Sólo porque seas un paranoico no significa que no te persigan, decía el personaje de Alan Arkin en la película ‘Catch-22’. Casi todos los políticos se ponen algo paranoicos cuando les aprietan y aun más si están en campaña electoral. Y es cierto que con frecuencia la mayoría de sus rivales va a por ellos. En eso consiste una campaña, además de en ofrecer un resumen general del programa. Que se sepa que existe, pero sin insistir demasiado, no vaya a ser que la gente se aburra. Lo que levanta a la gente de los asientos es atizar duro al adversario.
Pablo Iglesias fue a Bilbao el lunes para dar un mitin junto a Miren Gorrotxategi, candidata de Elkarrekin Podemos en las elecciones vascas. Eso en sí ya era una novedad si recordamos su entre escasa y nula participación en la campaña de las elecciones de 2016. Por entonces, la dirección vasca de Podemos estaba en manos de los errejonistas y eso debió de influir. El partido venía de excelentes resultados en Euskadi en las generales de 2015 y 2016 e Iglesias tenía mucho cartel allí. Ese impulso se perdió. Las autonómicas de 2016 dejaron a Podemos como tercera fuerza muy por detrás de EH Bildu.
Iglesias se presentó con la intención de apoyar a Gorrotxategi y otras cosas más, como hacer frente a las críticas a Podemos, que han aumentado en los últimos días desde que Podemos critica a su vez a algunos periodistas. Aquí todo el mundo tiene la piel muy fina y un martillo en la mano. «Hay una sensación distópica», dijo en relación a los tiempos del coronavirus. En la política española, es más la sensación de toda la vida.
El líder del Podemos recuperó el mensaje central de las campañas del partido con un cambio no menor. Antes era: nos atacan por lo que somos. Ahora es: nos atacan por lo que hacemos (en el Gobierno). «Hicieron lo que no está escrito para reventarnos y ahora van a hacer lo que no está escrito para sacarnos del Gobierno», dijo. En dos ocasiones, se refirió a los «cañones mediáticos del PP». Al menos, no puso nombres a esa artillería, a diferencia de su portavoz parlamentario, Pablo Echenique, empeñado en meterse en todas las guerras civiles tuiteras con resultados no muy alentadores, como es propio de las redes sociales.
Una campaña consiste en sacar pecho mientras desnudas la perfidia de los enemigos. No conviene pasarse con el victimismo –que es por otro lado la marca característica de los partidos españoles–, en especial si estás en el Gobierno. Menos samba y más trabajar, te dirán. Por ahí Iglesias presumió de las medidas adoptadas por el Gobierno de coalición, resaltando que hay cambios que son irreversibles: «¿Os acordáis de todas las barbaridades que se decían a propósito de subir el salario mínimo, que hace nada estaba en muy poquito más de 700 euros? Se decía que iba a llegar el caos económico, que eso iba contra la creación de empleo, pero, una vez que lo subes, no hay ningún representante de ninguna formación política que le diga a los trabajadores que hay que bajarles el salario mínimo otra vez». Lo mismo con el ingreso mínimo vital, que resulta que tiene ahora tantos partidarios que es raro que no se aprobara muchos años atrás.
Iglesias relacionó esos logros con los ataques recibidos, que se han redoblado, al igual que contra el PSOE, desde el inicio de la pandemia. Las encuestas nacionales revelan un cierto desgaste en el apoyo al PSOE y Podemos, pero no el hundimiento que esperaban sus adversarios. En aplicación del manual de instrucciones de la política española, toca multiplicar por dos la presión. Si algo no funciona, vuelve a intentarlo.
En su defensa de la gestión por el Gobierno, el líder de Podemos destacó las cosas que se pueden hacer desde el poder, de esos cambios legales a los que considera irreversibles. «Por muy conservador que sea el juez que te toque, la ley es la ley», afirmó. Para que luego digan que se quiere cargar las instituciones.
El poder es un lugar del que está muy alejado Elkarrekin Podemos en Euskadi. Defiende con intensidad la idea de un tripartito de izquierdas junto al PSE y EH Bildu en un empeño que está condenado al fracaso. El argumento de Iglesias, que no pronunció la palabra ETA, es que la vasca es una sociedad «que se ha normalizado», porque «ya se ha superado una época terrible» o lo que llamó «épocas de excepcionalidad», un concepto que está peligrosamente cerca del eufemismo. «Van a decir que es demasiado pronto para que ese cambio se produzca. Pero los tiempos están cambiando».
No tanto. «Pensar que hoy día es posible en Euskadi un tripartito de izquierdas es ciencia ficción», dijo Arnaldo Otegi hace un mes. En la última legislatura, el PSE y Bildu no han hecho esfuerzos por acercarse. La huella del terrorismo continúa arrojando una sombra muy larga sobre las relaciones entre ambos partidos. Los ataques con pintadas contra sedes de partidos o el domicilio de Idoia Mendia por los disidentes de la izquierda abertzale han servido para recordar esa época, que es precisamente lo que buscaban sus promotores. «Todo el mundo sabe que detrás de eso no está EH Bildu», ha dicho Otegi. «Es más, quienes hacen las pintadas y quienes interpelan a EH Bildu (los demás partidos) sólo tienen como único objetivo debilitarnos». Pero Bildu decidió no condenar esas agresiones, sobre todo porque entonces les exigirían emplear esa palabra para actos violentos mucho peores del pasado, y porque Otegi argumenta que eso las «retroalimentaría».
Los tiempos han cambiado en Euskadi, pero no a la velocidad a la que aspira Iglesias.