Habían pasado 45 minutos desde el comienzo del pleno y Pedro Sánchez ya había tenido suficiente. Una vez que Salvador Illa finalizó su intervención en nombre del Gobierno para solicitar la prórroga del estado de alarma, el presidente se levantó de su escaño en torno a las 9.45 horas y abandonó la Cámara. Ni se molestó en escuchar a Pablo Casado. Debía ocuparse de sus labores. ¿Tenía pendiente plancha o la colada? ¿La conciliación? No, supuestamente debía preparar la cumbre europea telemática que se celebraba cerca de nueve horas más tarde. Será que lee los informes con muuuucha lentitud.
Formaba parte de la estrategia de Moncloa de separar a Sánchez de la respuesta legal que ha planteado su Gobierno para encarar la segunda ola del coronavirus. En primer lugar, se encargó al ministro de Sanidad que defendiera la propuesta en el pleno. Luego, Sánchez ni se dignó a estar presente en toda la sesión.
Si se pretendía ahorrarle el desgaste, es un mal augurio. Significa que ya no se siente tan fuerte como para defender su mensaje. O quizá es que los experimentados expertos en comunicación política de Moncloa comienzan a ofrecer síntomas de agotamiento.
No fue sólo la oposición quien protestó por su absentismo. Varios portavoces de partidos que apoyaron la prórroga se lo reprocharon. Inés Arrimadas tuvo la ocasión de recordar el bolso más famoso de la historia del parlamentarismo español, el que Soraya Sáenz de Santamaría dejó en el escaño de Mariano Rajoy cuando este celebró su inminente derrota en la moción de censura con la sobremesa más larga que se recuerda. Carmen Calvo no cometió ese error. A cambio, Adriana Lastra, portavoz socialista, se sentó en la butaca vacía en algún momento para conversar con la vicepresidenta.
Sánchez no fue el único que tenía otras cosas que hacer. A media mañana, todo el banco azul estaba vacío, a excepción de Illa y de Carolina Darias. Si la situación es tan dramática y el estado de alarma es tan esencial, ¿quién dio en Moncloa la consigna de que la asistencia era optativa?
Por ahí empezó Casado a criticar a Sánchez en la intervención en la que anunció que el PP se abstendría en la votación: «Qué envidia observar a Angela Merkel y a Emmanuel Macron dirigirse a la nación para liderar la lucha contra la pandemia». En realidad, el presidente francés pronunció una intervención televisiva, que es lo que le encanta a Sánchez, pero en Francia el presidente no va al Parlamento a defender sus iniciativas. Merkel sí lo hizo este jueves después de pactar las medidas con los presidentes de los ‘Länder’.
Casado se enfrentaba a una tarea complicada. Elogiar a Merkel y Macron por su protagonismo, pero sin respaldar de forma específica sus medidas más drásticas, que en el caso de Francia suponen restricciones a la actividad económica mayores que las existentes en España. Lo segundo le hubiera obligado a dejar en evidencia al Gobierno madrileño de Isabel Díaz Ayuso, cuya última invención mágica es el cierre de la comunidad por días y sólo durante los puentes de noviembre. No tiene base legal para ello, aunque al final el Gobierno lo autorizó.
Todo da un poco igual, porque la prioridad de Ayuso es hacer de punta de lanza contra Sánchez. Después están las consideraciones económicas y en tercer lugar las medidas sanitarias. Ciudadanos se queja en privado de estas «absurdas maniobras victimistas» de su aliada en el Gobierno regional, pero en público no se atreven a tanto.
Casado insistió en dar información falsa sobre las respuestas legales en otros gobiernos de Europa. Lleva meses haciéndolo. «Esto no lo hace ningún país europeo. Hay que salir de la excepcionalidad», dijo sobre el estado de alarma. Macron acaba de decretar un estado de emergencia, que ya estuvo en vigor en la primavera. Italia ha ido prorrogando el suyo desde entonces y ahora su Gobierno pretende alargarlo hasta enero. Los medios de comunicación han informado ampliamente de estas noticias, pero Casado no se da por enterado.
El ministro de Sanidad puso fin al trato diplomático que ha dado a la oposición en la mayoría de sus intervenciones. No es que Illa enfadado sea como Hulk. Esta vez, sí entró en el plano personal contra Casado y metió el dedo en la herida que se ha abierto entre el PP y Vox. Para dudar de ella. «Esto se ha convertido en unas primarias de la derecha. Entre usted y el señor Abascal. Pili y Mili», le acusó con el fin de volver a situarlo junto a la extrema derecha.
Sobre este punto, Mili –es decir, Santiago Abascal– pudo apreciar que en el grupo del PP le tienen ganas ahora. Llamó a Casado «líder de la oposición servil». Afirmó que el partido de Casado, como oposición al Gobierno, está por detrás de Felipe González, porque este dijo que el estado de alarma es «una puñetera locura». Un diputado del PP gritó en el escaño: «Qué mal perder tienes». Don Pelayo no habría tolerado tamaña ofensa, por lo que Abascal respondió: «Qué nerviosos se ponen en el Partido Popular. No he visto en la Cámara ningún grupo que se comporte con menos educación». Por una vez hay que decir que el líder de Vox tiene razón. No se había fijado en ese detalle hasta ahora.
El Gobierno obtuvo 194 votos a favor de extender el estado de alarma durante seis meses, que es más o menos la mayoría que aspira a conseguir en la votación de los presupuestos. Cometería un error si pensara que eso le da un amplio margen para el futuro. El desplante de Sánchez al Parlamento es difícil de entender en un Gobierno sin mayoría absoluta. Gabriel Rufián recordó que su aportación en la negociación fue decisiva para que el presidente comparezca al menos una vez cada dos meses con la misión de rendir cuentas. «Es absolutamente inadmisible que ustedes tuvieran la intención de aprobar una suspensión de derechos fundamentales tan enorme como la que supone un estado de alarma sin pasar ni una sola vez durante seis meses por sede parlamentaria. Ya vale». Es decir, están jugando con fuego.
Sánchez no se dio por aludido. No podía, porque hacía algún tiempo que se había largado del hemiciclo.