Yair Lapid es sin duda el nuevo ‘kingmaker’ de la política israelí. Si algún lector español no conoce nada de sus ideas, puede estar tranquilo. Lo mismo se puede decir de muchos israelíes, incluidos unos cuantos de los que le han votado. Todo el mundo destaca que el programa de su partido es bastante vago y que él no se ha destacado precisamente por despejar las dudas.
Los periodistas de su país lo recibieron en su momento con los lugares comunes habituales, soplo de aire fresco y todo eso, y cuando se dieron cuenta de que no tenía detrás una estructura organizada ni un ideario muy definido procedieron a hacer lo habitual en estos casos: sacudirle fuerte. Además, Lapid cometió algunos errores un tanto infantiles e Internet se ocupó del resto.
Entonces, ¿cómo ha podido convertir a su partido en la segunda fuerza política en su primera cita con las urnas? Es difícil saberlo, porque en diciembre los periódicos contaban que los sondeos le daban seis, ocho escaños, como mucho, muy por debajo del nivel que alcanzó al irrumpir en la escena a principios de año. Quizá la respuesta más razonable es que una parte importante de la sociedad quiere que alguien tome la bandera del cambio que no encuentra en los partidos tradicionales. Esos partidos hicieron lo posible por ignorar a Lapid en la campaña, con la idea de que darle publicidad era precisamente lo que necesitaba su nuevo rival. Está claro que se equivocaron.
Lapid nació en 1963 en una familia de buena posición. Hijo de un muy conocido periodista, Tommy Lapid, gozó de una juventud muy relajada, tanto que ni siquiera acabó el instituto. Su padre tuvo una meteórica entrada en la política con un partido, Shinui, que llegó a ser la tercera fuerza política. Su ideología era laica, lo que quiere decir en Israel que se oponía al poder y privilegios de los ultraortodoxos, pero de forma tan radical que si su mensaje hubiera procedido de un no judío, es muy probable que le habrían acusado de antisemita.
Lapid venera el recuerdo de su padre, de ahí que sea casi imposible que su hijo forme parte de un Gobierno en el que haya partidos ultraortodoxos, pero ya se ha ocupado de dejar claro en política que no está contra los religiosos, sino contra los extremistas. Es un matiz interesante. No provoca pánico entre la gente que respeta la religión, y al mismo tiempo es la mejor opción posible para los laicos de Tel Aviv que piensan que los ‘haredim’ deben hacer algo (por ejemplo, prestar el servicio militar) a cambio de todas las subvenciones y ayudas sociales que reciben.
Lapid comenzó su carrera periodística como columnista, pero no de temas políticos. Entró a trabajar en televisión y se convirtió en una estrella gracias a programas de entrevistas, digamos con más contenidos blandos que duros. En un país obsesionado desde siempre por la información política (en los 90 era normal que a la hora en punto el conductor del autobús subiera el volumen de la radio y que los pasajeros escucharan atentamente el boletín), el éxito de Lapid demostraba que los espectadores también estaban interesados en otros temas y otro estilo. No todo iban a ser guerras, generales, palestinos e iraníes.
Lapid funcionaba en pantalla porque no daba el perfil típico de israelí, pero al mismo tiempo no parecía ser extranjero. Se le notaba aficionado a la buena vida, le gustaban los puros, y también tenía matices más potentes, como haber practicado el boxeo de joven, aunque por lo visto no era muy bueno. No tenía educación universitaria, y por otro lado escribió muchos libros, la mayoría novelas de intriga. Era un tipo que no estaba parado. Hacía cosas.
El paso clave para él, que se movía en círculos de élite, beautiful people para entendernos, fue pasar a presentar el informativo más visto de la televisión. Antes se le podía definir como una personalidad televisiva, pero a partir de entonces ya con temas periodísticos más duros se manejó muy bien y vio aumentar su prestigio.
