El Gobierno de Hungría está tratando a los refugiados como si fueran delincuentes. La mayoría de esas personas tienen poco interés en permanecer en ese país. Su intención es llegar hasta Alemania, el país más rico del continente. ¿Por qué entonces el ultraconservador Víktor Orbán quiere convertirse en el centinela de la UE? Él mismo lo ha explicado en un artículo publicado en el Frankfurter alemán (los párrafos en cursivas son de ese texto).
«Los hechos hablan por sí solos: casi 150.000 inmigrantes ilegales han cruzado las fronteras de Hungría sólo este año. Ese número es tres veces y media el total de 2014, y no hemos llegado al final del año. En Europa, el número total de inmigrantes en la primera mitad del año ha aumentado en más de un 70%. Más del 40% de esta gente procede del sur de Asia y Asia Central. Entre los inmigrantes ilegales que llegan a Hungría, ese es mismo porcentaje que ha llegado de Oriente Medio».
Orban siempre habla de «inmigrantes» o «inmigrantes ilegales». Ignora el fenómeno de los refugiados que huyen de las guerras y así los convierte en una invasión económica. El programa que le ha dado la victoria en las urnas con un alto porcentaje de votos es ultranacionalista y conservador. Su partido está integrado en el Partido Popular Europeo, pero su mensaje se parece mucho más al de Marine Le Pen que al de Angela Merkel. La UE lo ha tolerado sin aplicar al país el mismo aislamiento que sufrió Austria cuando un partido ultraderechista formó parte de un Gobierno de coalición.
«Para comprender lo que debemos hacer, necesitamos entender la auténtica naturaleza de la situación a la que nos enfrentamos. Europa no está ante un «problema de refugiados» o una «situación de refugiados», sino que el continente europeo está amenazado por una creciente ola de migración. El movimiento de personas está produciéndose a una escala inmensa y, desde una perspectiva europea, el número potencial de futuros inmigrantes parece ilimitado».
Una vez más, Orbán se niega a hablar de refugiados y repite la idea de que se acerca una invasión que procede de Oriente. Más adelante veremos a qué se refiere exactamente. Pero la clave es que la considera una «amenaza» al estilo de vida europeo, más allá de lo que eso signifique.
«Debemos reconocer que la equivocada política de inmigración de la UE es responsable de esta situación. La irresponsabilidad es el sello de todos los políticos europeos que mantienen la promesa de una vida mejor a los inmigrantes y les anima a dejarlo todo atrás y arriesgar sus vidas para instalarse en Europa. Si Europa no vuelve al sendero del sentido común, acabará intentando ocultarse en una batalla por su destino».
De nuevo, la metáfora militar –tras avisar de la invasión– con la palabra «batalla». Los extranjeros son el enemigo. Llama la atención de que critique directamente a la UE, gobernada en su mayoría por partidos conservadores. Forma parte de su teoría de la conspiración preventiva con la que se adelantó a las críticas que podía recibir desde las instituciones europeas por su política autoritaria y su restricción de las libertades públicas.
Orbán ha criticado la filosofía de la democracia liberal. Sus modelos favoritos son gobernantes conservadores, pero sobre todo nacionalistas y en malas relaciones con la UE, como Putin o Erdogan. Cree que la influencia extranjera es por definición negativa. «Copiar los modelos occidentales (en referencia al mantenimiento del Estado de bienestar) es un tipo de provincialismo que nos matará», dijo en 2014 en un discurso a militantes de su partido. Su idea de «democracia no liberal» le enfrenta a lo que en la UE se llama habitualmente «valores europeos».
Orbán es otro de los gobernantes que, como el PP en España, no dejan de referirse al «efecto llamada». En su ficción, los inmigrantes se quedarían en su casa si no fuera por la supuesta presión de la UE para que se vengan a Europa asumiendo un grave peligro. Como de los refugiados no puede decir lo mismo si le preguntan por ellos, a menos que quiera hacer el ridículo, propone que se queden en Turquía –como ha hecho este jueves en Bruselas– aunque allí no tengan muy pocas posibilidades de empezar una nueva vida.
