Este mismo mes, John Boehner dio el veredicto menos ambiguo sobre el candidato con el que muchos dirigentes republicanos pretendían frenar a Donald Trump en las primarias presidenciales. El que fue presidente de la Cámara de Representantes durante casi 15 años hasta 2015 definió así al senador de Texas Ted Cruz en una conferencia en la Universidad de Stanford:
«Lucifer en cuerpo y alma. Tengo amigos republicanos y demócratas. Me llevo bien con casi todo el mundo, pero nunca he trabajado con un hijo de puta más miserable en toda mi vida».
Tras sufrir una rotunda derrota en Indiana, el «hijo de puta» ha retirado su candidatura.
Ya nada puede detener a Trump en su carrera para hacerse con la nominación presidencial. El juego de la «convención abierta» que permitió tantas especulaciones con poco fundamento en los medios de comunicación no tiene sentido. John Kasich aún sigue siendo candidato, pero es sólo una anécdota. Trump llevará su campaña ultranacionalista, xenófoba y autoritaria a primera línea de fuego, y probablemente se quemará en ella de forma espectacular.
Lo que aterroriza a los republicanos no es que sea derrotado por Hillary Clinton con claridad, sino que arrastre consigo en la debacle a muchos congresistas del partido y que los demócratas recuperen la mayoría, al menos en el Senado.
El veredicto de Boehner sobre Ted Cruz no se justificaba sólo por el hecho de que ya retirado no tiene por qué preocuparse de lo que dice. Otros congresistas republicanos tenían la misma opinión. Una muy divertida fue la que expresó el senador Lindsey Graham en una cena con periodistas en febrero: «Si mataras a Ted Cruz en el hemiciclo del Senado, y el juicio se celebrara en el Senado, nadie te condenaría». Un mes después, Graham apoyó la candidatura de Cruz, lo que demuestra hasta qué punto estaban desesperados los políticos republicanos.
Por seguir con el circo, una definición algo gastada para referirse al proceso electoral norteamericano, pero que nunca fue tan cierta como en estas primarias republicanas, hay que aprovechar la oportunidad para volver a desmentir que Cruz fuera el asesino del Zodiaco. Vale, sólo era una broma de Internet, pero algunos artículos mencionaban que al menos Cruz cumplía algunos requisitos básicos del perfil de un asesino múltiple. Un tipo solitario, de no demasiadas luces, al que ni sus colegas más cercanos respetan y que alberga ideas un tanto terroríficas sobre lo que le haría a la sociedad si pudiera. Hay gente que ha matado por menos.
Cruz era un ultraconservador, como también lo fueron otros políticos republicanos que llegaron bastante lejos en las primarias en las dos últimas elecciones. Era el candidato natural de la derecha evangélica para la que la separación de la Iglesia y el Estado es uno de los grandes errores de la Constitución de EEUU. Sólo la irrupción de Trump le convirtió en la única esperanza para acabar con el millonario. Y también el hecho de que las figuras del establishment que se presentaron resultaron ser especialmente ineptas en una de las exigencias naturales del puesto: buscar votos entre gente que tiene ideas similares a las tuyas.
Al final, los republicanos se han quedado encerrados en una habitación muy pequeña con el monstruo de Frankenstein que contribuyeron a crear con todas las piezas que han ido acumulando con su política destructiva de los últimos 15 años. Como dice la senadora demócrata Elizabeth Warren, Donald Trump es ya el líder del Partido Republicano.
Y ahora, si yo fuera la policía de Texas, tendría un ojo puesto en Ted Cruz. Los asesinos múltiples pueden reaccionar muy mal ante el desprecio de sus semejantes.
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17.15
Para terminar de cerrar su fracasada campaña, Cruz golpea (sin querer) no una sino dos veces a su mujer en la cara. Primero con la mano, luego con el codo. Si hubiera tratado desde el principio a Trump igual de mal que a su mujer, lo mismo lo habría tenido mejor en las primarias.
Hay que sumarlo a uno de los momentos más embarazosos que se recuerdan en un candidato presidencial, alguien que debe estar acostumbrado a besar y coger niños de desconocidos para pescar votos (de sus padres). Fue a besar su propia hija y la niña reaccionó como si le estuviera acosando un desconocido de aspecto asqueroso. Algo sabía ella que nosotros desconocemos.
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The delegate count after last night's results https://t.co/UPJiZy2fTI pic.twitter.com/FwF137JIlP
— The New York Times (@nytimes) May 4, 2016