Siempre que una dictadura anuncia que su único enemigo son los terroristas, no pasa mucho tiempo hasta que la definición de terrorista se amplía hasta límites desconocidos antes. En Egipto es exactamente lo que está ocurriendo. Una acusación de terrorista o islamista (llevar barba es casi un agravante) es suficiente para justificar una detención.
En el NYT hacen un repaso de varios arrestos recientes que cumplen ese perfil: dos activistas canadienses que estaban de paso en Egipto, dos líderes sindicales de una fábrica en Suez cuyos trabajadores estaban en huelga por motivos laborales, un periodista que dijo en público que la policía había matado sin motivo a un compañero o cinco personas que trabajan en una web religiosa y que han sido detenidos por llamar golpe al golpe.
Esta impunidad permite que todo aquel que critique a las fuerzas de seguridad sea considerado un traidor, denuncia una activista de derechos humanos, lo que automáticamente justifica la detención. Es decir, una situación mucho peor que en los últimos años del régimen de Mubarak, cuando existía una cierta tolerancia hacia la disidencia.
Pero no, no es un golpe.
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Khaled Dawoud era portavoz del Frente de Salvación Nacional, la coalición de partidos opuesta al Gobierno de Morsi, hasta que dimitió por no querer justificar la matanza de Rabaa. En un artículo recuerda que los objetivos del movimiento, que sacó a millones de egipcios a la calle, eran forzar la dimisión de Morsi y la convocatoria de elecciones presidenciales anticipadas. La meta nunca fue «aplastar a los Hermanos Musulmanes, encarcelar a todos sus líderes y prohibirles la actividad política, y mucho menos matarlos y eliminarlos por centenares».
Evidentemente, el Ejército tenía otras ideas al respecto. Utilizó a los partidos políticos en su beneficio e impuso una retórica ultranacionalista en el nuevo régimen, con una curiosa vertiente antiamericana, que ha tenido su mejor traducción en el movimiento juvenil Tamarrod, que se ha convertido en el germen de un grupo fascista con sus denuncias xenófobas sobre supuestas conspiraciones extranjeras y el apoyo del Ejército como la fuerza fundamental del Estado egipcio.
Veremos cuánto tiempo pasa Khaled Dawoud en la calle antes de que acabe en una celda.
Dices que «siempre que una dictadura». Tras lo que está pasando por ejemplo con Greenwald, casi es «siempre que un gobierno».
Creo que la frase gana en precisión con el matiz introducido por el amigo wotan… (sin «casi»!).
Comparto las puntualizaciones anteriores, aunque,