En Estados Unidos, lo llaman ‘whataboutism’ y se ha convertido en una herramienta recurrente en la pelea propagandística. Viene de ‘what about’ y se podría traducir como ‘y qué pasa con…’. Es la pregunta con la que se responde a la denuncia de determinadas conductas para lo que hay que devolver la bola rápidamente al otro lado y plantear qué pasa con lo que hacen los otros, sean quienes sean estos últimos. Es un arma que ha sido utilizada con frecuencia por Donald Trump y sus seguidores y para la que ha sido fundamental no las redes sociales, sino ese poderoso altavoz mediático que es la cadena Fox News para los republicanos.
Si alguien se pregunta si podría llegar a nuestro país, conviene despertarle o reprocharle su ingenuidad. Está alojada en el debate político español desde hace muchos años, como se pudo comprobar este jueves en las reacciones al asalto al Capitolio de Washington producidas en España.
Con ocasión de las agresiones racistas de Charlottesville, Trump se apresuró a decir que había habido violencia por ambos lados. Durante las movilizaciones de Black Lives Matter, las denuncias de la violencia policial contra la comunidad negra y de la represión de las protestas, los republicanos achacaron los peores incidentes al movimiento Antifa. Trump les llamó «organización terrorista» cuando ni siquiera son una organización.
En el plano más delirante, pero para nada inefectivo, los trumpistas suscriben la conspiración que sostiene que todos esos agresivos ultraderechistas que invadieron el Congreso por la fuerza eran en realidad militantes de Antifa disfrazados. Dos congresistas republicanos han defendido esa idea con pruebas que son más ridículas que circunstanciales.
Los otros siempre son los peligrosos. Si los míos han hecho algo censurable, los otros hicieron algo peor antes. Si es difícil encontrar un caso más grave de violencia que el asalto al Congreso, el segundo paso es decir que los míos eran los otros disfrazados.
En España, Pablo Casado e Inés Arrimadas publicaron tuits de condena de los incidentes en la noche del miércoles. Para el día siguiente, necesitaban algo más contundente como ataque preventivo, no sea que les recordaran sus pactos con Vox en Madrid, Andalucía y Murcia, sus acuerdos con el partido que mejor representa aquí las ideas de Trump.
El PP preparó un argumentario con consignas para sus dirigentes. El objetivo era negar a la izquierda el derecho a denunciar los hechos violentos de Washington y recurrir a sucesos del pasado. «De igual manera que condenamos este asalto, también lo hemos hecho contra todo ataque jaleado en España por el populismo. En 2012, los CDR intentaron el asalto al Parlament, los socios de Sánchez, los mismos que ahora quiere indultar».
Los CDR no son un partido político ni están en el Parlamento ni son socios de Sánchez, pero eso son detalles sin importancia. Los CDR no existían en 2012. Si vas a escribir un listado de consignas, qué menos que inventarte la realidad para que se ajuste mejor a tus necesidades.
A esa protesta, el PP unía la manifestación de la convocatoria ‘Rodea el Congreso’ en 2012 y una manifestación ante el Parlamento andaluz en 2019. Casado y Teodoro García Egea se aplicaron en la comparación en sus cuentas de Twitter, y lo mismo hicieron Santiago Abascal y Arrimadas. ‘Whatabout’ para atizar a la izquierda a cuenta de lo que hace la ultraderecha al otro lado del Atlántico.
El concepto se entiende mejor si se recuerda que ‘whatabout’ se inspira en cierto modo en la falacia ‘tu quoque’. O por utilizar una expresión muy conocida que explica muchas cosas de la política española: y tú más. Ocurre cuando la prioridad no es discutir un argumento, sino negar la credibilidad del otro para mostrar una opinión diferente.
Rodear y asaltar son palabras de significado diferente. Para la oposición, resultan ser sinónimos. La concentración ‘Rodea el Congreso’ estaba situada a 300 metros del Parlamento, fue controlada en todo momento por la Policía y acabó disuelta con una carga en el momento en que les apeteció a los mandos policiales.
