The New Yorker se ha lanzado con una portada muy celebrada en Twitter. El rapero Kanye West dijo en un arrebato que quiere ser candidato a presidente de EEUU en 2020 y, BOOM, ya tenemos una portada.
La imagen es un homenaje a una foto histórica: la de Harry Truman enarbolando la primera edición de un periódico de Chicago que anunció por error en portada la victoria de su rival republicano, Thomas Dewey, en las elecciones de 1948. La ironía es doble. No sólo West es el nuevo presidente, sino que se supone que ha ganado al presidente Donald Trump, que había vencido en las elecciones de cuatro años antes.
La doble ironía se convierte en triple. La parodia permite elucubrar sobre la posibilidad de que la democracia norteamericana termine convirtiéndose en un sistema político en el que dos payasos celebrities estrellas del espectáculo como Trump y West se disputen la presidencia.
Es una broma, claro, pero la candidatura de Trump en las primarias republicanas también parecía una broma al principio.
Para terminar, habrá gente que se pregunte qué efectos tienen estas portadas en las ventas de cada número de The New Yorker. La respuesta es fácil. Ninguna. En un país de 318 millones de habitantes, la revista vendió en 2014 una media de 33.008 ejemplares en la calle. Eso no es nada, literalmente nada, comparado con las suscripciones de ese año: 1.013.969.
Esa diferencia tan inmensa es habitual en las revistas de EEUU, que viven de las suscripciones, alimentadas convenientemente con todo tipo de ofertas y descuentos. Lo que quiere decir que viven de la publicidad que genera ese número de suscripciones. Es decir, las revistas son como HBO, un producto que vive de la fidelidad del consumidor, no de lo último que saque en cada ejemplar. Y mucho menos de la portada, donde vale con elegir un tema o ilustración que haga sentirse inteligente al lector, al menos en el caso de The New Yorker.
Hay cosas que no han cambiado desde el siglo XX. La reputación lo es todo en el periodismo.