Dijsselbloem estará contento. Si la idea es que las elecciones no puedan variar en la UE los principios generales de la política económica, los comicios de Grecia cumplen perfectamente esa condición. De ahí que la mayoría de los artículos sobre el ánimo de la opinión pública griega ante la segunda llamada a las urnas este año utilicen la palabra ‘resignación’. No importa lo que voten. La principal labor del futuro Gobierno será aplicar los términos del tercer rescate, el memorándum impuesto por la troika como única alternativa a la temida salida de la eurozona.
En esas condiciones, resulta difícil acusar a los griegos de haber tirado la toalla si se confirma un incremento de la abstención, que perjudicaría al partido más votado en enero, Syriza. Desde el principio de la campaña, se ha visto que los partidos de la oposición tenían movilizados a la mayoría de sus votantes, mientras que un alto porcentaje de los de Syriza se movían entre la abstención y el bloque de los indecisos. El resultado dependerá de la eficacia de la campaña de Tsipras en las últimas semanas para movilizar a sus votantes decepcionados.
El líder de la izquierda griega se ha presentado una vez más como el principal representante de lo nuevo frente a la vieja política que construyó un Estado clientelar y corrupto. Ese era el mensaje básico de su campaña de enero y está por ver si volverá a funcionar teniendo en cuenta todo lo ocurrido desde entonces.
Desde fuera, tendemos a analizar la política de Tsipras exclusivamente en función de sus negociaciones con la troika y su desenlace. Es lógico, pero eso deja fuera otras muchas cuestiones que también influyen en la decisión de votar. Desde la izquierda se acusa a Tsipras de no haber hecho casi nada para cambiar el injusto sistema fiscal del país que asfixia a los asalariados y permite grandes libertades a las corporaciones. Tampoco han visto grandes reformas en la educación y sanidad públicas, donde los años de austeridad han dejado un panorama de escasez crónica de fondos.
La mayoría de los sondeos ha arrojado un empate técnico entre Syriza y Nueva Democracia, estando ambos partidos muy lejos del 37%-38% que puede conceder la mayoría absoluta gracias a la prima de 50 escaños que se lleva el partido más votado. Alguna encuesta ha apreciado una ligera variación en los últimos días en favor de Syriza, pero es difícil saber si se habrá consolidado.
Los sondeos fracasaron en sus predicciones sobre el referéndum, pero tuvieron más éxito en las elecciones de enero, aunque anunciando una victoria de Syriza menor que la que se produjo. Por lo que pueda valer, hay que recordar que el mitin de cierre de campaña de Tsipras consiguió llenar la plaza Syntagma (los de ND escogieron una plaza mucho más pequeña).
En el comienzo del verano, Alexis Tsipras parecía la única figura política que estaba en condiciones de liderar el país en el futuro más inmediato. Si bien los periodistas suelen elogiar a los políticos que admiten un alto grado de democracia interna, lo cierto es que los votantes tienden a favorecer a los líderes fuertes en épocas de crisis, aunque tengan que cortar unas cuantas cabezas de los que disienten. Al menos según lo que dicen los sondeos, no parece que Tsipras se haya beneficiado de su decisión de convocar elecciones para obligar al sector crítico a formar su propio partido a la carrera, como así hicieron.
Grecia fue obligada por la troika a firmar lo que se llamó una «paz cartaginesa» con la esperanza de que además sirviera para acabar con el primer experimento de Gobierno de la izquierda rupturista en la UE. El tercer rescate y la posibilidad de que Syriza, aun siendo primera fuerza, tenga que pactar con partidos como Potami o el Pasok, hacen pensar que las instituciones europeas consiguieron su objetivo. Ahora les toca a los votantes griegos decidir si esa victoria de la troika es definitiva.