«Uno de los mayores logros de Europa ha sido la Zona Schengen. Para nosotros en Europa Central, la posibilidad del movimiento libre (de personas) dentro de Europa es experimentar la libertad, y eso es especialmente importante. Schengen sólo funciona, sin embargo, si los estados miembros cumplen sus obligaciones bajo el acuerdo de Schengen, es decir, la protección de las fronteras externas, que es la condición esencial para asegurar la posibilidad del movimiento libre dentro de Europa».
Orbán se presenta como el garante de Schengen con la intención de que los demás gobiernos europeos se vean obligados a aceptar su política hacia los refugiados, carente de toda compasión. Los gobiernos de Europa Occidental se encuentran en una situación muy diferente ante sus opiniones públicas. Y nadie ha nombrado al primer ministro húngaro para que ejecute ese papel de centinela. Orbán sostiene que defender Schengen obliga a cerrar las fronteras exteriores. La posición alemana es muy diferente, tanto que Merkel ha llegado a advertir de que si otros países no asumen un número suficiente de refugiados, eso pondría en peligro el acuerdo de Schengen.
«El hecho de que nadie, aparte de Hungría y España, quiera defender las fronteras de Europa es bastante deprimente. Europa debe comprender que aquellos que se sienten arrollados no pueden ofrecer refugio (a los extranjeros). Lo que ocurre ahora es abrumador. Por eso, es importante la valla que los húngaros estamos construyendo. No lo hacemos por diversión, sino porque es necesaria. La valla es simplemente una línea de defensa: un activo físico que puede ser protegido».
Orbán hace un flaco favor a Rajoy presentándolo como su único aliado, pero no es extraño. Algunas de las posiciones sostenidas por el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, en las cumbres europeas, como llamar «goteras» a los refugiados, podrían ser defendidas por problemas por los ultraconservadores húngaros. Además, en ese párrafo Orbán insiste en los símiles bélicos: una línea de defensa ante una amenaza exterior cada día mayor.
«En Europa, la inmigración es también una cuestión de democracia, si no lo fuera, no seríamos europeos. Sobre todo, la democracia significa escuchar lo que quiere la gente, y por eso nosotros los húngaros iniciamos un proceso de consultas sobre inmigración. Un millón de un total de ocho millones de personas completó los cuestionarios, y un 85% de ellos dijo que la UE ha fracasado en su política de inmigración».
Es indudable que la política xenófoba de Orbán tiene apoyos sólidos en su país. En las últimas elecciones consiguió 133 de los 199 escaños con un 44,5%. Varios años de mensajes antiUE y antiinmigración han surtido efecto en la opinión pública húngara. La reforma de la Constitución y del sistema electoral, además de sus ideas políticas expresadas con toda crudeza, le supuso un desgaste en las urnas en 2014 (tuvo ocho puntos menos que los comicios anteriores), pero aún continúa dominando la política húngara.
«No olvidemos, sin embargo, que aquellos que llegan fueron educados en otra religión y representan a una cultura radicalmente diferente. La mayoría de ellos no son cristianos, sino musulmanes. Eso es importante, porque Europa y la identidad europea tienen sus raíces en el cristianismo. ¿No es ya preocupante que el cristianismo europeo apenas pueda conseguir que Europa siga siendo cristiana? Si perdemos eso de vista, la idea de Europa podría ser sólo de interés para una minoría en su propio continente».
En el penúltimo párrafo, Orbán enseña sus cartas. Al igual que la ultraderecha francesa, holandesa o de otros países, cree que hay una invasión cultural (y en el caso de los refugiados, física) procedente del Islam. Que muchos de esos musulmanes huyan de una guerra atroz en la que el fundamentalismo islámico juega un papel básico es algo que no importa al húngaro. Todos esos sirios son musulmanes (se olvida convenientemente de los sirios cristianos) y por tanto son sospechosos. Orbán quiere reclutar a la UE en su guerra particular contra los extranjeros.