Volvió la sesión de control al Congreso y con ella las sanas tradiciones políticas españolas. Una de ellas es que no importa cuál sea el asunto que más preocupe a los ciudadanos –en estos tiempos obviamente la pandemia–, porque siempre es el momento adecuado para sacar el tema de ETA. La organización terrorista ya es historia, pero forma parte del menú del día de ciertos partidos. El suicidio del preso Igor González, en la cárcel desde hace quince años, se convirtió el miércoles en motivo suficiente para cargar contra el Gobierno, no por la posible responsabilidad de la Administración penitenciaria en la seguridad de un interno, sino porque Pedro Sánchez había «lamentado profundamente» el fallecimiento el día anterior en el Senado. Como no se alegró por el suceso y no descorchó una botella de champán, Pablo Casado se inventó la noticia: «Ayer condena la muerte de etarras», dijo. ¿Son ahora los suicidios de presos un éxito de la democracia en España?
En la misma línea, Inés Arrimadas, antes de hacer su pregunta sobre la vuelta al colegio, dio por hecho que no felicitarse por el suicidio de un condenado por delitos de terrorismo es una afrenta a otras personas: «Pido al Gobierno que muestre más empatía con las víctimas de ETA que con sus verdugos». Lo mismo Santiago Abascal: «No tendrá nuestro pésame a uno de sus cómplices».
Para criticar a Pablo Iglesias, el secretario general del PP, Teodoro García Egea, dijo que «ETA es una banda terrorista, no una banda de música». En presente. Cuando les apetece, los políticos atrasan los relojes unos cuantos años.
Como explicó el jurista y exdiputado del PP Jesús López-Medel, «cuando una persona ingresa en un centro penitenciario, la Administración asume un deber de proteger y cuidar de la vida y salud de esa persona, y una cosa es que no sea responsable de todos los suicidios que se producen en las cárceles y otra es ver si ha puesto o no los suficientes los medios para evitar ese resultado». Eso es especialmente cierto en el caso de presos que han intentado antes quitarse la vida.
Mertxe Aizpurua, diputada de Bildu, reclamó al ministro de Interior poner fin al alejamiento de presos etarras y que se excarcele a los que estén enfermos en estado grave. Recordó que Igor González había intentado suicidarse tres veces. «Esta era una muerte evitable», dijo.
Grande-Marlaska no podía dejar de responder a la pregunta. No quiso referirse al caso de González con el socorrido argumento de la Ley de Protección de Datos y defendió que «la legislación penitenciaria es modélica» en España. Informó de que 90 presos de ETA «han sido trasladados y cambiados de grado en los últimos años, siempre con control judicial».
El primer pleno tras el verano se adaptó al agravamiento de la pandemia en Madrid y las nuevas medidas restrictivas ordenadas por el Gobierno de la Comunidad. No estuvieron todos los diputados y todos llevaban mascarillas, también durante las intervenciones. La bancada del PP, que gobierna en Madrid, las aplicó a su manera. Las dos primeras filas de escaños, donde están los diputados más destacados, estaban ocupadas, así que la distancia de seguridad entre ellos no llegaba a los 50 centímetros.
Sin embargo, las medidas sirvieron para dejar fuera de este pleno a Cayetana Álvarez de Toledo, la portavoz del grupo destituida por Casado en verano. No hay problema. Ella se ha montado su propia tribuna al poner en marcha un canal personal en YouTube. Para inaugurarlo el día anterior, hizo una sesión de control del líder de su partido. Explicó que el grupo parlamentario le ha negado formar parte de las comisiones que ella había elegido y le ha dado otras. Y sobre asistir al pleno, lo siento, pero estás fuera de la lista VIP: «Según me explicó la dirección del grupo, sólo van a asistir los 44 más importantes». Para la dirección del PP, estar sentado a menos de 50 centímetros de Álvarez de Toledo debe de ser un trago muy duro.
Álvarez de Toledo ha llamado «CATilinarias» a su canal de vídeo por los cuatro discursos de Cicerón contra el demagogo Catilina. En términos de oratoria política, siempre da lustre compararse con Cicerón y sus intervenciones en favor de la república romana y contra la tiranía. Nunca conviene olvidar que el ilustre senador acabó siendo asesinado por orden de Marco Antonio, que dispuso que su cabeza y su mano derecha, con la que escribía sus discursos, fueran colocadas durante un tiempo junto a la tribuna de oradores del Senado. Su esposa Fulvia se ocupó de arrancarle la lengua. Cicerón sabía cómo enfurecer a sus rivales políticos.
Es probable que Casado utilice métodos menos expeditivos para silenciar a su antiguo fichaje estelar. No será por falta de ganas.
Las sesiones de control de septiembre sólo son un aperitivo del debate pendiente más decisivo, el de los presupuestos, sin los cuales la esperanza de vida de la legislatura quedaría bajo mínimos. El PSOE está tirando cables hacia varios sitios al mismo tiempo para ver cuál es el que resiste más peso. Sánchez no habla mucho de pactar con Esquerra, y sí en cambio con Ciudadanos y hasta con el PP, aunque sabe que esto último es imposible. En ese juego de apariencias previo a la negociación real, Gabriel Rufián optó en el pleno por dirigirse al grupo de Unidas Podemos con la intención de meter una cuña dentro del Gobierno de coalición: «¿No se dan cuenta de que esta operación, la de revivir a uno de los partidos de la derecha, va mucho más allá de unos presupuestos? ¿Que la operación es que el PSOE pueda escoger en los próximos diez años entre ustedes o Ciudadanos?».
No sabemos si a Sánchez le preocupa que Podemos se ponga nervioso por esa posibilidad. De momento, ha dado garantías a Pablo Iglesias de que no negociará a espaldas de su grupo. Como ya le ha mantenido en las tinieblas en dos asuntos muy relevantes –la huida de Juan Carlos de Borbón y la fusión de CaixaBank y Bankia–, no puede permitirse muchos más trucos. Quizá por eso el presidente cometió un error no forzado al responder a Rufián. «Ciudadanos ya ha elegido. No se ha salido de la foto de Colón», dijo en una afirmación que pareció sorprender, quizá hasta incomodar, a Arrimadas.
Es una forma extraña de negociar con un partido la de recordarle algunas de sus peores pesadillas.