El madrileñismo exacerbado sufrió este jueves un duro golpe con la noticia de que Sergio Ramos abandona el Real Madrid. Toca revisar el álbum de cromos y la iconografía de las grandes hazañas bélicas. Los ídolos sociales se van sustituyendo por otros con el paso del tiempo, pero siempre se corre el riesgo de perder en capacidad de producción de testosterona. A expensas de futuros fichajes deportivos, la política madrileña aspira a ocupar ese vacío con Isabel Díaz Ayuso y de ahí emprender la reconquista de España, el mundo y todo lo que quede más allá.
Puestos a tirar de testosterona antifeminista, Díaz Ayuso tocó en su discurso de investidura la melodía que mejor suena en los oídos de los votantes y dirigentes de Vox. El gran éxito conseguido en las urnas de mayo contrasta con el fracaso de la legislatura anterior en la que no se pudo aprobar un presupuesto. Para solventar esa carencia, a la presidenta en funciones no le vale con ser reelegida con los votos del partido de extrema derecha, que ya tiene garantizados, sino marcar el camino para contar con un pacto estable que le permita gobernar.
Nunca antes los votantes habían revalidado con tal claridad a un Gobierno que había hecho tan poco. Díaz Ayuso parece decidida a que esa situación no se repita.
De ahí que Ayuso denunciara «el falso truco del feminismo». Ya no se trata de añadirle el adjetivo ‘liberal’ para no tener que adoptar el contenido más izquierdista de las organizaciones feministas. Hay que hacerle una enmienda a la totalidad para tacharlo de innecesario o hasta contraproducente. O, como también dijo, defender «el verdadero feminismo» con un significado que puedan digerir en Vox sin atragantarse: «El verdadero feminismo es ayudar a las mujeres de todas las edades, sea cual sea su proyecto de vida, no enfrentarlas con los hombres». Lo que yo digo siempre, pensará Rocío Monasterio.
Esa intención quedó clara en una de las principales promesas escuchadas en el discurso. Las mujeres menores de 30 años recibirán una ayuda de 500 euros mensuales desde el quinto mes de embarazo hasta que el hijo cumpla dos años. El objetivo es revertir una tendencia de descenso continuado de la natalidad que ocurre en España desde hace muchos años. «El invierno demográfico ya está aquí. En 2019 nacieron en la Comunidad de Madrid 56.000 niños, 24.000 menos que en 2008. Un país con futuro necesita, al menos, el doble de nacimientos».
La promesa lleva añadida un asterisco al que podríamos llamar ‘la enmienda Vox’. Para recibir la ayuda, esas mujeres deberán llevar empadronadas en Madrid al menos diez años. Quedan fuera en la práctica las mujeres de origen extranjero y hasta las que vengan de otras regiones españolas. La necesidad de complacer las ideas xenófobas de la extrema derecha se lleva por delante a andaluzas, gallegas y valencianas. Madrid acoge con los brazos abiertos a todos los que vienen de fuera, pero a la hora de apoyar a las mujeres que tengan hijos el dinero está reservado a las auténticas madrileñas. Natalismo identitario que si se aprobara en comunidades gobernadas por partidos nacionalistas provocaría ríos de indignación en la prensa de Madrid. La palabra ‘supremacismo’ aparecería en unos cuantos titulares.
El problema del descenso de la natalidad es real y profundo en todo el planeta. Es casi un fenómeno estructural que no se limita a los países ricos de Europa. De hecho, se repite por todo el mundo, con la excepción de África, confirmando una idea conocida: el método anticonceptivo de efectos más persistentes es el desarrollo económico. Como tiene que ver con múltiples factores, no sólo los derivados por la falta de ingresos con los que sostener a una familia, los gobiernos lo tienen difícil para darle la vuelta, pero al menos pueden aprobar medidas como las anunciadas por Ayuso. Los nacimientos cayeron en China en 2020 un 18% hasta el punto más bajo desde 1961. La tasa de fertilidad se ha reducido en EEUU a la cifra más baja desde 1979.
Alemania lleva desde 2005 aprobando políticas de ayudas a las mujeres embarazadas y eso le ha permitido abandonar los puestos en la cola en Europa. Aun así, el aumento no ha sido espectacular. La tasa de fertilidad ha llegado a 1,54 hijos por mujer en edad de tenerlos desde el 1,3 que existía en 2006.
Es poco probable que ante esta tendencia global sean muy efectivas las medidas que lleven impreso el aviso de reservado el derecho de admisión. Más niños, pero a poder ser que vengan de nuestras madres, no de las que vienen de otras zonas del mundo. Con independencia de la connotación ideológica, es una solución parcial que no está a la altura de la gravedad del problema.
Para la lucha contra el cambio climático y la contaminación, Díaz Ayuso probó en su discurso un estilo similar. Ecología, sí, pero dentro de un orden, indolora, que no nos obligue a cambiar de costumbres. Queremos hacer lo mismo de siempre, pero contaminando menos de forma milagrosa. «La izquierda viene utilizando la ecología como excusa para aumentar prohibiciones, subir impuestos y abanderar un freno al progreso», dijo. Ayuso no quiere «prohibiciones» –eso atacaría nuestro derecho a contaminar– y convierte el negacionismo de la realidad en todo lo contrario. «No quiero supersticiones ni ideologías. Quiero decisiones coherentes», presumió, como si sus ideas no procedieran de una ideología.
Comparar las recomendaciones científicas con las supersticiones es el tipo de admonición que debió de escuchar Galileo de boca de sus acusadores. Por lo visto, hay ideas que no pasan de moda por muchos siglos que hayan transcurrido.