No, la prensa no acabó con Richard Nixon. The Washington Post no fue el responsable de que el 37º presidente de EEUU tuviera que dimitir. Woodward y Bernstein no fueron los culpables de que Nixon pagara sus delitos con la dimisión. Este artículo refuta la explicación simplista que ha contribuido a crear mitos periodísticos por los cuales lo único que necesita una democracia estable para controlar a los sinvergüenzas son unos medios de comunicación independientes y decididos (y no es que esto último sea irrelevante).
Por lo demás, no hay mucho margen para el debate. El artículo recuerda los comentarios de Ben Bradlee, Bob Woodward y Katharine Graham al respecto. Todos ellos han dicho anteriormente que no fue el periódico el que abatió a la gran presa, sino el sistema político y judicial gracias en primer lugar a la revelación por el entonces asesor de la Casa Blanca Alexander Butterfield de que se grababan todas las conversaciones en las que estaba presente Nixon.
La combinación de las investigaciones judiciales y parlamentarias, en las que también fueron decisivas las aportaciones de congresistas y asesores del partido republicano, dejaron al presidente sin más alternativa que la dimisión o la vergonzosa destitución en un proceso de ‘impeachment’.
Viene esto a cuento por los comentarios surgidos a raíz de lo que se ha llegado a conocer de los oscuros negocios de Jordi Pujol y sus hijos, herencias incluidas. No se puede negar la complicidad de los medios de comunicación catalanes, y también de Madrid, por ejemplo en la época de las investigaciones sobre Banca Catalana, al conceder de forma permanente el beneficio de la duda al presidente de la Generalitat y no haber indagado en lo que ha terminado saliendo a la luz años después.
Pero dar por hecho que los medios podrían haber puesto fin a tanta corrupción es entrar en el terreno de la mitología. Si el sistema político está corrompido, no hay medio de comunicación que pueda sacarlo de la ciénaga. Los medios pueden tener un papel clave a la hora de introducir anticuerpos en el sistema, pero si este acaba con ellos con facilidad (porque el partido en el poder protege al corrupto, las urnas confirman en sus puestos a los delincuentes o los tribunales no hacen su trabajo con una cierta celeridad), todas esas revelaciones quedan en nada. Como mucho acaban en la hemeroteca para que años más tarde podamos recordar lo que debía haberse hecho, pero no se hizo.
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Watergate y blogs: por qué cualquier tiempo pasado no fue mejor. Guerra Eterna, 2008.