La campaña estaba donde el Partido Popular quería. Isabel Díaz Ayuso había pasado el debate de Telemadrid sin grandes sobresaltos. Se iba a quedar con la mayor parte de los antiguos votantes de Ciudadanos. Vox parecía tener asegurado en torno al 8% de los votos, lo que le daba el número de diputados suficiente para confirmar la reelección de Ayuso. La presidenta y su partido estaban muy contentos con la presencia de Pablo Iglesias en la campaña por poder tener a tiro a un político al que odian sus bases. Díaz Ayuso ya se veía como presidenta una vez más, líder del PP madrileño más adelante y desde ya mismo la figura más pujante del ala derecha de su partido.
No contaba con lo que pasaría en el debate de la Cadena SER que la propia Ayuso había ignorado. No puedes controlarlo todo en una campaña. Ni sabía qué pasaría con la decisión de Pablo Iglesias, anunciada en una entrevista un par de horas antes, de abandonarlo si Vox no rectificaba las afirmaciones en las que restaba credibilidad a las amenazas de muerte recibidas por él, el ministro de Interior y la directora de la Guardia Civil. «Es inaceptable y nos vamos a replantear estar en ningún espacio con Vox», dijo en la entrevista en La 1.
Ya en la SER lo llevó a la práctica y se levantó de la mesa. La moderadora, Àngels Barceló, intentó convencerle para que no se fuera. La reacción vulgar e insultante de Rocío Monasterio, también con la periodista, convirtió el acto en un momento indigno de un proceso electoral. La candidata de Vox respondió a la primera intervención de Iglesias a cuenta de las amenazas diciendo que «no nos creemos lo que dice este Gobierno» y le animó a que se fuera. «Si usted es tan valiente, levántese y lárguese». Cuando Iglesias exigió que se retractara, Monasterio continuó con la provocación: «¡Pues lárguese, que es lo que queremos todos los españoles!».
Monasterio se comportaba como si estuviera en una pelea nocturna a la salida de un bar. Quiso aumentar la tensión al máximo y no paró, incluso después de que Iglesias abandonara la sala. Cuando Mónica García le reprochó su actitud –»¡Le han enviado balas! Usted estaba sonriendo. ¿Pero de qué se ríe?»–, la numero uno del partido ultraderechista bajó al insulto personal: «Usted, quítese esa cara de amargada». No había barro con el que Monasterio no quisiera embadurnarse.
Como los matones en el colegio, no sólo abusaba de otros, sino que sonreía para que se viera que disfrutaba de la escena que estaba montando.
Con su gesto, imitado una hora después del inicio por Ángel Gabilondo y Mónica García, Iglesias pone en primera línea de la campaña la cuestión que ha dominado tantas discusiones dentro de la izquierda: qué hacer con la extrema derecha, si es legítimo compartir espacios de debate con Vox. En la práctica, la decisión provoca que no haya más debates en esta campaña de Madrid, y por la misma razón puede hacer que tampoco en todas las siguientes. Las televisiones y radios públicas tienen limitaciones legales en la organización de los debates a la hora de elegir a los contendientes. El Tribunal Supremo ha recordado que también rigen para los medios privados.
De inmediato, la tensión causada por el debate es un elemento fuera del control de Ayuso. La derecha está completamente movilizada. La campaña casi le sobra al PP. Ahora por primera vez cabe la posibilidad de que la izquierda disfrute de una movilización similar espoleada por la idea de un Gobierno del PP y Vox. Si la rabia se queda en una denuncia genérica del fascismo, quizá el impacto en las urnas no sea tan grande. Si se centra en la colaboración futura entre Ayuso y Monasterio, el desenlace podría ser diferente.
En cualquier caso, todas las consideraciones políticas –las relacionadas con los valores o con las estrategias políticas– cambian cuando un candidato recibe una carta con cuatro balas y amenazas explícitas dirigidas a él y a su familia: «Tu mujer, tus padres y tú estáis sentenciados a la pena capital. Tu tiempo se agota».
La polémica provocó un ataque de nervios en el PP, que al principio no parecía tener claro cuál debía de ser su respuesta. La cuenta del PP de Madrid en Twitter publicó una frase que copiaba otra que ya estaba empleando Vox en redes. «Iglesias, cierra al salir». La prioridad era reírse de un político amenazado de muerte. Luego lo borró, quizá por orden de Génova, ya que Pablo Casado sí hizo después una condena clara y específica de las amenazas a Iglesias. No hizo eso el alcalde de Madrid, que siguió la senda de Vox para cargar la culpa sobre el líder de Podemos. Le llamó «hipócrita» por abandonar el debate y le acusó de «alentar la violencia» en las manifestaciones de Madrid por Pablo Hasel y el mitin de Vox en Vallecas. Para Martínez Almeida, Iglesias también era el culpable por haber sido amenazado.
Por la tarde, Díaz Ayuso se refirió a la polémica en un mitin siguiendo la línea del alcalde. Condenó la violencia situando al mismo nivel «un escrache» y las amenazas con envío de balas. Pero tiene claro quién es el mayor responsable: «Lo que no puede ser es que los que provocan esa violencia se hagan después los ofendidos». No mencionó a Vox ni a Monasterio. Necesitará sus votos a partir del 4 de mayo.
Es la misma posición de un editorial de El Mundo, que califica la respuesta de Iglesias de «perversión absoluta de las reglas de juego». Una vez más, la culpa es de los que reciben anónimos con cuatro balas. Ya no es el ‘algo habrá hecho’ del pasado terrorista en España. Es un grado más: algo ha hecho y no puede quejarse.
La derecha política y mediática decidió hace tiempo que Podemos es la principal amenaza para la democracia, seguido a corta distancia por Pedro Sánchez, y que Vox sólo es una versión más enérgica del PP.
En 2016, la virulenta campaña del referéndum del Brexit se vio golpeada por el asesinato de la diputada laborista Jo Cox. Un hecho que ningún político o periodista pensaba que podía ocurrir en Gran Bretaña. El hombre que le asestó varias puñaladas era un neonazi obsesionado con los políticos como Cox partidarios de continuar en la Unión Europea. El discurso incendiario de Nigel Farage y de otros partidarios del Brexit fue cuestionado por su responsabilidad al definir como traidores a los que hacían campaña contra la salida. Los más fanáticos ya saben lo que hay que hacer con los traidores.
El periodista Alex Massie escribió en The Times que si fomentas la rabia, tienes que saber que la gente se va a enfurecer: «Cuando presentas la política como un asunto de vida o muerte, como una cuestión de supervivencia nacional, no te sorprendas si alguien te toma la palabra. No le obligaste a que lo hiciera, no, pero no hiciste mucho para pararle».
En una situación en que defines a tus rivales como los enemigos de España que deben ser expulsados de la política, es posible que alguien coja el testigo y decida que tiene una forma directa de conseguirlo. Las condenas posteriores a la violencia llegarán por definición demasiado tarde.