Siempre hay razones para justificar la tortura en EEUU

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Una de las torturas más horribles descritas en el informe del Senado sobre las técnicas de interrogatorio de la CIA es lo que se ha dado en llamar «rehidratación rectal», insertar un puré por la fuerza por el recto de un detenido en cinco ocasiones. En una entrevista, el exdirector de la CIA Michael Hayden lo defiende con estas palabras, ante la perplejidad del periodista:

«Era un procedimiento médico. Se hizo en atención a la salud de los detenidos, porque la gente que era responsable de ellos vio que se estaban quedando deshidratados. Entre las opciones que tenían, estaba (hidratarlos) vía intravenosa, lo que sería peligroso con los detenidos que no cooperaban (interrumpe el periodista) John, no soy doctor, ni tú tampoco, lo que sé es que es una de las formas para rehidratar el cuerpo».

Después, insiste en que esa descripción aparece en un solo email, de entre los desvelados por el informe del Senado, aunque antes ha defendido la práctica como algo perfectamente normal dadas las condiciones. Tapper afirma que en el informe está claro que esa «rehidratación rectal» es un «método de interrogatorio».

En un caso de huelga de hambre, quizá sea necesario, digamos, métodos poco convencionales para mantener vivo a un preso. No aparece en el informe ninguna referencia a una huelga de hambre. Es difícil creer que un prisionero que está sufriendo estos tormentos vaya a negarse a beber un vaso de agua. Pero Hayden defiende esta agresión, que causó daños físico al preso, como algo perfectamente aceptable, lo que demuestra que los defensores de la tortura en EEUU son capaces de las razones más peregrinas para justificar estas técnicas de interrogatorio.

La organización Physicians for Human Rights, que sí sabe de medicina a diferencia de Hayden, ha negado que este sistema tenga algo que ver con un método médico aceptable:

«A diferencia de las declaraciones de la CIA, no hay ninguna indicación médica que recomiende usar la rehidratación y alimentación rectal, en vez de la administración oral o intravenosa de fluidos y nutrientes. Esto es una forma de asalto sexual disfrazada de tratamiento médico. En ausencia de una necesidad médica, está claro que el único propósito en este procedimiento invasivo y humillante era infligir daños físicos y mentales».

Las declaraciones de Hayden no son en absoluto originales. Forman parte de una cadena de justificaciones empleada no ya por la Administración de Bush, sino en otros muchos conflictos anteriores. No es necesario colocar a Al Qaeda y el 11S en la historia para encontrar ejemplos similares.

Podemos irnos atrás en el tiempo para descubrir eufemismos que se basan en el principio que ya he comentado en alguna ocasión: EEUU no tortura, y por tanto ninguna técnica de interrogatorio que utilicen sus soldados o espías se puede considerar tortura por definición.

Tomemos el caso del ‘waterboarding’, una técnica de castigo cuyo origen se remonta a la Inquisición española. En la represión de la rebelión filipina de principios del siglo XX, los soldados norteamericanos lo emplearon con frecuencia en los interrogatorios de los prisioneros. Hasta llegó a aparecer en una ilustración en la revista Life en 1902.

water-cure-life«Nadie ha sido gravemente herido (por la «cura del agua», ese era el eufemismo de la época) mientras que los filipinos han infligido torturas increíbles a nuestra gente. (…) Sin embargo, la tortura no es algo que nosotros podamos tolerar», dijo el presidente Theodore Roosevelt.

Al igual que ahora, hubo una comisión parlamentaria en el Senado que investigó los acontecimientos de esa guerra. En ese caso, estaba formada en su mayoría por partidarios de la colonización de Filipinas.

William Howard Taft declaró ante esa comisión al haber sido gobernador militar de Filipinas (luego llegó a ser elegido presidente). Llegó a decir que se usó el ‘waterboarding’ «en algunos casos para extraer información». Hubo tiempo para la ironía: «Hay casos divertidos en los que los filipinos llegaban y decían que no dirían nada a menos que los torturaran. Así tenían una excusa para contar lo que pensaban decir».

Sí hubo un militar que testificó que muchos presos morían en los interrogatorios. De los 160 presos que sufrieron la «cura del agua», murieron todos menos 26, dijo. No es extraño si el torturado está tumbado en el suelo o una superficie plana, como muestra la ilustración de Life, y el agua termina inundando los pulmones.

No había límites para la fabulación. Algunos de los comparecientes alegaban que el internamiento en campos de concentración era poco menos que una bendición para sus víctimas. Según un profesor norteamericano, las personas acudían a estos campos por su propia voluntad y tenían allí una vida mejor que en sus lugares de origen. Es lo mismo que se dijo décadas después cuando se internaba a los vietnamitas en campos de chabolas para sacar a la población civil de las zonas en las que era fuerte el Vietcong.

Les invadimos (EEUU se quedó con Filipinas tras derrotar a España en 1898) y además nos tienen que dar las gracias. Decenas de miles de personas murieron en esa guerra. No por culpa de los invasores, desde luego.

Como cuenta el libro ‘Benevolent Assimilation: The American Conquest of the Philippines, 1899-1903’, los republicanos recibieron la ayuda de los misioneros protestantes desplegados en Filipinas para disculpar las acciones del Ejército y las acusaciones de torturas.

En un artículo titulado «The Water Cure From a Missionary Point of View», el reverendo Homer Stunz escribió que «dado que la víctima puede parar todo el proceso e incluso impedirlo» contando lo que sabe «antes de que la operación llegue tan lejos como para ocasionarle heridas graves», no puede considerarse tortura. Si los críticos de estos métodos, continuaba Stunz, se pusieran en el lugar de estos soldados que tenían que combatir en junglas lejanas, «estoy seguro de que pensarían de forma diferente». Y además sólo se aplicaban a los «espías» que podían dar información sobre movimientos militares del enemigo.

No han cambiado mucho las cosas desde entonces. La culpa de que haya torturas siempre es de los torturados, no de los que torturan. Entre otras cosas, porque ni siquiera se les puede llamar torturas.

La foto superior se conserva en la Ohio State University Rare Books and Manuscripts Library y está datada en Sual, Filipinas, en mayo de 1901.

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