Matteo Salvini tenía prisa por cumplir las promesas que hizo en la campaña electoral. Ya como ministro de Interior, la situación del buque Aquarius con 629 migrantes en su interior le dio una gran oportunidad. Decretó una medida de la que se había hablado en Italia en los últimos meses, pero que el anterior Gobierno no podía adoptar al ser manifiestamente ilegal: impedir que los barcos gestionados por las ONG puedan recalar en un puerto italiano para entregar a las personas rescatadas en el Mediterráneo.
Como sabemos en España, Pedro Sánchez tiene ganas de dejar varias cosas claras con su nuevo Gobierno. Una de ellas es que él no es Mariano Rajoy y que su Gobierno no puede ser más diferente al presidido por el líder del PP. La situación del Aquarius ofrecía la posibilidad de insistir en esa línea. Frente a la pasividad que mostró Rajoy ante la crisis europea de los refugiados –ni se molestó en cumplir la cuota asignada por la Comisión Europea y sólo aceptó recibir a un número escaso–, Sánchez podía ejecutar un gesto valiente. Sin pedir permiso a nadie.
Es una de las ventajas de ser presidente del Gobierno. Aunque no tengas mayoría en el Congreso, cuentas con la autoridad del cargo y la capacidad ejecutiva de tomar decisiones que están fuera del alcance de otros.
Zapatero ordenó la retirada de las tropas españolas de Irak, y con esa medida dejó patentes ciertas prioridades de su política exterior. Sánchez ha ordenado que el barco reciba el permiso para atracar en Valencia, y así ha enviado un mensaje nítido a los demás gobiernos europeos y la Comisión: no se pone en peligro la vida de seres humanos por muy disfuncional que sea la política migratoria de la UE. Eso en el caso de que exista.
Esos seres humanos son 629 personas, entre los que hay 123 menores y 88 mujeres, de las que siete están embarazadas. Se cree que proceden de Eritrea, Ghana, Nigeria y Sudán.
En una Europa que se define cada vez más por sus temores y sus políticos acobardados, Sánchez anuncia que merece la pena luchar por los principios con independencia de lo que digan las encuestas.
Política y moralmente, la decisión del presidente español puede parecer un win-win a corto plazo: algo que sólo puede depararle ventajas. En el contexto de la política europea, la historia admite otras lecturas.
La rápida intervención española supone también una victoria para la ultraderecha italiana y las posiciones xenófobas en ese país. Era obvio, pero para que no existiera ninguna duda Salvini enarboló la bandera de la victoria en Twitter.
«El problema se ha resuelto gracias al Gobierno español», dijo en una rueda de prensa. Es decir, Italia se había deshecho del problema gracias a la decisión previa de Salvini de cerrar el puerto a la llegada del Aquarius que luego había desencadenado la respuesta española.
Estaba claro que la Liga utilizaría las noticias que llegaban de Madrid para argumentar que había sido la reacción firme de Salvini (e ilegal) la que había hecho que el barco no atracara en Italia.
Es cierto que Italia ha recibido en los últimos años un altísimo número de migrantes, sobre todo africanos, procedentes de Libia. Es también cierto que esa presencia de extranjeros es menor en las zonas de Italia donde la Liga (antes llamada Liga Norte) cuenta con el mayor porcentaje de votos. No hay que olvidar que el número de ellos ha descendido de forma clara en el último año porque el anterior Gobierno pagó a las milicias libias para que redujeran la llegada desde su costa, al precio de condenar a los africanos a una existencia terrible en un país donde algunos han sido vendidos como esclavos.
Como en otras ocasiones, la Unión Europea ha sido incapaz de contar con una política exterior efectiva común y una política migratoria en la que todos los países compartan la carga económica que pueda suponer. Y cuando se supo que Italia se negaba a aceptar las responsabilidades propias de lo que se considera un Estado civilizado, la primera reacción de la Comisión Europea fue lavarse las manos.
Qué sorpresa que las instituciones europeas en las que deberíamos confiar no estén a la altura en mitad de una crisis.
La UE y los gobiernos europeos no cesan de dar lecciones al mundo, o al menos a algunos países, en materia de derechos humanos y justicia económica. Pero cuando son países europeos los responsables de que se produzcan situaciones injustas o cuando uno de los estados miembro –Italia en este caso– ignora las obligaciones que le asigna el Derecho internacional, de repente la Comisión alega no tener competencias y hace algunas recomendaciones generales sin ninguna fuerza de coerción. Para salir del paso.
La llegada del Aquarius a España plantea varias dificultades, como recordó el lunes Médicos sin Fronteras. Un barco sobrecargado con centenares de personas no está para una ruta de tres días en la que cubrir 800 millas en la que además se espera un empeoramiento de las condiciones meteorológicas. Tenía más sentido que le dejaran dirigirse al puerto italiano más cercano al que podría haber llegado en unas horas. Pero sus ocupantes son rehenes de la política xenófoba de Salvini y de la cobardía de la Comisión Europea. En la madrugada del martes, surgió la idea de que otros dos barcos italianos y el Aquarius se repartan a los migrantes para trasladarlos en mejores condiciones hasta Valencia.
A menos que Salvini se conforme con los hechos de este lunes, cosa poco probable, la expulsión de facto del Aquarius de las aguas italianas y su envío a España sientan un precedente peligroso con el que los ultraderechistas italianos pueden volver a jugar. Sería de una ingenuidad alucinante pensar que no estaremos en la misma situación dentro de unos días o semanas con otro barco y otros migrantes.