Pablo Casado le echó valor al invitar a Mariano Rajoy a dar la primera intervención en la convención del Partido Popular que se celebra esta semana. En primer lugar, la invitación pasó de inimaginable a posible cuando el juez García Castellón decidió exonerar al expresidente de responsabilidades en la investigación judicial de la Operación Kitchen (la decisión está pendiente de recurso en la Audiencia Nacional). Al saberse hasta qué punto estaba metido el Ministerio del Interior de su Gobierno en presuntas prácticas corruptas para beneficiar al PP, la actual dirección de Casado se desmarcó de Rajoy a una velocidad de vértigo. Después, el gran favor que llegó del magistrado, además de un alivio, abrió la posibilidad de invitarlo y dar esa imagen de gran unidad en el partido que es la prioridad en las convenciones del PP.
Los congresos del partido son una molestia que hay que aplazar todo lo que se pueda. Las convenciones se montan a mayor gloria del líder y Casado necesita la cita de esta semana.
La parte que entrañaba un cierto riesgo ahora con Rajoy es que se trataba de hablar de política económica. Nunca se sabe por dónde va a salir el gallego. Es conocido que la forma en que Rajoy contempla la política y hasta la vida –lo importante es no complicarse la existencia y huir de «los líos»– choca con el espíritu hiperactivo y obsesivo de Casado y su idea de que él tiene soluciones para todo y además son muy fáciles de llevar a cabo. Así que el abuelo tenía la ocasión de dar algunas lecciones al nieto. Chaval, no creas que todo esto consiste en llegar y besar el santo, aunque sea Santiago.
El PP ha presumido en muchas ocasiones de que le tocará arreglar el estropicio que dejará Pedro Sánchez, como hicieron después de las elecciones de 2011. La letra pequeña es más complicada. Obvia que la decisión del Gobierno de Rajoy de subir todos los impuestos provocó perplejidad en el PP en un primer momento y luego malestar cuando se prolongó varios ejercicios. El ministro de Hacienda que la ejecutó, Cristóbal Montoro, respondía con su típica media sonrisa cuando le comentaban los ataques que recibía por parte de Esperanza Aguirre y otros dirigentes del PP y dejaba claro que los que le criticaban no sabían de lo que estaban hablando.
Incluso en noviembre de 2019, cuando Casado no paraba de decir que había que reducir impuestos, el exministro se mostraba muy lejos del voraz neoliberalismo fiscal de los nuevos dirigentes de su partido: «No se puede prometer bajar todos los impuestos, no es creíble y la ciudadanía sabe que es así. Un buen político es consciente de que a veces es mejor no hablar de lo que vas a hacer antes que prometer algo que no vas a poder cumplir». Lo dijo pocos meses antes del inicio de la pandemia que obligó a todos los Estados a gastar cantidades increíbles de dinero público para que la economía no se hundiera aún más.
Casado no debió de leer esa entrevista, porque no para de prometer rebajas fiscales mientras al mismo tiempo alerta de que habrá que reducir el déficit público.
En el acto de estreno de la convención en Santiago de Compostela, Rajoy no fue tan lejos como Montoro. Pero sí le comunicó al pequeño ‘padawan’ con el que compartía escenario –Casado– que la vida te da muchas sorpresas y que a veces te obliga a hacer lo que no quieres. «Nosotros subimos impuestos a los diez días de llegar al poder. No quedaba otra», explicó.
Si lo hicieron contra su voluntad, no cabe duda de que el resultado fue producto del furor del converso. Los medios de comunicación hablaron de «hachazo fiscal». Se subieron todos los impuestos existentes y hasta se crearon nuevos para recaudar más dinero en un contexto de total emergencia económica. Casi un año después, el balance no admitía dudas: «El PP es el partido que más subidas de impuestos ha realizado en la historia fiscal de este país, por mayor volumen recaudatorio y en menos tiempo», se leía en la prensa.
Para diferenciar lo que un partido dice en la oposición y lo que luego hace en el Gobierno, nada mejor que las frases del propio Rajoy en marzo de 2010 contra la subida del IVA decretada por el Gobierno de Zapatero: «La subida del IVA es un disparate en una situación como la que estamos viviendo en España». Hasta montó una campaña de recogida de firmas por toda España contra el incremento. En una frase posterior que le gustó mucho porque la repitió varias veces, la calificó de «sablazo de mal gobernante a los ciudadanos». Luego vino la realidad y le tocó comerse todas las firmas y empuñar el sable.
¿Qué tiene que decir Rajoy sobre la realidad actual? Probablemente sin pretenderlo, volvió a cuestionar la motosierra fiscal con la que Casado quiere entrar en Moncloa. Después de elogiar las ayudas del ICO y los ERTE, incluso lamentando que no haya habido más ayudas directas a empresas con fondos públicos en la pandemia, el expresidente afirmó que hay que «empezar a trabajar en la reducción del déficit público». Cómo se puede compatibilizar eso con la reducción fiscal prometida por el PP es un misterio a la altura de la Santísima Trinidad. Es más sencillo si se recurre a la curva de Laffer y otros experimentos nigrománticos.
Rajoy admitió que la Unión Europea no aplica en estos momentos el pacto de estabilidad, que obligaría a los gobiernos a reducir el déficit, «pero puede volver a hacerlo pronto». La clave es definir ese «pronto» y de entrada la fecha tendrá que ver con el tipo de Gobierno que se forme en Alemania en los próximos meses. Y otros muchos factores que ni Rajoy ni nadie conocen ahora.
Casado sonreía mucho mientras hablaba Rajoy. No es que le estuviera haciendo caso. Le valía con tenerlo al lado en una imagen que hace unos meses parecía imposible. La convención está pensada para mostrar que todo va de cine en el PP, aunque la realidad es que la última encuesta del CIS no es la única que desvela que el crecimiento del partido ya no es lo que parecía después de las elecciones de Madrid.
La realidad está muy acostumbrada a frenar en seco a los políticos que creen que la vida les sonríe. Eso Rajoy lo sabe muy bien y es algo que Casado tendrá tiempo para descubrir.