La imagen llama la atención pero se queda en anécdota comparada con el Flash Crash de 2010, que supuso una pérdida de 1.000 puntos en el Dow Jones. El tuit falso de Associated Press anunciando un ataque a la Casa Blanca ha provocado el martes una caída mucho menor, corregida minutos después. En este caso, la razón estaba clara desde el primer momento, lo que no es un alivio, pero al menos servirá para que no haya largas investigaciones con conclusiones discutibles.
La culpa es de Twitter. O de los algoritmos. O de las limitadas medidas de seguridad de los medios de comunicación a la hora de controlar sus cuentas en las redes sociales. O de todos al mismo tiempo.
Sobre la primera razón, vamos a escuchar muchos comentarios sobre lo absurdo que es que los mercados financieros presten atención a un medio en el que Justin Bieber tiene 38 millones de seguidores. En el mundo del dinero, no harán mucho caso de la última versión de ‘todos vamos a morir por culpa de la tecnología’. Allí, obtener la última información en el plazo de tiempo más breve posible (si es en tiempo real, no hace daño) se considera absolutamente fundamental. Esperar a que la Casa Blanca, Downing Street o El Elíseo confirmen una noticia supone perder un tiempo que no tiene precio.
Las terminales de Bloomberg cuentan con una selección de cuentas de Twitter a las que es necesario seguir. Yo pensaba que eran unos cuantos elegidos, pero no, resulta que son muchas más.
Gillian Tett explica en el FT cómo un estudio realizado en el MIT a partir de los datos ofrecidos por la red eToro demuestra que los inversores que utilizan esa red social para intercambiar información y sugerencias obtienen mejores rendimientos que los demás o que los que siguen los consejos de una o dos fuentes de confianza.
Todo esto desafía nuestras ideas preconcebidas sobre cómo funcionan los protagonistas de los mercados. Suponemos que los que creen tener una buena carta no querrán compartir esa valiosa información con otros. No es que sean egoístas, sino que la propagación de esos datos podría hacer que cambiaran las tornas y el mercado girara en dirección contraria. La realidad es que en los mercados no se funciona de forma muy diferente a lo habitual en el resto de las relaciones sociales. A veces, compartir implica también recibir. Y examinar lo que hacen los demás te puede hacer más listo, o sencillamente tranquilizarte porque descubres que no eres el único que va por ese camino.
Sobre los algoritmos, ya se escribió mucho de eso en 2010. Muchas de las operaciones en el mercado se hacen de forma automática y en intervalos de escasos segundos sin ninguna intervención de esa entidad sobrevalorada llamada el ser humano.
Quizá la cosa no llegue hasta los niveles espeluznantes de la novela ‘El índice del miedo’, de Robert Harris, pero está claro que lo que llamamos de forma incorrecta ‘las máquinas’ rigen los destinos de los mercados o de buena parte de ellos.
El único problema de considerar a la novela de Harris ciencia ficción es que la realidad (sin el toque Skynet) no está tan lejos. Los algoritmos son una parte esencial de los movimientos que se producen en los mercados, como explicaron Felix Salmon y John Stokes en 2010. Su artículo tiene un comienzo espectacular con la historia de un servicio concreto de Dow Jones cuyos suscriptores son… algoritmos. Está claro que esos clientes no necesitan titulares, fotos, entradillas o sección de deportes, sino datos en estado bruto. El análisis de esa materia prima en tiempo real (no en segundos, porque ese es un plazo de tiempo demasiado grande) es el punto de partida de decisiones que mueven el dinero en cantidades difíciles de imaginar.
Por último, en relación a la seguridad de las cuentas de Twitter de los grandes medios, se puede decir que ese es el eslabón más débil de la cadena. Reuters, al que habría que definir más como un imperio que como un medio de comunicación, acaba de despedir a su jefe de redes sociales. Los conflictos sobre qué contar desde la cuenta de un medio son innumerables y no se solucionan con extensas normas de uso con las que algunos directivos pretenden tapar con un dedo una grieta que se abre en su coraza.
Hubo un tiempo en que el privilegio de llamar a la rotativa y pronunciar las míticas palabras «paren las máquinas» estaba reservado al director o a algún delegado plenipotenciario. Ahora las ‘máquinas’ se paran con un mensaje de 140 caracteres o menos, y a veces nadie sabe quién lo ha enviado.
Será mejor que echemos la culpa al algoritmo.
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Menos mal que no los hackers no colgaron el tráiler de la peli ‘White House Down’, porque entonces habríamos vistos a los brokers de Wall Street saltando desde las azoteas…
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