La mecánica parlamentaria jugó una mala pasada al Partido Popular este miércoles. Volvían los plenos del Congreso y la sesión de control unos días después de la debacle del PP y Ciudadanos en las elecciones catalanas y menos de 24 horas después de que Pablo Casado anunciara la venta de su sede nacional, el gran mausoleo de la corrupción en España. A ver con qué cara te presentas en el escaño a decir que los españoles han abandonado al Gobierno cuando a ti las urnas te han dejado tiritando. Pero hay que cumplir el expediente y además con preguntas presentadas la semana pasada –el reglamento del Congreso está pensado para alejar los debates de la actualidad con el fin de hacer la vida más fácil a los gobiernos–, lo que hace que todo tenga un aire irreal. Como si sus señorías vivieran en un país distinto al de los ciudadanos.
Varias de las preguntas tenían que ver con el debate sobre la «normalidad democrática» en España, una cuestión cuya gran virtud consiste en poner sobre la mesa las contradicciones en las que malviven los partidos políticos. No es que sea un asunto menor, pero esta discusión por momentos teológica está un poco lejos de lo que están viviendo los españoles desde hace un año.
Pongamos el caso de Ciudadanos. Al igual que el PP, sostiene que España es desde luego una «democracia plena», frente a las críticas realizadas por Pablo Iglesias. Si alguien lo duda, se les salen los ojos de las órbitas. Por otro lado, en una interpelación a Iglesias, Guillermo Díaz, diputado de Cs, afirmó que hay en el Gobierno un partido, por Unidas Podemos, que «alienta la persecución y caza de periodistas».
O una cosa o la otra. Si lo segundo es cierto, lo primero no puede serlo. En los países en los que el Gobierno persigue a los periodistas, no hay democracia, ni plena ni a tiempo parcial. De hecho, se les suele llamar dictaduras.
Iglesias reiteró su análisis crítico de la salud democrática de España, entre lo que hay que incluir el ingreso en prisión del rapero Pablo Hasel por unos tuits considerados delictivos por la justicia. «A mí, no me parece normal que Cifuentes se vaya de rositas y que Pablo Hasel vaya a la cárcel», dijo.
Al hacerlo como vicepresidente, su denuncia se estrella en la red. Los jueces se dedican a aplicar las leyes, con un sesgo conservador en muchos casos, por lo que una situación como la de Hasel, y hay unos cuantos precedentes, debería haber hecho que los partidos en el Gobierno emprendieran reformas legislativas sobre un asunto que no es una novedad. Unidas Podemos presentó hace pocos días una proposición de ley al respecto con la intención de acabar con las penas de prisión para delitos de opinión a la que Moncloa respondió con un comunicado de dos párrafos con el que anunciaron su propio proyecto. Ambas iniciativas llegan tarde para Hasel.
Gabriel Rufián estaba en el día de cuestionar los motivos de los partidos del Gobierno. Quizá por la situación postelectoral catalana, apuntó especialmente hacia Unidas Podemos. «Está muy bien hacer tuits muy enfadado», dijo en otro debate. «Tienen el Boletín Oficial del Estado. Tuitear cuando se puede legislar no es solidaridad. Es cinismo».
La interpelación de Ciudadanos sirvió para que Iglesias hablara de una de las cosas que más le interesan: el poder de los medios de comunicación. En el país en que las grandes empresas, el Ejército y la Iglesia han sido en el pasado, lejano y reciente, los poderes fácticos más influyentes de la democracia –es cierto, se les llamaba así–, resulta que «no es habitual que se debata en público» el poder mediático, afirmó Iglesias. «Es de hecho un tema tabú».
Los poderes mediáticos «deciden en su mayor parte las agendas», dijo. El trabajo de los medios de comunicación sí es esencial para los partidos de la oposición. Los medios se enteran de todo antes que los políticos que no están en el Gobierno. Ocurre también que los medios a veces dan noticias. Sin embargo, el Gobierno actual ha tomado decisiones sobre política económica y social durante la pandemia que no estaban «en la agenda» de la mayoría de los medios, como mínimo de seis de los diez medios escritos más leídos, según Comscore, por no hablar de las televisiones privadas. Sólo hay que ver cómo se han puesto rojos de ira.
