En diciembre de 2012, la Unión Europea recibió el Premio Nobel de la Paz, una distinción siempre polémica porque es difícil estar a la altura de algunos de los premiados. Y, por decirlo de alguna manera, no es lo mismo ser Henry Kissinger que Nelson Mandela. La UE, que es entre otras cosas el club de algunos de los países más ricos del planeta, obtuvo el galardón por su capacidad para superar décadas de guerra y odio en un continente que había provocado dos guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX.
Siendo como son los políticos, la celebración no podía quedarse en eso, en la alegría por los logros conseguidos dentro de las fronteras europeas. En su discurso, el entonces presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, fue más allá y presentó a la UE como «una poderosa inspiración para muchas personas por todo el mundo». No habló de inmigración, pero aún menos presentó a una Europa escondida dentro de su fortaleza. Muy al contrario:
«Todos compartimos el mismo planeta. La pobreza, el crimen organizado, el terrorismo, el cambio climático: estos son problemas que no respetan las fronteras nacionales. Compartimos las mismas aspiraciones y valores universales: están echando raíces en un número cada vez mayor de países del mundo. Compartimos l’irréductible humain, el valor único e irreducible del ser humano. Más allá de nuestra nación, más allá de nuestro continente, todos somos parte de una sola humanidad.»
La actual crisis de los naufragios de buques llenos de inmigrantes africanos en el Mediterráneo, pocos meses después de que Italia y la UE clausuraran la operación de rescates de Mare Nostrum, cobra un carácter singular tras leer estas palabras de Barroso.
Pero no se quedó ahí. Cualquiera que le oyera pensaría que la UE nunca y bajo ningún concepto abandonaría a aquellos que huyen de guerras o de la miseria de sus países. Por ejemplo con estas palabras:
«Como continente que pasó de la devastación a convertirse en una de las economías más fuertes del mundo, con los sistemas sociales más progresivos, por el ser mayor donante del mundo en ayuda al desarrollo, tenemos una responsabilidad especial sobre millones de personas que viven en una situación de necesidad.»
No es responsabilidad sobre millones de personas lo que nos viene a la cabeza cuando recordamos que los gobiernos británico y español justificaron el fin de Mare Nostrum (y su sustitución por Tritón, cuya única función es patrullar las costas italianas) con el argumento de que suponía un efecto llamada para los inmigrantes interesados en dar el salto a Europa. La prioridad con esa medida era por encima de todo proteger las fronteras europeas. ¿Y qué tenía que decir el presidente de la Comisión Europea sobre esas fronteras?
«Durante los últimos 60 años, el proyecto europeo ha demostrado que es posible que pueblos y naciones se unan por encima de las fronteras. Que es posible superar las diferencias entre ‘ellos’ y ‘nosotros’.»
El público asistente se levantó para sellar con aplausos las palabras de Barroso. Quizá no se las creyeron. Quizá pensaron que es posible «superar las diferencias» por encima de las fronteras mientras «ellos» se queden en África.