierno nacional y luego viéndose obligado a abandonarlo antes de tiempo cuando el jefe tira su proyecto más querido a la papelera. Igual Rivera se siente muy cercano a sus experiencias. También está Toni Cantó, cuya presencia resulta un tanto estrafalaria. Pero por otro lado, no hay que despreciar lo que sabe sobre líderes. Ha conocido a unos cuantos porque ha estado en cuatro partidos en menos de una década. Y los que le quedan.
Lo que no quiere Albert Rivera es que le líen con historias de la política que tuvo que abandonar. Eso incluye un hipotético interés de Pablo Casado por contar con sus servicios dentro de su estrategia de acabar con el partido que preside Inés Arrimadas. El exlíder de Ciudadanos está ganando dinero y pasando más tiempo con la familia. Ahora hasta puede formar pequeños riveras en el posgrado. No tiene intención de hacer de masajista del siempre tenso presidente del PP. «Tengo dos pies y medio fuera de la política», dijo a una pregunta sobre un regreso improbable.
En el debate del jueves, no pudo hablar más que Page. Eso es casi imposible, según numerosos estudios y papers de prestigiosos institutos de estudios. Sí insistió en la crítica a la política española que, según él, impide los grandes acuerdos entre partidos diferentes. Se refiere a pactos en los que estén representados él o sus ideas, porque el actual Gobierno de coalición es un ejemplo obvio de ello, aunque no de su gusto. «Nos ha faltado coraje para defender el diálogo entre los que tenemos valores comunes», dijo. Él pudo intentar pactar con Pedro Sánchez después de las elecciones de abril de 2019 y se negó a explorar esa vía para la que es cierto que se necesitaba «coraje». Sólo hizo en público una oferta de última hora con tantas condiciones que parecía pensada para que terminara en nada.
Los tres participantes hablaron mucho de la importancia de llegar a acuerdos, y ahí lo que dijera Moreno Bonilla era interesante. Como ya ha dicho, insistió en que está abierto a una negociación que permita al PSOE apoyar los presupuestos andaluces. Eso beneficiaría a su Gobierno y lo distinguiría de la pelea de gallos permanente que se vive en Madrid. No está claro cómo puede beneficiar al PSOE en una comunidad en la que necesita encontrar su perfil en la oposición con un nuevo líder.
Aunque ese pacto no llegue a producirse, Moreno pretende desmarcarse del estilo de hacer política de Casado y Díaz Ayuso. «Se ha trasladado la imagen de que los adversarios políticos son enemigos políticos. Y eso no es verdad», dijo con un mensaje que es imposible escuchar a la presidenta madrileña, que se considera una abanderada de la libertad rodeada de enemigos despreciables dispuestos a imponer el comunismo y llevar el mal por todo el mundo. Como ejemplo, Moreno puso sus contactos frecuentes con varios presidentes de CCAA para encontrar una manera de reformar la financiación autonómica. Se refirió a su reunión reciente con el valenciano Ximo Puig y destacó sus relaciones cordiales con los presidentes de Extremadura, Castilla La Mancha y Aragón.
Moreno quiso hacer entender que hay un mínimo de pragmatismo que justifica la importancia de esos contactos para obtener algo que pueda beneficiar a su comunidad. No está metido en ninguna guerra santa contra los otros.
Page aparenta estar en una posición similar, aunque expresada de forma algo confusa. No apoya la idea de un Gobierno de gran coalición PSOE-PP, pero sí que ambos partidos lleguen a «grandes acuerdos». No dice exactamente sobre qué. Es la mejor forma de no pillarse los dedos. Lo que molesta a Page es que existan los partidos nacionalistas y que hayan tenido tanta influencia en España. «Llevamos cuarenta años diluyendo el concepto de Estado», dijo, haciendo como que ignora que las comunidades autónomas también forman parte del Estado. «Lo que tenemos es un Estado federal con todas las de la ley». Da la impresión de que Page no sabe qué es un Estado federal. Él desde luego no tiene las competencias del presidente de Baviera o del gobernador de Texas.
Es lo que ocurre con los dirigentes del PSOE y el PP que aspiran a que ambos partidos lleguen a acuerdos. La melodía la tienen clara, pero al escribir la letra es cuando la canción empieza a chirriar.