El uso de redes sociales por los empleados de The Washington Post afecta directamente a «la reputación y credibilidad» del medio, dicen las normas de obligado cumplimiento que existen en su redacción. Este tipo de normas, más o menos estrictas, son habituales en las empresas periodísticas norteamericanas. Los conceptos que explican suelen ser claros. Su aplicación a casos concretos es inevitablemente más discutible.
El Post ha sancionado a Felicia Sonmez, periodista de su sección de Política, con una suspensión de empleo sólo por haber publicado en Twitter el enlace de una noticia copiando su titular. Lo hizo no mucho tiempo después de que se conociera la muerte de Kobe Bryant en un accidente de helicóptero cerca de Los Angeles. El artículo enlazado era de Daily Beast y fue publicado en 2016: ‘Kobe Bryant’s Disturbing Rape Case: The DNA Evidence, the Accuser’s Story, and the Half-Confession’. Es la historia de la acusación de violación contra Bryant por una trabajadora de hotel que finalmente decidió no declarar en el juicio contra el jugador de baloncesto, pero que le demandó por la vía civil. Bryant acepto pagarle una indemnización millonaria y pedirle perdón en un comunicado a cambio de la retirada de esa demanda.
Sonmez no hizo ningún comentario más allá de poner el enlace. No lo relacionó con la noticia de la muerte, aunque la intención era clara: dejar constancia de un hecho de la vida de Bryant que creía que no se debía olvidar. Ella sufrió hace años abusos sexuales a manos de otro periodista. Recibió miles de tuits de respuesta con críticas, insultos y amenazas. Alguien publicó su dirección personal (ella decidió después pasar la noche en un hotel por miedo a las consecuencias). En otro tuit, se refirió a estos ataques personales con una captura de su buzón de email en la que se veían algunas direcciones.
Luego, llegaron las consecuencias laborales. Recibió un mensaje de una subdirectora del diario ordenándole que borrara los tuits, cosa que hizo. Daba igual, porque ya circulaban en la red capturas del mensaje. También recibió un email del director del periódico, que no leyó hasta el día siguiente. Martin Baron, que estaba en España o camino de España, escribió un mensaje tajante: «Felicia. Ha sido un claro error haber tuiteado esto (por el enlace al artículo de Daily Beast). Por favor, para. Estás dañando a la institución (es decir, la empresa) al hacerlo».
La subdirectora le había dado un aviso similar en otro email: «Tu conducta en las redes sociales hace que el trabajo de otros como periodistas del Washington Post sea más difícil».
La periodista recibió una suspensión de empleo temporal a la espera de que la dirección tome una decisión disciplinaria definitiva.
La noticia de la muerte de Kobe Bryant provocó una conmoción no sólo en el mundo del deporte y no sólo en EEUU. Hasta su retirada, era una de las grandes figuras del deporte en EEUU y uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia. Como siempre que muere alguien muy conocido, y en especial si es de forma prematura por un accidente, el dolor de sus admiradores es sincero y masivo.
La convención social de que no se debe hablar mal de las personas que acaban de fallecer no tiene sentido en periodismo. Al hacer un balance de su trayectoria en un perfil, resulta imprescindible que el artículo incluya sus virtudes y defectos, sus éxitos y sus antecedentes más oscuros. Por eso, la mayoría de los largos perfiles dedicados a Kobe tras su muerte dedicaron un espacio a esa acusación de violación, de la que en su momento se publicaron un número ingente de artículos en EEUU y fuera del país.
Las horas inmediatamente posteriores a una muerte como la de Kobe son especialmente sensibles. Mucha gente no acepta que se arroje la más mínima sombra sobre la reputación de su ídolo. Se puede discutir si es o no inteligente recordar las historias sobre la violación tan poco tiempo después de la muerte del deportista en una red social en la que priman las reacciones más viscerales. Pero el periodismo tiene una obligación con los hechos.
La decisión de la empresa ha causado un fuerte rechazo en la redacción. Erik Kemple, periodista del Post que cubre noticias sobre comunicación, publicó un artículo crítico como opinión. Comentó entre otras cosas que la alegación de que los tuits de Sonmez perjudicaban el trabajo de sus compañeros era algo que debía ser justificado con pruebas, cosas que no se había hecho.
Fuentes del Post explicaron a algunos medios que la periodista no fue castigada por el tuit con el artículo sobre la investigación de la violación, sino por mostrar en otro tuit una captura con direcciones de email de las personas que le escribieron. Sin embargo, el email que le envió el director contenía una captura del primer tuit.
El comité de empresa del Post publicó un comunicado especialmente duro con la dirección. Acusa a la empresa de arbitrariedad en la aplicación del código de uso de redes sociales. La publicación de opiniones controvertidas por algunos miembros de la redacción, incluidos directivos, no han sido castigadas, mientras que ahora se sancione a Sonmez sólo por dejar constancia de un hecho conocido.
Más grave es la acusación de que «esta no es la primera vez que el Post ha intentado controlar cómo Felicia habla sobre violencia sexual», refiriéndose al asalto que sufrió y a la falta de apoyo que recibió.
Este texto, promovido por los representantes sindicales de los trabajadores, ha sido firmado por 200 integrantes de la plantilla del medio.
The Washington Post ha popularizado un eslogan para estos tiempos en que campa la desinformación a sus anchas y en EEUU los periodistas reciben constantes ataques del presidente del país: «La democracia muere en la oscuridad» (Democracy dies in darkness). Ha sido también un gancho efectivo para reclamar el apoyo económico de los lectores en forma de suscripciones.
Oscuridad también es coartar la libertad de expresión de sus periodistas en redes sociales –en especial cuando se limitan a reflejar hechos–, impedir que dejen patente en todo momento la importancia de luchar contra la violencia sexual, y obviar la obligación periodística de contarlo todo sobre las figuras más conocidas de la sociedad, incluso en las peores circunstancias.
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En la noche del martes, hora española, la subdirectora Tracy Grant anunció que el Post ha levantado la suspensión de empleo a la periodista Felicia Sonmez: «Después de llevar a cabo una revisión interna (del caso), hemos decidido, a pesar de considerar que los tuits de Felicia se hicieron en el momento equivocado, que ella no cometió una violación clara y directa de nuestra política de redes sociales». Dice que lamentan haber hablado en público de una cuestión de personal del periódico, pero en ningún momento pide disculpas a Sonmez ni muestra apoyo hacia ella por los ataques recibidos.
Es muy posible que la reacción habría sido distinta si no hubiera sido tan rápida la reacción del comité de empresa y de una parte importante de la redacción del periódico.