La solidaridad con las Pussy Riot en Europa y EEUU ha sido amplia y calurosa. Condenar a una pena de prisión por un acto de protesta política es algo que la gente imagina que debe de ocurrir con frecuencia en la Rusia de Putin. También es posible suponer que los creyentes rusos encuentren imposible de aceptar la burla de la jerarquía religiosa o de una catedral. ¿Qué ocurre con el resto de la población, al menos en las grandes ciudades y entre las clases medias tan similares a las de Europa Occidental?
Aparentemente, sería un grave error pensar que la condena ha sido recibida con rechazo. No es raro cuando se ha llevado a cabo un acto político con la intención de provocar una reacción en un grupo de gente anestesiado por el poder. Pocos provocadores, eso sí, gozan del apoyo de la opinión pública.
La imagen de arriba corresponde a una actuación realmente singular (eso que se llama una ‘performance’) de un grupo llamado Voina. En abril de 2008, indignados por uno de esos relevos pactados en el poder protagonizados por Putin y Medvedev, entraron al Museo de Biología de Moscú, se quitaron la ropa y comenzaron a mantener relaciones sexuales. “Follar por Medvedev” era el eslogan de la protesta. No sabemos hasta qué punto llegó cada uno de los coitos –las pastillas de Viagra depositadas sobre una mesa hacían las veces de ‘atrezzo’–, porque a los diez minutos la seguridad del museo les obligó a ponerse los pantalones y salir del edificio.
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