‘Wild Wild Country’ es el documental, en forma de serie de seis capítulos, más fascinante que se ha podido ver en los últimos años. Es la historia de una secta india que se trasladó al Estado norteamericano de Oregon en los años 80, creó de la nada una ciudad en mitad de ninguna parte, se embarcó en una feroz disputa legal y política con un pequeño pueblo cercano habitado por jubilados y ganaderos y acabó protagonizando en los informativos de televisión y prensa de todo el país una historia insólita en la que no faltó el Departamento de Justicia, un intento de guerra biológica y una huida retransmitida en directo al estilo de la que años después protagonizaría OJ Simpson.
Este resumen rápido no hace justicia a los sorprendentes giros de la trama que se producen y que te dejan con frecuencia perplejo ante la pantalla.
Los que hayan visto la serie tienen un gran complemento en la entrevista que hizo Roberto Enríquez (AKA Bob Pop) hace unas semanas a la secretaria del gurú y en realidad líder de la secta, Ma Anand Sheela, en el CCCB, de Barcelona.
(A partir de aquí, spoilers)
La comunidad creada por el gurú Bhagwan Shree Rajneesh fue una de las muchas aparecidas en India en los años 60 y 70 que fascinaron a occidentales de medio mundo por su mensaje espiritual, su apuesta por la meditación y en el caso de esta en concreto… el sexo. Me decía no hace mucho una persona que estuvo en India y que conoce ese mundo que Bhagwan era considerado allí poco menos que como un charlatán. Por esa razón o por la hostilidad que suscitaba, el líder del grupo decidió abandonar el país y encargó a su nueva secretaria, Sheela, que buscara un nuevo lugar y que resultó ser Oregon.
Podían permitírselo porque la comunidad rajneeshe, con tantos occidentales que pagaban por todo, contaba con dinero. Era un buen negocio. Dólares a cambio de espiritualidad. Muchos dólares.
Construyeron una pequeña ciudad en la que terminaron viviendo unas 7.000 personas en unos terrenos situados entre montañas. Había un pequeño pueblo cerca, Antelope, donde residían unas 50 personas, en su mayoría gente mayor, para los que la llegada imprevista de miles de sonrientes personas vestidas de rojo con costumbres sexuales digamos desinhibidas fue algo parecido a la irrupción del Anticristo en sus vidas.
Lo que era sólo una disputa local entre dos estilos de vida muy diferentes cobró un cariz más interesante cuando Sheela, perfectamente adaptada a las relaciones de poder en EEUU, subió la apuesta y pasó a la ofensiva. Tenía dinero, tenía abogados y tenía seguidores, es decir, votantes, y procedió a situarlos en el pueblo para que las elecciones locales le dieran el poder en Antelope. Solucionó un problema y pasó a crearse otro porque necesitaba más poder.
El siguiente paso fue intentar hacerse con el control del condado a través de las elecciones. Para entonces nada iba a detener a Sheela. Ya era una celebridad que se disputaban los periodistas de los medios de comunicación nacionales en cuyas entrevistas ella no tenía inconveniente en soltar palabrotas, siempre con una sonrisa en la cara.
Fuera de las cámaras y adaptada perfectamente a un país donde nadie respeta al que no tiene poder, Sheela dirigió la ofensiva legal y se hizo con un arsenal de armas con el que defender a la comunidad de los enemigos reales o inventados. Tras un atentado con bomba contra un hotel de Portland propiedad de la secta, valía todo hasta el punto de que un brote de salmonella en la mayor ciudad del condado que afectó a centenares de personas pudo deberse a un ataque de los rajneeshes.
Sheela en sus mejores momentos y con una pistola al cinto.
En ese momento, Sheela ya es la protagonista de la historia –Bhagwan había dejado de hablar en público poco antes de partir a EEUU– y el documental se convierte en un completo relato sobre el poder absoluto, la arrogancia que suele caracterizar a los que lo detentan, su capacidad de provocar divisiones entre los que supuestamente lo tienen todo en común, y la paranoia que termina consumiendo a los que están arriba cuando están convencidos de que alguien les intenta arrebatar lo que es suyo.
Además de un inmenso archivo de imágenes (este artículo explica por qué se han conservado), ‘Wild Wild Country’ se basa sólo en testimonios de la época y entrevistas actuales y no cuenta con voz en off. Uno de sus mejores valores es que no es una historia de buenos y malos. Terminas sintiéndote cerca de los dos bandos en disputa y también de algunos de los protagonistas, sobre todo de Jane Stork (Ma Shanti, la mujer que pasó varios años en prisión por un intento de asesinato; su historia es una de las más emotivas) y de Philip Toelkes (Prem Niren), abogado y luego alcalde de la comunidad, que analiza todo lo ocurrido con gran lucidez.
Curiosamente, el personaje menos interesante resulta ser el propio gurú, fallecido en 1990. En su pasión por los Rolls Royce y los relojes de oro, no es más que el típico líder de secta experto en estafar a sus seguidores. Sólo cuando Sheela se bate en retirada, vuelve a hablar en público y emerge como un personaje casi cómico por sus reacciones grandilocuentes.
Sheela cuenta a Bob Pop en la entrevista que ella no tenía un sueldo por todo lo que hacía, por levantar y dirigir una ciudad de miles de personas y cuidar de todos los deseos del gurú. El amor no es algo que das a cambio de algo, dice. Exige ofrecerse de forma incondicional. Su trayectoria posterior hace pensar que sí era una persona dispuesta a enfocar su vida en la ayuda a los demás, pero no hay que engañarse.
En el momento en que se sentía amenazada por alguien (los habitantes de Antelope, el fiscal federal de Oregon, seguidores más famosos de la secta llegados de Hollywood que la aislaron de Bhagwan, y el propio gurú), Sheila reaccionaba de forma implacable. Querían quitarle todo aquello que había construido. Por eso, contraatacó con todo lo que tenía a su alcance para terminar perdiéndolo todo al final. En nombre del amor, naturalmente.