Donald Trump no perdona sus fines de semana en su residencia turística de Mar-a-Lago, en Florida. Con el actual habrá pasado 14 días allí, lo que viene a ser el 31% del tiempo que lleva en la Casa Blanca. De ahí que le llame la «Casa Blanca de invierno» o la «Casa Blanca del Sur».
Trump llegó a Florida enfurecido. No le había gustado que su fiscal general, Jeff Sessions, anunciara que se recusaba de cualquier investigación sobre la pasada campaña electoral. El viernes, Trump comunicó a sus asesores que esa decisión era un error que sólo favorecía a sus enemigos. Y estaba tan molesto que se cayeron del vuelo a Florida sus dos principales consejeros, Reince Priebus y Stephen Bannon, que se quedaron en Washington para solucionar el problema.
Trump left WH in a fury on Friday, fuming about Sessions’s recusal and telling aides that Sessions shouldn’t have recused himself…
— Robert Costa (@costareports) March 4, 2017
«Deberíamos haber tenido una buena semana. Deberíamos haber tenido un buen fin de semana. Pero una vez más, estamos otra vez con Rusia», dijo a ABC News una fuente de la Casa Blanca. Y aún estaba por llegar el sábado.
Por la mañana, Trump se fue a jugar al golf. Antes, a las seis y media de la mañana, ya tenía el móvil en la mano y empezó a atacar con una serie de tuits en los que acusaba a Obama de haber pinchado sus teléfonos durante la campaña. Evidentemente, sin pruebas. Pero esta vez hay una pista de titulares que ayudan a entender la furia del presidente.
En primer lugar, The Washington Post y The New York Times dieron el sábado donde más le duele. El Post con el titular en primera página «Russian contacts haunt Trump». También en portada el NYT con «Washington with Moscow on its mind» (y el subtítulo «Scrutiny over growing list of Trump ties»).
Esos fueron los artículos que le molestaron, pero la materia prima de sus tuits estaba en un artículo aparecido en su medio de cabecera, la web Breitbart News, que era un resumen de una larga intervención en su programa de radio de un muy conocido abogado y activista ultraconservador llamado Mark Levin. Breitbart y programas de radio como el de Levin forman parte de la dieta informativa básica de Trump. A veces fuera del radar de los grandes medios de comunicación, estos programas de radio son muy influyentes entre los votantes más conservadores. Al de Levin le adjudican una audiencia nacional superior a siete millones de personas.
Levin argumenta que se está produciendo un «golpe silencioso» contra Trump que es lo que deberían investigar los tribunales, no las supuestas relaciones de gente del entorno del presidente con el Gobierno ruso. Se remonta a julio de 2016 para afirmar que la Administración de Obama obtuvo autorización judicial a través del tribunal FISA para utilizar técnicas propias de un «Estado policial» con el fin de vigilar la campaña de Trump y filtrar información negativa sobre él incluso después de su llegada al poder. Es una mezcla de informaciones aparecidas en varios medios, algunas desmentidas, siempre basadas en fuentes anónimas, y colocadas de forma que parezca que estamos ante una gran conspiración contra las actuales instituciones del Estado con la complicidad de los grandes medios.
No todo lo que aparece en el artículo es falso. También se refiere al conocido informe de los servicios de inteligencia norteamericanos que acusó a Rusia de intentar interferir en la campaña electoral. Es una mezcla hábil de hechos, suposiciones y sobreentendidos que forman los ingredientes básicos de cualquier teoría de la conspiración que merezca ese nombre.
Trump dijo que «se acababa de enterar» en la mañana del sábado de la existencia de esa trama, por lo que hay que suponer que su única fuente es el artículo publicado por Breitbart. Suficiente para comparar a Obama con Nixon y el Watergate.
How low has President Obama gone to tapp my phones during the very sacred election process. This is Nixon/Watergate. Bad (or sick) guy!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 4 de marzo de 2017
Un presidente no puede ordenar a un juez federal que pinche los teléfonos de un rival político. Podría hacerlo el Departamento de Justicia si convence a un juez de que se está cometiendo un delito o si alguien está trabajando en favor de los servicios de inteligencia de un país extranjero (de ahí la posible relación con el tribunal FISA). Que Trump plantee esta posibilidad, aunque sea sin pruebas, no parece muy inteligente, ya que sería como aceptar que un tribunal encontró indicios de que en la campaña de Trump alguien estaba trabajando en favor de Rusia, una idea que obviamente él ha negado por completo.
Lo cierto es que varios medios, en especial el NYT, informaron en 2016 de una investigación de FBI a varias personas cercanas a Trump (como Paul Manafort, Carter Page y Roger Stone) por sus relaciones con Rusia. Si bien eso permitió la publicación de numerosos artículos sobre esas conexiones y no menos especulaciones, nunca ha salido nada de eso que confirme las sospechas. Nadie ha sido imputado ni citado ante un gran jurado.
En cierto sentido, los tuits de Trump son una conspiración sobre otra conspiración en el delirante juego de acusaciones mutuas en que se ha visto inmersa la política norteamericana.
La predilección de Trump por las teorías de la conspiración es bien conocida y muy anterior a su entrada en la política. Estuvo en primera línea en el intento de probar que Obama no había nacido en EEUU. En la campaña, las empleó en varias ocasiones sin importarle que los medios le recordaran que se basaba en información falsa.
Ahora, como antes, le acarreará todo tipo de críticas, también desde posiciones conservadoras. A él le da igual porque también cree que le beneficia. No le impidió ganar las elecciones y ahora le sirve para denunciar la existencia de una oscura confabulación de sus enemigos. Su único objetivo es que le crean las 63 millones de personas que le votaron.
Por cierto, algo menos de dos horas después de sus tuits contra Obama, Trump pasó a arremeter contra Arnold Schwarzenegger. Esto último no tiene repercusiones políticas. Sólo revela su estado mental.