«Un inmigrante musulmán de origen sirio disparó con un arma automática hace unos días a varios edificios del centro de Austin, Texas, entre ellos una comisaría y un tribunal. Ibrahim Fayad disparó al menos un centenar de proyectiles en un atentado terrorista sin víctimas que ha sido relacionado con el peligro que suponen los yihadistas sirios cuando tienen la oportunidad de volver al país en que residían y convertirse así en ‘lobos solitarios’ indetectables para los servicios de inteligencia. Fayad llegó a intentar prender fuego al consulado israelí en Austin sin poder conseguir su propósito. Finalmente, fue abatido a tiros por la policía, aunque algunos medios no descartan que se matara con su propia arma.»
Es raro que no nos hayamos enterado de esta noticia por nuestros medios de comunicación. Confirma muchas de las alertas que los expertos en terrorismo habían anunciado en los últimos meses. Más tarde o más temprano, algunos de los musulmanes residentes en EEUU y Europa que han acudido para unirse a las filas del ISIS terminarán regresando con la intención de cometer atentados indiscriminados.
Quizá sea porque algunos de los detalles de la noticia están equivocados. Veamos lo que dice USA Today:
«Un hombre armado de raza blanca y mediana edad disparó más de un centenar de veces contra varios edificios en el centro de Austin en la madrugada del viernes e intentó prender fuego al consulado mexicano antes de morir de una herida de bala en lo que parece ser un ataque por razones políticas contra el Gobierno relacionado con la inmigración».
Claro, ahora lo entiendo. El agresor se llamaba Larry Steven McQuilliams. Es blanco, se llama McQuilliams y era probablemente un ultra cabreado con las últimas decisiones de Obama sobre inmigración. Eso automáticamente hace que no se le pueda considerar un terrorista, y por eso ninguna noticia ha mencionado que se tratara de un caso de terrorismo, a pesar de las aparentes motivaciones políticas.
Si hubiera sido musulmán, sería otra cosa, claro. Sus problemas mentales, si los tuviera, serían mencionados de pasada, sus ideas políticas, por desquiciadas que fueran, serían examinadas en detalle. Nuestros periódicos encargarían análisis a expertos en terrorismo, que explicarían que algo así podría ocurrir perfectamente en España y no tendríamos tanta suerte como en Texas.
Pero como el agresor de Austin se llama McQuilliams y es blanco, no tenemos que preocuparnos. Es un ataque de histeria que nos hemos ahorrado.