Los planes rusos sobre la guerra en Siria se han encontrado con un inesperado obstáculo: el Gobierno de Asad. Ante una situación militar que le es favorable, Damasco pretende continuar a la ofensiva y lanzarse cuando las circunstancias lo permitan contra la provincia de Idlib, en el norte del país, la única que controlan por completo sus enemigos. Ese paso final deberá esperar a que concluya el avance sobre Deir Ezzor, localidad cercada por el ISIS, pero no sería incompatible con el inicio de los bombardeos sobre Idlib.
Rusia tiene otras prioridades que no pasan por asegurar una victoria militar completa para las fuerzas de Asad, según Bloomberg, que cita a miembros de think tanks que asesoran al Kremlin. Las relaciones entre Moscú y Damasco son tensas, explica Andrei Kortunov: «Rusia no está dispuesta a permitir a Asad continuar la guerra hasta la victoria». Y no está nada contenta con la sospecha de que el Gobierno sirio bloquea las conversaciones políticas a la espera de que sus victorias militares las conviertan en obsoletas.
La presencia estratégica rusa en Siria va más allá de los intereses personales de Asad y su familia. Moscú explora otras opciones, aún no muy claras, que permitan con el apoyo de EEUU detener la guerra en algunas zonas del país para luego pasar a negociaciones políticas de más entidad. Es decir, congelar la guerra a la espera de pasar a algún tipo de coexistencia entre algunos de los contendientes.
Una gran ofensiva sobre Idlib no es posible sin la intervención directa de los aviones rusos, dice en el artículo de Bloomberg Elena Suponina, de otro think tank que colabora con el Gobierno de Moscú. «El liderazgo sirio se ha equivocado si cree que Rusia les dará la ayuda necesaria para tomar Idlib, como ocurrió con Alepo. Moscú ha optado ahora por contener a los radicales de Damasco, porque la prioridad ahora no es capturar Idlib».
Los últimos acontecimientos de Idlib pueden serle útiles a Asad si necesita convencer a los rusos. Esa ciudad y la provincia del mismo nombre fueron capturadas por una coalición de grupos insurgentes dirigida por el Frente Al Nusra, vinculado a Al Qaeda (desde entonces se ha desligado formalmente de ella, pero sus ideas son las mismas). El segundo grupo de esa coalición era Ahrar al-Sham. Lo que ha ocurrido recientemente es el que el nuevo Al Nusra –ahora llamado Hay’et Tahrir al-Sham (HTS)– se ha hecho con el control de la mayor parte de Idlib, hasta el punto de que algunas informaciones apuntan que Ahrar al-Sham ha dejado de existir como grupo. Lo que parece seguro es que los enfrentamientos ocurridos se dilucidaron muy rápidamente en favor de HTS y que sus antiguos aliados aceptaron abandonar las zonas que controlaban.
No sería la primera vez en la guerra siria en que un grupo insurgente que había sido poderoso antes por la ayuda exterior que recibía termina siendo absorbido por otro o pierde a la mayor parte de sus combatientes y armamento al enfrentarse a un enemigo mayor.
Una provincia de Idlib totalmente controlada por los yihadistas del antiguo Al Nusra sería un argumento de peso con el que Damasco intentaría convencer a Rusia de continuar la guerra hasta el final.
El problema para Moscú es más político que militar. Desde hace tiempo quiere dar a entender que la prioridad es poner fin a la guerra o embarcarse en la búsqueda de una solución política en la que pretende contar con la colaboración de la Administración de Trump (una respuesta norteamericana reciente ha sido el anuncio de la orden de Trump de poner fin a la ayuda directa de la CIA a los insurgentes). Una ofensiva general sobre Idlib parecida a la que hubo sobre Alepo desmentiría esa realidad y pondría en las pantallas más imágenes de aviones rusos y sirios destruyendo una ciudad con impunidad desde el aire. En estos momentos, Rusia quiere contar con otras opciones sobre la mesa.