El jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica ya tiene un presunto responsable de las manifestaciones que se han producido en Irán desde el pasado jueves. El general Yafari no ha revelado su identidad, pero la descripción que hace de él da algunas pistas. Se trata de «un exalto cargo que actualmente está utilizando un lenguaje que se opone a los principios y los valores de la república islámica», según la descripción que hace el general de la persona que ya está siendo investigada.
El sujeto podría ser nada menos que el expresidente Mahmud Ahmadineyad. ¿Por qué?
Ahmadineyad se ha embarcado en una arriesgada guerra contra el sistema judicial de su país y en realidad contra todo el sistema político en el que prosperó durante años y que le permitió ser alcalde de Teherán y presidente del país. En julio publicó dos cartas abiertas en las que acusaba a sus rivales políticos de atacar a los que fueron sus principales altos cargos o asesores en sus dos mandatos presidenciales, y hacía responsable a los jueces del estado de salud de uno de ellos, el exvicepresidente Hamid Baghaei, que ha estado en huelga de hambre tras pasar dos veces por prisión en los dos últimos años sin que se haya presentado una acusación contra él.
Los ataques de Ahmadineyad contra el sistema de justicia carecen de precedentes por su dureza viniendo de una persona que ocupó el mayor cargo ejecutivo del sistema y que ganó dos elecciones presidenciales. Pero su relación con los conservadores en el Parlamento fue pésima en el último mandato y se dice que el líder supremo no acabó muy contento con su estilo político. El expresidente intentó registrarse como candidato para las últimas elecciones, pero los organismos electorales, que estudian antes los antecedentes de cada aspirante a cargo electo, vetaron su participación. No por su propia iniciativa.
En diciembre, Ahmadineyad subió la apuesta y lanzó graves acusaciones contra dos políticos conservadores muy cercanos al ayatolá Jamenei: el ayatolá Amoli Lariyani, máximo responsable de los tribunales de justicia, y su hermano Ali Lariyani, presidente del Parlamento. A ambos les acusó de haber intentado derrocarle en su segundo mandato. Ahmadineyad dijo que Ali Lariyani pretende presentarse a las elecciones presidenciales de 2021, que es una forma de decir que hará lo posible por impedirlo.
Con pruebas o sin ellas, el establishment judicial ha puesto en marcha varias investigaciones por corrupción contra personas cercanas al expresidente. La respuesta de este indica que no se va a quedar quieto, que está dispuesto a ir contra algunas de las familias políticas más poderosas del régimen, y que el poder no se atreverá a ir directamente contra él.
El actual Gobierno nombrado por el presidente Rohaní también ha estado en la diana de Ahmadineyad con ocasión de la presentación del proyecto de presupuestos el 10 de diciembre. Criticó las cuentas públicas en una reunión reciente con estudiantes por eliminar una serie de subsidios de los que se benefician unos 40 millones de iraníes (que son la mitad de la población).
Si es cierto, como parece, que la mayoría de los manifestantes de estos días procede de las clases populares que dependen de ayudas públicas y de precios subvencionados por el Estado, no sería un error interpretar que entre ellos hay muchos que votaron a Ahmadineyad en 2005 y 2009.
Pero si queremos más paradojas sobre los acontecimientos de Irán (y aquí no me refiero a políticos e intelectuales reformistas que apoyaron la movilización de 2009 y que ahora piden contención y no dejarse arrastrar por las protestas), hay algo más que se sale de lo convencional. Ha circulado en Irán un completo reportaje televisivo con testimonios de gente de la calle a los que se pregunta sobre sus condiciones de vida (una forma de preguntar sobre las razones de la protesta). Resultan muy convincentes al explicar que sus hijos no tienen empleo, que los precios les están matando y que los de arriba les han abandonado a su suerte. No hay ataques directos al sistema político y religioso, y sí a la política económica del Gobierno, que es responsabilidad de Rohaní.
El reportaje ha sido emitido por un nuevo medio digital llamado Avant TV que se presenta como independiente. No lo es, según este artículo de Al-Monitor, que informa de que se trata de un medio promovido o apoyado por la Guardia Revolucionaria, la institución más importante del establishment militar y que sólo responde ante el líder supremo Jamenei.
En su presentación del proyecto de presupuestos, Rohaní tomó la medida insólita en Irán de detallar las grandes subvenciones que reciben las instituciones religiosas y culturales que están fuera del control directo del Gobierno. Están dominadas por los conservadores y entre esos centros de poder se encuentran los clérigos que forman la élite religiosa del país y también la Guardia Revolucionaria.
Esta interpretación debe ir acompañada del hecho ya conocido de que las primeras manifestaciones tuvieron lugar en la ciudad de Mashad, la segunda del país, cuyas instituciones están en manos de los conservadores. La protesta inicial recibió el apoyo del clérigo que dio el sermón del viernes en la principal mezquita de Mashad. Medios controlados por conservadores informaron de esas palabras, obviamente con permiso de las autoridades que los controlan.
Por eso, hay que entender lo que está sucediendo en Irán también como una lucha de poder interna entre familias del régimen. Los conservadores están utilizando la situación económica de las clases populares como arma contra Rohaní. La Guardia Revolucionaria juega a varias bazas al mismo tiempo. Por un lado, no está dispuesta a renunciar a su poder económico ni a permitir que Rohaní ponga en marcha reformas que pongan en peligro sus privilegios. Por otro, es el último garante de la seguridad y estabilidad del régimen y el ejecutor de la represión contra todo movimiento político y social que cuestione la autoridad de Jamenei y de los clérigos conservadores. Y luego está Ahmadineyad y su batalla personal contra sus antiguos aliados.
Hay muchos intereses cruzados en juego más allá de la furia popular por su precariedad económica. Evidentemente, todos creen que podrán controlar los acontecimientos en su favor. Algunos descubrirán que no es tan fácil apagar el fuego con el que pensaban que sólo se quemarían sus rivales políticos.