Dicen que la victoria tiene mil padres, o algo parecido, y lo mismo se podría decir del resultado del referéndum griego. La lista no llega a mil, pero es bastante larga: Schäuble, Schulz, Juncker, Dijsselbloem, Gabriel, Rajoy, De Guindos, Renzi, Draghi, los ministros de Austria, Holanda, Eslovaquia, Letonia y los muchos analistas que decían, gritaban, que los griegos debían rendirse a la evidencia y asumir su destino de perdedores. Toma lo que te ofrecemos o sufrirás mucho más. Y empieza a pensar que esto no acaba aquí porque vamos a sacar a Syriza de tu Gobierno.
Los medios de comunicación comenzaron a especular con un posible Gobierno de concentración que agrupara a todos los partidos tras la victoria del sí. Se daba ya por muerto a Alexis Tsipras. Martin Schulz habló de un Gobierno de tecnócratas, como ya se hizo en Italia y muy brevemente en Grecia, porque la democracia (todo ese rollo complicado de elegir gobiernos en las urnas) está bien para los pueblos responsables, pero no para los diletantes del sur de Europa que no saben equilibrar presupuestos. Incluso se manejó el nombre del gobernador del Banco de Grecia –y exministro de Nueva Democracia– como posible primer ministro.
Han cambiado mucho las cosas desde Spengler. Aparentemente, la última línea de defensa de la civilización es ahora el jefe del banco central, una persona razonable y con amplia experiencia financiera que siempre cumplirá las órdenes que le lleguen de Bruselas, Frankfurt o el sitio donde Christine Lagarde se gaste su escaso salario.
Los griegos han dicho no a todos esos planes de una forma tan atronadora que hasta han dejado sorprendidos a los propios dirigentes de Syriza. Los anuncios como el de Varufakis de dimitir si ganaba el sí sólo se hacen cuando las cosas pintan mal y hay que poner todo sobre la mesa.
Sobre la reacción de los demás dirigentes europeos, sólo hay que fijarse en la respuesta colérica de los socialdemócratas alemanes. Sigmar Gabriel ha dicho que los griegos «han roto todos los puentes». Schulz, que ha sufrido una transformación que convierte el paso de doctor Jekyll a Mr. Hyde en un mero cambio de humor pasajero, se ha referido al «fanatismo político» (del Gobierno griego) que él mismo va a conjurar con un programa de «ayuda humanitaria» (sic).
Ha sido un intento de intimidar a los votantes griegos que nunca se produjo cuando franceses, holandeses e irlandeses decidieron votar en las urnas cambios estructurales que afectaban a toda la UE. Es difícil definir esa presión sin caer en niveles de miseria moral parecidos a los de Schulz, pero hay algo en lo que todos podemos coincidir: nunca antes se había caído a tales extremos. Aquí no había ni ambigüedad, ni la imposición de un sistema económico sin preocuparse por los perdedores, ni intereses nacionales.
Era una imposición de voluntades que en la UE no se ha ejercido desde su fundación. Primero, se consideró una afrenta que los griegos tuvieran la posibilidad de decidir directamente su destino. Luego, se dijo que si no votaban de la forma adecuada, se llevarían el castigo que merecían. Porque eran culpables. Los dirigentes europeos nunca aceptaban ni como hipótesis que ellos también fueran responsables. Grecia debía ser castigada.
La victoria del no sólo es la expresión de la voluntad popular de los griegos (o nada menos que eso). Como unas elecciones, no resuelve por sí misma ningún problema económico. Grecia continúa siendo un Estado en bancarrota. Sus bancos están al borde de cerrar sus puertas para siempre. La economía de todo el país se encuentra casi en una especie de limbo a la espera de saber lo que ocurrirá con el control de capitales.
Pero esta vez, contra lo que siempre pensamos periodistas y políticos, el voto del miedo no funcionó. Y eso sólo puede ser bueno para la democracia. Como también lo es que muchos griegos votaran por el sí sin estar vendidos a ninguna trama extranjera o sin tener tanto dinero que les daba igual lo que les pasara a sus compatriotas que viven en la pobreza o no tienen derecho ya a tener un médico de cabecera. Muchos de los griegos del sí pensaban que era lo mejor para su país, al igual que muchos votantes del no, que decidieron plantar cara a los que llevan años diciéndoles que no hay alternativa, que deben rendirse.
Si la UE no puede defender eso, exactamente ¿cuál es la razón de su existencia?