Es indudable que todo eso influye en el debate público, y por eso Iglesias da tanta importancia a la presentación de los grandes proyectos en el Consejo de Ministros. En cuanto a medidas económicas más audaces, la oposición más efectiva ha sido la de Nadia Calviño, no la de los medios.
El vicepresidente incidió en hechos muy reales. La conciencia de los periodistas de que las presiones empresariales influyen poderosamente en su trabajo. La presión fallida sobre Albert Rivera para que pactara con Sánchez después de abril de 2019. Las presiones de la patronal del juego para que no se restrinja su publicidad, y que han originado un insólito recurso de una asociación de medios ante los tribunales.
A partir de esos hechos, Iglesias fue más lejos al tildar de antidemocrática la influencia de los medios. «No hay ningún elemento de control democrático del poder mediático. A usted (el diputado de Cs) y a mí al menos nos han elegido los ciudadanos», argumentó. Se supone que en un Estado democrático las leyes y la Constitución son los ‘elementos’ que condicionan a los medios, como a cualquier organización privada.
En España, hay medios de comunicación que no son viables porque sólo pueden sobrevivir gracias a la publicidad institucional o privada, y ambas pueden utilizarse para acabar con puntos de vista disidentes. Al final, sobreviven por razones ideológicas, las que mueven al que está en condiciones de subvencionarlos. Sólo se es realmente independiente si se es económicamente independiente (como bien saben los lectores de este diario).
Pero, para Iglesias, si no estás controlado por el Parlamento o el Gobierno, tu existencia no es del todo democrática. Es una idea muy discutible –que ha dado lugar a leyes intervencionistas de los medios en Argentina y Ecuador–, como bien demuestra el funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial en España, elegido por el Parlamento, por citar un ejemplo que siempre está de actualidad.
«Los dueños de los medios de comunicación tienen más poder que usted o que yo, aunque sea vicepresidente del Gobierno», concluyó Iglesias. Cualquiera que haya comprobado lo que se puede hacer con el BOE sabrá que eso no es cierto, porque supone sobreestimar a una escala masiva lo que pueden hacer los medios por su cuenta. Y eso que nadie ha dicho que todos ellos sean una fuerza del bien.
Habíamos dejado a Sánchez y Casado en su sesión de control tan sólo unos días después de las elecciones catalanas. No se han perdido nada. Sólo un detalle sacado del cineclub de Moncloa. Gran sorpresa. Pensaban que a Iván Redondo sólo le ponían las películas y series sobre política norteamericana. Debe de tener un gafapasta infiltrado en el equipo que tiene muy presente el cine británico de los años 60. Un alma gemela de Boyero.
El PP apostó todas sus cartas a denunciar las divisiones internas del Gobierno, que no sólo no se han aliviado después de las elecciones de Catalunya, sino que se han agravado en las últimas 24 horas. Para responder, y como ese era un tema del que no le convenía hablar, Sánchez hizo una referencia cinéfila –está muy sobrado estos días después de paladear el efecto Illa– con la película ‘El sirviente’, de Joseph Losey. Un aristócrata pusilánime acaba en manos de su criado manipulador y perverso en una historia cargada de tensión moral y sexual.
A ojos de Sánchez, Casado es el señorito de no muchas luces convencido del poder que le da su posición social, mientras que Vox es el mayordomo que de forma subrepticia demuestra quién está al mando en esa relación de dependencia.
Con Sánchez, Abascal ha pasado de amenaza de la democracia a político con sentido de Estado hace dos semanas y ahora a astuto operador político. A ver qué nos depara la próxima semana. Quizá algo que tenga que ver con la pandemia y la economía, pero tampoco nos pongamos estupendos. Esta vez, tocaba en el Congreso hablar de periodismo y de cine. Y al que no le guste, que se enganche a Netflix o que coja un libro.