Hasan Rohani es el nuevo presidente electo de Irán. Las primeras imágenes muestran escenas de júbilo en las calles de Teherán y de otras ciudades iraníes. El país tuvo que esperar casi 24 horas tras el cierre de los colegios para conocer el nombre del ganador y parece que la incertidumbre ha merecido la pena. Ha superado los 18.600.000 votos (un 50,7% del total), frente a los seis millones del segundo candidato.
Rohani no es un reformista, pero sí un conservador moderado habituado a trabajar con la idea de construir un consenso entre los miembros de la élite iraní. Por tanto, es una figura política muy distinta a Ahmadineyad y también a los conservadores radicales, que allí llaman principalistas, que rodean al máximo líder del país, el gran ayatolá Alí Jamenei.
El establishment religioso no permitió que el expresidente Rafsanyani se presentara a las elecciones y al final tendrá que conformarse con una versión de lo mismo pero algo más joven. En ese sentido, es una derrota para Jamenei, pero una derrota con la que puede convivir sin problemas. El alto índice de participación, un 72,7%, es suficiente para reforzar la legitimidad del régimen, que es lo que más interesa a Jamenei, y desmiente la posibilidad de que la clase media urbana hubiera dado la espalda a las urnas.
Además, Jamenei tiene otros centros de poder para controlar el poder del presidente. Para los asuntos de política interior, los conservadores radicales cuentan con poder suficiente en el Parlamento. En los asuntos de defensa y política exterior, incluido el programa nuclear, no se hace nada sin el visto bueno de Jamenei.
En un escenario de pésimas relaciones con Occidente, es interesante que el nuevo presidente iraní haya vivido en Europa y no guarde de esa experiencia una visión catastrófica. Rohani, clérigo y por tanto de formación religiosa, estudió dos veces en Glasgow, la segunda vez en los años 90 para ampliar los estudios de su doctorado en derecho. Es un políglota. Se dice que habla inglés, francés, alemán, ruso y árabe.
Rohani, de 64 años, siempre ha estado en puestos clave del establishment, y desde la guerra con Irak, en posiciones de responsabilidad en asuntos de defensa y seguridad. Forma parte de los principales consejos, incluida la Asamblea de Expertos desde 1999 y el Consejo de Seguridad Nacional desde 1989, en los que los principales sectores del régimen dirimen sus diferencias. Consiguió esa posición durante la presidencia de Rafsanyani y la mantuvo con Jatamí. Por entonces, fue jefe del equipo negociador de asuntos nucleares hasta 2005. Dimitió cuando Ahmadineyad llegó al poder e impuso una línea oficial de confrontación con Occidente.
La versión oficial del Irán de Ahmadineyad incluía la crítica a los gobernantes anteriores supuestamente por mantener una línea demasiado diplomática y acomodaticia en las relaciones con Europa y EEUU. De hecho, en una entrevista a finales de mayo en la televisión pública, el presentador repitió esa alegación con el argumento de que el programa nuclear se había ralentizado durante esos años. Rohani demostró carácter, llamó «analfabeto» al periodista y dijo que eso era mentira.
Su idea de «reducir las hostilidades» con EEUU, entablar un diálogo directo y sin condiciones y alcanzar una situación de «respeto mutuo» no es muy diferente a la que mantuvo Jatamí, y es general popular entre las clases medias. Por tanto, hay que suponer que no repetirá las declaraciones provocadoras de Ahmadineyad, siempre ansioso por ocupar los titulares con gestos de desafío.
Respecto al programa nuclear, que no hay que olvidar que está bajo el control directo de Jamenei, Rohani ha dicho que se trata de un programa energético pacífico al que Irán tiene derecho: «Las armas nucleares no juegan ningún papel en la doctrina de seguridad nacional de Irán». Pero es consciente de que el Gobierno debe hacer lo posible para explicar su posición al resto del mundo de forma más efectiva y fortalecer el consenso interno sobre la cuestión. Si hace hincapié en lo segundo, es porque sectores del régimen no estaban de acuerdo con la actitud desafiante del Gobierno de Ahmadineyad y de su principal negociador nuclear, Jalili, que ha terminado tercero en estas elecciones.
La razón de que los votantes reformistas se hayan inclinado en gran número en favor de Rohani es porque el futuro presidente se ha mostrado dispuesto a cerrar las heridas abiertas por las elecciones de 2009 y la represión posterior. Incluso ha dicho que se debería encontrar una fórmula para poner en libertad a Musavi y Karrubi, que están en arresto domiciliario desde hace tiempo. Para eso, tendrá que llegar a un acuerdo con Jamenei, pero será imposible sin saber antes cuál sería la respuesta de los candidatos derrotados en 2009 a una posible liberación. Por otro lado, es posible que ya lo sepa porque el grupo de Rafsanyani ha mantenido el contacto con ellos desde entonces.
Sería prematuro afirmar que el Irán de Rohani será muy diferente a lo que conocemos del país hasta ahora. En la campaña, Rohani ha dicho que el Gobierno no debería interferir tanto en la vida de los ciudadanos. Los votantes reformistas han comprendido el mensaje. Es una forma en clave de pedir un mayor control de los sectores del régimen empeñados en imponer los valores religiosos tradicionales por la fuerza.
El consenso sucede a la confrontación como política oficial de Irán gracias a la victoria de Rohani. Si eso tiene consecuencias reales en la vida cotidiana de los iraníes y en sus relaciones con el resto del mundo, lo sabremos a partir de agosto, cuando el vencedor de las elecciones tome posesión de su cargo.
Imágenes de las celebraciones tras la victoria de Rohani.
Osease: que ni es blanco, ni es tinto, ni tiene color…Y habrá que esperar a que gobierne, para ver…