La gran estrella del reality show ‘The Apprentice’ ha tenido su momento de protagonismo estelar en los tribunales de la ciudad de Nueva York. Su salida desde la Trump Tower en un convoy de varios vehículos negros encabezados por un coche policial ha sido retransmitida en directo por las cadenas de noticias con las cámaras de un helicóptero. La falta de intriga no desanimó a las televisiones. Obviamente, el recorrido estaba controlado por la policía, que cortó el tráfico en las calles necesarias para que la comitiva llegara sin inconvenientes.
Donald Trump dijo una vez que podría disparar a la gente en la calle en Nueva York y que no le pasaría nada. «Podría ponerme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería a ningún votante, ¿cierto? Es casi increíble». Lo dijo en un mitin en Iowa en enero de 2016 diez meses antes de las elecciones que le dieron la presidencia. La audiencia celebró la ocurrencia con risas.
Con independencia de que la policía de Nueva York habría hecho algo al respecto si eso hubiera ocurrido, no le faltaba razón. En esos momentos, ya parecía inmune a las consecuencias políticas que cualquier otro candidato republicano habría sufrido en caso de proferir declaraciones como las suyas. Todo le resbalaba como se vio también meses más tarde –con el «grab them by the pussy»– cuando se filtró un audio de una conversación con un presentador de televisión.
Al final, ha sido el pago de un soborno de 130.000 dólares a una actriz porno el que le ha llevado ante un juez este martes. Esta vez, no ha sonado tan presuntuoso. «No me puedo creer que esto esté pasando en América», escribió en su red social antes de abandonar el despacho.
En el interior de los tribunales, se ha seguido el procedimiento habitual en estos casos. Ha sido formalmente detenido, se le han leído los derechos y le han tomado las huellas dactilares. No le han sacado una foto para la ficha policial, porque suponían que terminaría siendo filtrada. El juez le ha leído la lista de cargos preparada por el fiscal del distrito de Nueva York. Se ha declarado «no culpable».
Algunos han definido este 4 de abril como el inicio real de la campaña de las elecciones de 2024. Evidentemente, Trump utilizará en su favor todo lo que tenga que ver con este juicio. Se presentará como la víctima de una intolerable persecución política y confiará en que los votantes republicanos vuelvan a estar con él, lo que parece probable en estos momentos.
Recaudará el dinero correspondiente a su nueva condición de presunto delincuente. Desde que se conoció la noticia de que iba ser procesado, su campaña ha recaudado ocho millones de dólares, según uno de sus asesores. En términos económicos, los 34 cargos a los que se enfrenta son una buena inversión.
El estilo de sus acérrimos partidarios puede ser comparado con la reacción de la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, del sector más reaccionario del partido. «Trump se une a una lista de las personas más increíbles de la historia que han sido detenidas. Nelson Mandela fue detenido, cumplió su pena en prisión. ¡Jesús! Jesús fue detenido y asesinado». Green es más bien del sector delirante de los republicanos.
A corto plazo, no cabe duda de que Trump sale ganando. Una encuesta de la semana pasada le da un apoyo del 52% de votantes republicanos para las primarias. Hace dos semanas, un sondeo de la misma empresa le concedía ocho puntos menos.
La idea de que un juez y un jurado pueden poner fin a la carrera política del expresidente suena de entrada bastante plausible. Sería un error creerlo. No es la primera vez que lo parece y al final no ocurre. Hace tiempo que el sistema político sucumbió a su estilo por ser la prolongación natural de un estado de histeria permanente en que viven los republicanos desde los años noventa.
Trump se alimenta del espectáculo como un vampiro. Cuanta más controversia y furia genere, más fuerzas cree tener. El concepto de publicidad negativa no existe para él.