Pennsylvania es el mayor de los tres estados que terminaron dando la victoria a Donald Trump en las elecciones presidenciales. Como Estado que había votado demócrata en esas citas electorales desde 1992, concitó toda la atención como símbolo de los votos que Hillary Clinton había perdido en favor de su rival entre la clase trabajadora de raza blanca.
Uno de los distritos electorales de Pennsylvania puede ser este martes el aviso más rotundo que reciba Trump de que el resultado de 2016 puede no repetirse cuando opte a la reelección. También sirve de prólogo a las elecciones legislativas de noviembre, donde los demócratas aspiran a recuperar la mayoría en alguna de las dos cámaras.
Trump ganó en el Distrito 18 en 2016 por 19 puntos de ventaja (58%-39%) sobre Clinton. En esa circunscripción se elige ahora un escaño a la Cámara de Representantes entre el republicano Rick Saccone, de 60 años, y el demócrata Conor Lamb, de 33. El anterior congresista tuvo que dimitir después de reconocer que había engañado a su mujer y pedido a su amante que pusiera fin a su embarazo, a pesar de sus conocidas ideas antiaborto. En el estado actual de la política norteamericana, eso sólo es ligeramente sorprendente.
Saccone es un político local desde 2010 –antes vivió 12 años en Corea del Sur–, nada carismático y con una campaña mediocre y con pocos fondos propios.
Lamb es un fiscal y exmarine que da bien en vídeos y fotos, cuenta con una campaña más profesionalizada y hace ver a los votantes conservadores del distrito que a él le gusta disparar –en campos de tiro–, está en contra del aborto, y prefiere que los republicanos y demócratas trabajen juntos en las instituciones. Y también apoya los aranceles impuestos por Trump a la importación de acero y aluminio. Quizá por eso tiene todo el apoyo de los sindicatos.
El demócrata ha recaudado tres veces más dinero que el republicano, y en las últimas semanas de campaña conservaba en la cuenta corriente unos 800.000 dólares, por 300.000 de su rival. Los republicanos de fuera del Estado, incluida la dirección del partido, tuvieron que acudir al rescate de Saccone y gastar 10 millones en su favor, por cerca de dos millones de los demócratas de fuera del distrito. Es decir, los republicanos han gastado más dinero que sus adversarios, pero en defensa de un candidato aparentemente más débil.
Una posible victoria de Lamb supondría un mensaje de esperanza para todos los congresistas demócratas que serán candidatos en noviembre en distritos que Trump ganó con facilidad en 2016 (hay hasta diez senadores que buscan la reelección en estados que ganó el presidente). Incluso una victoria de Saccone por escasa diferencia podría considerarse un buen resultado para los demócratas. Se trata de una circunscripción en la que los republicanos deberían ganar siempre porque en realidad siempre ganan allí.
En estas elecciones especiales, no se hacen tantas encuestas y algunas de las empresas que las realizan no tienen una reputación muy alta. Las posibilidades de que fallen son mayores que en las grandes citas electorales. La última da dos puntos de ventaja a Lamb, dentro del margen de error. La misma empresa puso tres puntos por delante a Saccone hace un mes. Quizá eso signifique una evolución en favor del demócrata o sólo que los dos están muy igualados.
Además del dinero, el Partido Republicano lo ha dado todo para salvar a Saccone: un mitin de Trump el sábado y la presencia de miembros del Gabinete y de otros dirigentes nacionales han sido las principales aportaciones. El despliegue final ha sido de tal calibre que da la impresión de que a los republicanos les aterrorizaría perder el Distrito 18 de Pennsylvania, no tanto por el escaño en sí, sino por el mensaje que lanza de cara a las elecciones de noviembre.
Noviembre será diferente. No habrá tanto dinero en la sede nacional del partido para poner diez millones en cada distrito. Trump no podrá dar un mitin en favor de cada congresista en problemas.
Al igual que lo que ocurrió en Alabama, el presidente no puede quedarse en la Casa Blanca porque le toca defender un candidato vulnerable. Sabe que si el republicano pierde, le echarán la culpa a él.
Los demócratas suelen tener problemas para movilizar a su electorado natural en las elecciones de mitad de mandato. La posibilidad de propinar un vuelco político en alguna de las dos Cámaras podría suponer una inyección de euforia en las filas demócratas en forma de aportaciones económicas y participación en las urnas dentro de unos meses.
El circo de Trump
Para que eso no se produzca, Trump llevó el fin de semana su circo personal a Pennsylvania, un gran espectáculo de 75 minutos –la duración más habitual de un número de ‘stand-up comedy’ de alto nivel– con alardes de sus presuntos éxitos, insultos a políticos o periodistas y unas pocas referencias al candidato al que había ido a apoyar.
Pres Trump at a Penn rally calls my colleague and friend Chuck Todd a “sleeping SON OF A BITCH.”
Really classy.
Explain that to your children.— Tom Brokaw (@tombrokaw) 11 de marzo de 2018
Sobre el acero y aluminio de importación al que acaba de imponer aranceles, dijo que su calidad «era una basura». Amenazó con poner otro arancel a los coches de Mercedes Benz y BMW (aunque también se producen en plantas situadas en EEUU). Sobre las entradas que se vendieron en los JJOO de invierno de Corea del Sur, dijo que era mérito suyo: «Es un poco difícil vender entradas cuando crees que te van a atacar con armas nucleares» (risas de la audiencia). Llamó «perezoso hijo de puta» al presentador del programa de entrevistas ‘Meet the Press’ Chuck Todd. Hizo una imitación de Bill Clinton. Se burló de Schwarzenegger. Volvió a llamar por enésima vez Pocahontas a la senadora demócrata Elizabeth Warren y dijo que la congresista Maxine Waters tiene un «muy bajo cociente intelectual». Y todo eso, según la descripción que hace el reportero del Washington Post, que seguro que se dejó fuera algún chiste malo.
También tuvo un mote insultante para el candidato demócrata. Le llamó «Lamb, the Sham» (el impostor). Fue la versión completa de Trump sin aditivos ni conservantes.
Quiénes son los votantes
El Distrito 18 tiene 700.000 habitantes, 95% de personas de raza blanca, una edad media de 44 años, e ingresos medios por hogar de 63.000 dólares.
Decir Pennsylvania es decir Medio Oeste, zonas industriales, minería de carbón, clase trabajadora blanca que no disfruta de los efectos del crecimiento económico, peores sueldos que hace 20 años, comunidades en las que los padres saben que sus hijos vivirán peor que ellos. Factores que se han utilizado para explicar la victoria de Trump en esa región del país (no en el resto).
Pero el Distrito 18 no es exactamente un espejo perfecto de esa realidad socioeconómica del Estado. Paul Krugman ha comentado que no puede definirse como «steel country». Mucha más gente tiene empleos en sanidad y educación que en industria, dice.
Los datos recopilados en el censo confirman esa idea. 48.442 personas trabajan en sanidad y asistencia social, 42.202 en comercios, 29.258 en restaurantes y hoteles, 26.692 en construcción, 25.004 en industria, y 9.312 en minería y petróleo.
Es una zona mucho más acomodada y orientada al sector servicios en términos generales que las zonas industriales del Medio Oeste en crisis permanente desde hace años. Allí la reciente reforma fiscal debería ser una pancarta sólida que debería haber funcionado a los conservadores en esta campaña. Y no parece que haya sido así.
Por eso mismo, es territorio más republicano que demócrata, y una derrota del candidato de los primeros haría mucho daño a ese partido y a Trump. Sería una derrota de la que se hablaría durante meses.