Cuatro años después, entró en política, pero no como lo hizo su padre. No con un mensaje duro y claro sobre lo que quería hacer en política. Todo era más difuso porque las circunstancias sociales le favorecían, aunque quizá él no sabía hasta qué punto. El mensaje de cambio era una carta ganadora.
La prensa israelí es durísima con sus políticos. Aún más con los políticos novatos que no dan la talla, y es difícil alcanzar ese nivel si no se cuenta con un pasado militar o de experto en temas de seguridad. Hasta a Tzipi Livni, que sólo podía presentar como credencial una carrera en el Mossad, la hacían de menos. Los periodistas siempre están pensando en la próxima guerra, y los conflictos socioeconómicos les interesan mucho menos y ocupan mucho menos espacio en las portadas.
Al igual que Obama, Lapid es un político con forma de test de Rorschach: cada uno ve en él lo que quiere ver. Hasta ahora ha sido certero a la hora de denunciar algunos de los problemas de la sociedad de su país, no tanto a la hora de suministrar soluciones.
La política israelí ha visto muchos partidos centristas surgidos al calor de alguna personalidad con carisma y unos cuantos desertores de otros partidos. Muchos se apagaron con la misma rapidez con que surgieron. Como en otros países, los israelíes parecen sentir un cierto hartazgo con sus políticos, que tienen la desagradable costumbre de no jubilarse nunca, y están dispuestos a probar nuevos sabores. Nadie tiene garantizada una experiencia apacible. No es raro que una marca política relativamente nueva desaparezca. Kadima ha pasado en tres años de 27 escaños a cero.
Lapid ha sido lo bastante listo como para prometer que no albergará en su partido a fugados de otras formaciones. El transfuguismo es un mal endémico allí, por lo que la actitud de Lapid es un buen intento de intentar iniciar una nueva forma de hacer política. Y además es inteligente. Los que llegan de fuera no tardan mucho tiempo en mover la silla al líder que les ha abierto las puertas.
Al final, la política consiste en tomar decisiones entre varias opciones con aspecto evidente de ser todas malas. Ahora Lapid está ante una tesitura clave. Quedarse en la oposición en una vida apacible, pero que puede hacerle pensar que ha dejado pasar la oportunidad que nunca volverá a tener, o pactar con Netanyahu e intentar cambiar las cosas desde dentro. Él dice que conoce muy bien a los políticos por su pasado como periodista, pero Netanyahu es un hueso duro de roer.
El primer ministro gasta fama de apostar por estrategias equivocadas, pero es mucho mejor en la táctica. Su camino puede conducir a ninguna parte, e incluso así en la política israelí Netanyahu ha demostrado en muchas ocasiones que se recupera de sus errores y vuelve a estar en posición de imponer su voluntad.
Veremos pronto a Netanyahu abrazar la bandera del cambio. Lo que no sé es si Lapid descubrirá que intentarán estrangularle con ella.
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Los datos básicos de Lapid están sacados de estos dos perfiles:
—Yesh Atid sets out to prove it’s more politics than personality. The Times of Israel.
—Yair Lapid, prom king politician. Haaretz.
Si, la prensa israelí es más que dura con sus políticos. Yo estuve durante una campaña electoral y no podía creer lo que veían y leía. ¡ÓJALA AQUÍ FUERA IGUAL!
¡ Que buen articulo !
Consigue transmitir la sensacion de que te estas enterando de todo y adquieres una vision a vista de pajaro del panorama.
Incluso podria apostar a que este articulo tendria muy buen impacto en el mismisimo Israel. Lo mismo apostaria respecto a tus articulos «procedentes» de anglosajonia, pues parecen venir de allá mismo, con los respectivos acentos britanico y usamericano.
Pues sí. Enhorabuena: cuando se conoce un tema en profundidad, se nota hasta en la frase más sencilla. Y eso parece que ocurre con este artículo. Además, está escrito con sencillez y elegancia. Para los que intuimos que Israel es una sociedad muy compleja (como lo son todas las occidentales, pero más, dada su tesitura histórica) poder informarnos más allá de los titulares manidos es un lujazo.
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