Con su estilo de aristócrata que no se preocupa demasiado por las cosas mundanas, el portavoz del Gobierno comentó recientemente que España es el país más descentralizado desde el imperio austro-húngaro. Lucía Méndez escribía que esa sorprendente comparación histórica era la forma en que Íñigo Méndez de Vigo pretendía contrarrestar las tesis del independentismo.
Con estos argumentos, no es extraño que desde medios de posiciones muy diferentes se haya cuestionado la política informativa del Gobierno de Rajoy ante el referéndum. El presidente ha trasladado a ese campo el mensaje que repite como un robot en todas sus comparecencias, incluidas las «declaraciones institucionales» (sin preguntas, aunque si se las hicieran, respondería con lo de siempre) cuya única función es alimentar los informativos de televisión afines, es decir, para convencer a los ya convencidos.
Todo consiste en limitarse a insistir en que hay que cumplir la ley, lo que no es un detalle menor, pero que pierde todo valor cuando se repite como si fuera una fórmula mágica. ¿Dónde queda la política? En dar instrucciones a los fiscales para que metan en vereda a los insurrectos. Y en dar carrete a Albiol para que siga haciendo de agente doble, porque cada vez que abre la boca el presidente del PP catalán, las urnas se llenan de votos. No en el sentido en que él cree.
Sólo hace unos meses el Gobierno central bloqueó la decisión del Gobierno vasco de contratar a 250 ertzainas al vulnerarse las reglas impuestas desde Madrid sobre la tasa de reposición de funcionarios. Imagina a Washington diciendo a Texas cuántos policías puede contratar. Así que los chistes malos sobre las autonomías en España tienen pocas posibilidades de llamar la atención de alguien que no sea un editor de informativos de TVE.
Cuando se ha acercado el referéndum, políticos y periodistas de Madrid se han quedado sorprendidos al ver los artículos que aparecían en medios extranjeros. La única estrategia oficial consistía en tener atados a los gobiernos europeos. Eso no era muy complicado. Nadie en la UE quiere que los estados comiencen a sufrir grietas que deban solucionarse con referendos. Los comentarios que aparecían en redes indepes sobre cómo la UE no podía dejar sola a Cataluña tenían el mismo valor que las risas de Méndez de Vigo: fast food para los que les da igual lo que le sirvan en el plato.
Pero con independencia de las razones históricas, políticas y económicas, en periodismo una historia es una historia que merece la pena publicar si se sale de lo habitual. Eso la convierte en una noticia. Y un referéndum o consulta organizado por un Gobierno en Europa occidental para provocar la secesión, sustentado por movilizaciones masivas, es una historia que interesa en Londres, París o Berlín. No todo van a ser suníes y chiíes, kurdos e iraquíes, ucranianos y rusos.
En algunos artículos escritos sobre la ausencia de un discurso coherente y atractivo que ofrecer a los medios extranjeros, se repite la irritación o perplejidad del Gobierno al descubrir que lo que llaman el «relato épico» de los independentistas se abre camino en esas páginas o informativos de radio y televisión. Es difícil elegir entre la ignorancia y la estupidez a la hora de valorar esa reacción. Aparentemente, se sorprenden de que los los corresponsales extranjeros den espacio a declaraciones emotivas o dramáticas de los partidarios de la independencia frente a las opiniones siempre idénticas de políticos acostumbrados a repetir lo mismo todos los días. Es lo que pasa cuando los ministros están cortados por el patrón de Rajoy.
Cuando ha habido contactos entre esos periodistas extranjeros y ministros, celebrados bajo las normas del off the record, los primeros ha llegado a la conclusión de que les han hecho perder el tiempo, porque sólo les repetían lo que ya estaba saliendo en todos los sitios. Si fueras periodista, ¿en qué pensarías que deberías utilizar tu tiempo? ¿En escuchar a Dastis o en viajar a Barcelona para hablar con esa gente tan ilusionada o enfurecida de ambos bandos?
La Generalitat ha fracasado en sus intentos de hacer llegar a los gobiernos europeos la idea de que la independencia es viable y de que no tiene por qué suponer un terremoto en la UE. En el terreno de los imágenes, montaron una sesión en el Parlament para aprobar una ley del referéndum que fue un desastre al confirmar las peores sospechas sobre sus intenciones. Lo bueno para ellos es que por entonces la prensa extranjera no estaba tan metida en la historia o sus corresponsales no tenían tanto espacio para profundizar.
Cuando comenzó el sprint hacia el referéndum, todo eso cambió. La disputa estaba en la calle y fue entonces cuando los Dastis y los Méndez de Vigo ya eran prescindibles. ¿Quiénes les sustituyeron? Quedaban los fiscales y policías deteniendo a cargos políticos, y el barco de Piolín, una imagen ridícula que ningún periodista en su sano juicio podría eliminar de una crónica. Quedaban los totales en televisión de jóvenes movilizados por una causa en la que no había violencia de por medio. Quedaban las imágenes de los policías y guardias civiles siendo despedidos en otras partes de España como si fueran a la guerra convirtiéndose en un símbolo de división y crispación que parecía diseñado para ser el arranque de una crónica de esas que los corresponsales ya tienen memorizadas.
Esa incapacidad del Gobierno para transmitir un mensaje que no aburra a la segunda vez que se escucha simboliza lo que ha sido la respuesta de Rajoy desde las elecciones catalanas de 2015. El problema no es tanto lo que aparezca publicado en medios extranjeros, sino lo que se puede leer en España, lo que se lleva diciendo desde hace años. Nadie va a apoyar la independencia de Cataluña porque Le Monde diga una cosa o la contraria o porque BBC entreviste a un político u otro.
Cuando el mensaje de un político a una situación en que casi la mitad del electorado catalán quiere salirse de España es ‘ríndanse o les envío a la policía’, dejas tu destino en manos de tus adversarios. Si de verdad son inteligentes o le echan valor –los políticos de la Generalitat no han demostrado mucho de lo primero y sobre si los ciudadanos de ideas independentistas dejarán claro lo segundo lo veremos a partir del día 2–, les has entregado la iniciativa.
Jueces, fiscales y policías sirven para muchas cosas, pero no son especialmente buenos para solucionar problemas políticos, reparar la quiebra del consenso social y salvar la legitimidad del sistema político. No es su trabajo. Eso queda para los que a lo largo de esta crisis siempre dieron por hecho que todo estaba controlado. Gracias a ellos, el problema que tenemos entre manos no acabará el día 1, con independencia de si lo que se produce este día tenga que ver poco o mucho con un referéndum.