A estas alturas, parece un poco previsible rectificar a Arturo Pérez-Reverte (ya lo hice una vez ante un prodigioso ejemplo de ignorancia, y con eso ya debía de ser suficiente). Pero tampoco sería muy inteligente dejar pasar la contaminación de ideas propias del discurso tradicional de la extrema derecha europea, ¿no?
Pregunta. Por sus artículos, lo que ve más negro es la amenaza del terrorismo islámico.
Respuesta: Es que van a ganar. Los derrotarán en Irak o en Siria pero van a triunfar, porque son jóvenes, tienen hambre, un rencor histórico acumulado y absolutamente comprensible, cuentas que ajustar, desesperación, cojones, fuerza demográfica… Occidente y Europa en cambio son viejos, cobardes, caducos y no se atreven a defenderse. Cuando hay lobos y hay ovejas no hay duda de quién va a ganar. Estamos teniendo el resultado de nuestra pasividad, de nuestro confort, de nuestra demagogia. Ellos no tienen esos obstáculos. Como dijo uno de los imanes, «usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia». Está perfectamente definido. Europa es vieja e indefensa.
Los yihadistas tienen cojones; nosotros, no. Los yihadistas no tienen escrúpulos para matar a civiles; nosotros, no. Los yihadistas atacan; nosotros no nos atrevemos ni a defendernos. Los yihadistas usan nuestra democracia para destruirla. Aparentemente, nosotros la protegemos y eso es una muestra de «nuestra pasividad, de nuestro confort, de nuestra demagogia».
En el universo medieval de Reverte, los yihadistas saben que todo consiste en matar, matar y matar. Y nosotros no matamos lo suficiente.
Como se trata de un escritor de inmenso éxito, los medios le entrevistan con frecuencia, lo que es enteramente lógico, pero reflejan sin pestañear sus ideas políticas sin reparar en que se trata del mismo mensaje que en Francia extiende el Frente Nacional de Le Pen y otros políticos menos ultras en momentos en que atentados terroristas masivos ponen a prueba nuestras convicciones democráticas. Pero Reverte no aparece reflejado en los medios como el Le Pen de las letras españolas, sino «el Mick Jagger de nuestra literatura».
O el Sarkozy de la literatura cipotuda, por seguir con las definiciones frívolas. Ya dijo el expresidente francés que debíamos afrontar una «guerra total». Manuel Valls también dijo que estamos ante una «guerra mundial».
Si hay que fijarse en la respuesta occidental de los últimos años, ejemplo de pasividad e indefensión para el escritor, mejor recupero lo que escribí hace algo más un año: «Desde 2001, los países occidentales han invadido Afganistán e Irak. Han lanzando sus drones sobre Pakistán, Yemen y Somalia en una campaña permanente que nunca tendrá fin. Han impuesto en Libia una zona de exclusión aérea que propició el derrocamiento de Gadafi. Han tolerado la invasión saudí de Yemen. Han reconstruido ejércitos como el iraquí que se han revelado como una banda mediocre y corrompida. Han anunciado que el régimen sirio debía desaparecer, ayudado a algunos grupos insurgentes y tolerado que saudíes y turcos armen a los más peligrosos de los enemigos de Asad. Han lanzado una campaña de bombardeos contra ISIS que lleva ya 8.125 ataques aéreos hasta el 12 de noviembre (con un coste de 5.000 millones de dólares, una media de 11 millones diarios), a la que ahora se ha sumado Rusia».
A esa descripción hecha a finales de 2015 le falta lo ocurrido en 2016, la continuación de esas operaciones militares en todos esos países, y en el caso de Yemen habría que añadir la cuantiosa ayuda militar proporcionada a Arabia Saudí para destruir el país. Por dejarlo en cifras, que lógicamente se quedan cortas al tratarse de una estimación, este es el número de bombas lanzadas por EEUU en el año que acaba de terminar.
Every US bomb dropped in 2016: https://t.co/aDIKZLFEcJ pic.twitter.com/DuLYrx1doz
— Micah Zenko (@MicahZenko) 5 de enero de 2017
Como especifica después el autor en otros tuits, estos números no incluyen los ataques de Arabia Saudí sobre Yemen ni los de Rusia en Siria, como tampoco los de Francia y Reino Unido contra ISIS en Irak o Siria.
Pues eso, nos faltan cojones. Bombas tenemos muchas, pero de cojones estamos escasos.