El Ejército turco ha conseguido la mayor parte de sus objetivos en el norte de Siria gracias a tres operaciones militares, la última hace unos meses con la ayuda de Donald Trump. Sobre el terreno, la herramienta más efectiva ha sido la formación de un numeroso grupo de mercenarios, en su mayoría miembros del antiguo grupo insurgente conocido como Ejército Libre de Siria. Compuestos ahora por unos 35.000 hombres, son financiados y armados por Ankara para hacer de fuerza terrestre limitando la exposición de las tropas turcas. Reciben sus órdenes de militares y de la inteligencia turca y su objetivo ha consistido en expulsar a la milicia del YPG, dirigida por kurdos, de las zonas que controlaba en el norte de Siria y otras zonas del este del país. Su segunda ‘ocupación’ ha sido la de saquear esas provincias y extorsionar a los habitantes que no huyeron antes de su llegada.
Elizabeth Tsurkov lleva años entrevistando a algunos de los integrantes de esta fuerza mercenaria y ahora muestra sus conclusiones en un artículo en The New York Review of Books.
«Los combatientes ahora son asnos que siguen las órdenes de sus amos», dice uno de ellos. «Y sus jefes son también asnos que siguen las órdenes de los turcos, y si eso perjudica los intereses de la revolución (contra Asad), no les importa».
Tsurkov cuenta que Turquía utilizó en sus primeras operaciones a miembros de grupos que habían recibido apoyo de la CIA en el programa que concluyó a finales de 2017 o del Departamento de Defensa (este plan fue cerrado en 2015). Los reclutados pronto ascendieron a varios miles hasta que Turquía procedió a utilizar los servicios de otros grupos no apoyados por la CIA, sino por países del Golfo, como Ahrar al-Sharqiya y Jaysh al-Islam.
«La mayoría de los combatientes parecen ser hoy nuevos reclutas sin ninguna experiencia anterior en los combates contra el régimen de Asad», escribe. Entre los contratados para las operaciones de 2016 y 2018, se puede estimar que estos últimos suponen el 60% de la fuerza actual.
Una vez que Turquía renunció hace a su objetivo de provocar el fin de Asad, pasó a ocuparse de sus propios intereses aprovechando las limitaciones del Ejército sirio para extender su autoridad hasta la frontera norte. La misión era acabar con el semiestado levantado por las fuerzas kurdas del YPG que habían conseguido expulsar al ISIS de toda esa zona con el apoyo aéreo de los norteamericanos. Al igual que Israel hizo en el sur de Líbano durante décadas, sus planes incluían formar una fuerza local que hiciera de protector de su frontera y punta de lanza de las operaciones militares contra sus enemigos kurdos. Para ello se aprovechó de la pobreza de los desplazados sirios que se habían refugiado en la zona norte y no tenían ninguna posibilidad de encontrar trabajo.
Al principio, los sueldos eran altos para gente de tan pocos medios. Hasta 300 dólares al mes pagados en liras turcas. Con el paso del tiempo, estas cantidades han disminuido, dice el artículo, porque sobran los candidatos. A principios de 2019, ya pagaban sólo unos 100 dólares cada dos meses. Sus jefes cobran al menos unos 300 mensuales.
Los turcos contienen así el gasto, sabiendo muy bien que sus mercenarios necesitan ingresos extra, lo que hace que se dediquen a todo tipo de actividades criminales en las zonas que ocupan. «Aunque todos los protagonistas armados en Siria han estado implicados en violaciones (de derechos humanos) contra civiles, los niveles de criminalidad en las zonas controladas por el ELS son particularmente altos, según los civiles con los que he hablado, muchos de ellos desplazados de zonas ocupadas antes por los rebeldes y luego reconquistadas por el régimen», dice Tsurkov. Montan controles para exigir un soborno con el que permitir el paso. Extorsionan a los comercios que quedan en la zona. Confiscan viviendas y las alquilan a personas desplazadas que llegan de otras provincias sirias. En algunos casos, secuestran a personas que tienen familiares en el extranjero y pueden pagar un rescate.
«Algunos de los combatientes son simplemente ‘drogadictos y criminales’, dice uno de ellos. Otros están motivados por el poder. Los jóvenes disfrutan al mostrarse en redes sociales en imágenes conduciendo coches, enseñando sus armas y entrando en zonas habitadas por la noche, donde disparan al aire y alardean de su impunidad. Y otros están motivados por su odio al YPG, entre los que están los insurgentes de la ciudad de Alepo, que en 2016 se quedó sin comida por la decisión del YPG de cortar la única vía de suministro a la ciudad».
La opinión de uno de ellos cierra el artículo con la conclusión obvia. «Los turcos nos usan como carne de cañón. Nos hemos convertido en mercenarios».