«A veces la información va por un lado y la realidad, por otro», dijo Carmen Calvo en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. Es un concepto que hay que macerar para entenderlo, porque a fin de cuentas las ruedas de prensa de la vicepresidenta son una entrada en la dimensión desconocida. Evidentemente, ella dicta la realidad y los demás deben comprenderla a pesar de sus limitaciones. Como cuando le preguntaron por la decepción que deben de estar sintiendo muchos votantes de izquierda por el fracaso de la investidura y acabó respondiendo que hay «mucha frustración en el electorado de Ciudadanos». De acuerdo, lo que usted diga. La culpa es nuestra por no estar en su misma longitud de onda.
Pedro Sánchez ha decidido que la experiencia de formar un Gobierno de coalición con Podemos ha estado bien para 72 horas, pero que no le interesa prolongarla por más tiempo. Los llamamientos para que en septiembre se haga otro intento de impedir la repetición de elecciones han quedado cortocircuitados –o limitados de forma estricta– por el anuncio hecho por Calvo en nombre de Sánchez. «No hay vía en esa dirección», dijo Calvo. La decisión la toma Moncloa, pero, tal y como explica la vicepresidenta, resulta que es el otro partido quien la adoptó: «Intentamos en serio un Gobierno de coalición y ayer (por el viernes) le cerró el paso Unidas Podemos».
«Va quedando claro que Sánchez nunca quiso negociar», dijo Ione Belarra. Podemos denuncia que todo fue un simulacro para que a la vuelta de agosto el PSOE redoble su apuesta por una abstención del PP y Ciudadanos.
El otro nunca tuvo intención de negociar, es el mensaje que ambos partidos han puesto en circulación. No es suficiente con quejarse de las reclamaciones del otro o de su estilo negociador. En el estilo de caballo de Atila de la política española, el otro debe ser descrito en términos dantescos, demoníacos, para que tu votante no tenga dudas sobre la asignación de la culpabilidad. Tenemos unos políticos que se comportan como ‘trolls’ en internet. Su descalificación del adversario es completa. Su desprecio por él se hace patente en cada una de las declaraciones.
Las encuestas suelen demostrar que la mayoría de los votantes mantiene posiciones más ecuánimes. Se muestran con frecuencia a favor de acuerdos o coaliciones. Pero los protagonistas de la política están más por la mano dura y las amenazas.
Lo que no es extraño es que los políticos mientan. Les parece que en los momentos delicados es la única manera de salir indemne de las críticas. Las dificultades de tener éxito en estas negociaciones en tan poco tiempo eran máximas. La predisposición de los interlocutores, discutible. Al bajar a hechos concretos, las mentiras se acumulan.
Sánchez dijo que el gran obstáculo era el deseo de Iglesias de formar parte del Gobierno. Contaba con que el ego de su rival le facilitara las cosas. No esperaba que el líder de Podemos renunciara a un puesto gubernamental y hubo que montar a toda prisa una estrategia para iniciar una negociación no deseada.
En Podemos, algunos dirigentes alegan que ni siquiera existió la última oferta presentada por el PSOE con la vicepresidencia y tres ministerios: Vivienda y Economía Social, Igualdad y Sanidad. La diputada Victoria Rosell dice que no es cierto que se ofreciera Igualdad. Cuando se preguntó por ello a Pablo Echenique, no negó que la oferta existiera. Lo que sí explicó es que las competencias incluidas en ese Ministerio eran insuficientes, lo que es un asunto muy distinto: «La pregunta es qué medidas se pueden llevar a cabo desde una configuración como la que proponían en su última propuesta. Nos interesan los permisos de paternidad y maternidad intransferibles y remunerados, acabar con la brecha salarial, escuelas infantiles de cero a 3 años. Pero ninguna de esas competencias estaban».
Cambiar la estructura de los ministerios –ampliar las competencias de algunos y reducir las de otros– hace más complicada una negociación y exige algo más que 72 horas.
La rapidez con la que Sánchez ha descalificado la opción de la coalición con Podemos confirma que esa nunca fue su idea favorita. Sólo contempla la abstención de la derecha o el apoyo exterior de Unidas Podemos, como en la anterior legislatura. En ambos casos, depende de decisiones que tendrán que tomar otros partidos. Esa es una buena medida de la arrogancia de un político: no sólo dan por hecho que todos sus votantes comparten sus ideas, sino que además pretenden que sus adversarios les hagan la vida más fácil. A complacer sus deseos, le llaman estabilidad.
La vicepresidenta dijo que aún existe la vía de negociar con Podemos «un programa de mínimos o máximos o para la legislatura entera», como el que se hizo en Portugal. Es legítimo preguntarse cómo vas a negociar un acuerdo para cuatro años con un partido al que has descalificado de todas las maneras posibles después del fracaso de las últimas negociaciones. Luego, no te puedes quejar si la oposición te ataca por haber pactado con Godzilla. Tú fuiste quien les diste la carnaza.
Sobre un acuerdo a la portuguesa, Izquierda Unida ya ha reclamado a Podemos que acepte un acuerdo de legislatura inspirado en los presupuestos que no llegaron a aprobarse en la anterior legislatura. La repetición electoral sólo beneficiaría a la derecha, opina IU. «Todavía estamos a tiempo de evitar lo que a todas luces es un riesgo innecesario e inasumible por una ciudadanía que no necesita más crispación, sino propuestas», dice su resolución. Es un factor que debilita la posición negociadora de Iglesias por si quiere insistir en la idea de un Gobierno de coalición.
Se trata de una oportunidad que aprovechará el PSOE. Ahora mismo es más fácil que Sánchez e Iglesias se vayan juntos de vacaciones a que Casado y, sobre todo, Rivera acepten propiciar la investidura del líder del PSOE. Pero es posible que a la realidad le esté costando entender por dónde debe transcurrir para acatar las órdenes de Calvo.