En realidad, esa movilización resultó ser un regalo propagandístico para el PP y la prensa conservadora con el que acusar de violentos a los movimientos sociales que protestaban por los efectos de la crisis económica.
El tono de la concentración se hizo más agresivo en abril de 2013 –le llamaron ‘Asedia el Congreso’–, pero sólo se juntaron 2.000 personas que al final no asediaron nada y salieron huyendo de las porras policiales. Dirigentes de Izquierda Unida que la habían apoyado inicialmente se desmarcaron de ella antes de que se celebrara.
Desde entonces, se han celebrado otras manifestaciones mucho más cerca del Congreso, como la del sindicato policial Jusapol que fue apoyada por el PP y Ciudadanos. Arrimadas no tuvo inconveniente en acercarse para saludarles. No tuvo que andar mucho, porque se encontraban en la Carrera San Jerónimo a las mismas puertas del Congreso.
Las televisiones privadas reaccionaron con tanta rapidez como la oposición. A primera hora, Susanna Griso entrevistó en Antena 3 a Roberto Centeno, catedrático jubilado de Economía y partidario de Vox. Se le presentó hace años como asesor de la campaña de Trump, lo que era falso. Se desconoce por qué le llamaron esta vez. Centeno, un señor muy conservador que escribía artículos interesantes sobre energía y petróleo en los noventa y que parece que luego perdió la cabeza –en términos ideológicos–, dijo que «quienes han promovido estas algaradas (en Washington) son los antifas». Se lo había dicho un exasesor de la CIA. Siempre hay alguien de la CIA en estas historietas de ficción.
No era suficiente con esa entrevista. Cuatro le llamó para que apareciera en uno de sus programas de la tarde. Para esa cita, Centeno tenía una versión con el toque local: «Los asaltantes son americanos de Podemos». El programa quedó tan satisfecho que destacó la frase en los rótulos.
Atresmedia y Mediaset habían hecho el día. Ya no es suficiente con relacionar a Podemos con la izquierda latinoamericana. Ahora también están conectados con la extrema derecha norteamericana. A Pablo Iglesias sólo le queda extender sus tentáculos por Asia y África para dominar el mundo como Fu Manchú.
En la reacción de la derecha, hubo una palabra que se repetía en los análisis. Es fácil deducir cuál: populismo. Es el remedio mágico con el que afirmar que es el mayor enemigo de la democracia liberal y no importa que sea populismo de derechas o de izquierdas, porque los dos son igual de peligrosos. «El origen intelectual» del asalto al Capitolio y de ‘Rodea el Congreso’ es el mismo, afirmó José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid y experto intelectual desde que fue elegido portavoz nacional del PP.
Es un recurso propagandístico que permite obviar otro asunto, el de la colaboración de las fuerzas conservadoras –por ejemplo, el Partido Republicano en EEUU– con posiciones ultraderechistas, xenófobas y antiliberales. Lo mismo en Europa para el caso del partido del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, integrado todavía en el Partido Popular Europeo. Casado podría haberse unido a los partidos que quieren echarlo del PPE, pero no ha querido.
El salvavidas del populismo tiene otra ventaja. Así no hay que afrontar el debate sobre los riesgos de la deslegitimación del adversario o incluso del Gobierno, un problema acuciante en EEUU. De eso se ha visto mucho en España con las acusaciones de PP, Vox y Cs al Gobierno de Sánchez por contar con la colaboración parlamentaria de partidos independentistas. Cuando Joe Biden comience su mandato presidencial el 20 de enero, recibirá el mismo tratamiento de las fuerzas trumpistas por haber ganado las elecciones gracias al fraude que se han inventado.
Lo importante es que no se admita la responsabilidad de la derecha en el auge del discurso de los movimientos ultraderechistas y xenófobos. Y si alguien hace una pregunta incómoda, responder con rapidez: ¿y qué pasa con lo que hacen los otros?